El conflicto diplomático entre España y Argentina continúa su escalada ascendente desde que el ministro español de Exteriores llamó a consultas a su embajadora en ... Buenos Aires y exigió una rectificación pública a Javier Milei, por llamar «corrupta» a la mujer de Pedro Sánchez, a quien se refirió como «calaña atornillada al poder» durante su alocución en calidad de estrella invitada al akelarre ultra organizado por Santiago Abascal en Madrid. El extravagante mandatario argentino participó en el acto junto a otras celebridades de la extrema derecha europea emergente, como Marine Le Pen, Viktor Orban o Giorgia Meloni.
Milei se niega a disculparse por lo que dijo en el Viva 24 de Vox y exige que Sánchez haga lo propio por haberse referido a él en términos de «fascista», «negacionista», «terraplanista», «loco» y «drogadicto». Lo último a modo de maledicente insinuación del ministro Óscar Puente, en lo que muchos entendieron como una maniobra de provocación previamente urdida desde Moncloa, a sabiendas de que el de la motosierra es lo que se conoce como un polemista de mecha corta.
A estas alturas, no insistiré en lo que ya se ha dicho acerca de la inmoderación y falta de respeto institucional de Milei, quien no estimó oportuno reunirse ni con el Jefe del Estado ni con el presidente del Gobierno durante su viaje a España para apadrinar la candidatura de los de Abascal a las europeas. Lo hizo, además, con un discurso calculadamente incendiario contra Sánchez, del que políticamente se benefician ambos y solo perjudica a un tercero en discordia, el desnortado PP de Núñez Feijóo, a quien el ministro tuitero se apresuró a llamar «acomplejado» por no alinearse con el Gobierno en este asunto.
Aunque haya rectificado después por boca de González Pons, diciendo que lo de Milei es «una chocante intromisión en los asuntos internos de España», el PP sigue considerando -no sin razón- que el Gobierno exagera en su respuesta diplomática porque «la mujer de Sánchez no es un asunto de Estado». Mucho menos de soberanía nacional. En su defensa, dice Núñez Feijóo que ni este ni Milei están en el espacio de moderación que Génova reivindica. Un espacio que parece ya no tener cabida en el tablero absolutamente embarrado de la política actual, donde se libra una encarnizada contienda cultural entre el sanchismo y la ultraderecha. Dos extremos que se necesitan y que no dudarán en recurrir a la violencia dialéctica, apelando al odio y al miedo cerval al adversario ideológico de cara al 9-J para movilizar a sus electores, acostumbrados ya a votar con las vísceras.
Las provocaciones verbales dicen mucho sobre la manera en que una sociedad gestiona sus disensos. Si es verdad que Sánchez se propone regenerar la democracia como nos ha dicho, urge pasar de las musas al teatro. Basta de maniqueísmo moral y de discursos heroicos o victimistas, de ministros agitadores y risotadas histriónicas desde la tribuna de oradores mientras se menosprecia al adversario político. La auténtica regeneración empieza por uno mismo.
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