Carles Puigdemont, durante la rueda de prensa de este martes. EP

Puigdemont el magnífico

Martes, 5 de septiembre 2023, 18:29

Un escéptico, fortalecido y casi magnánimo Carles Puigdemont, rehabilitado institucionalmente como interlocutor político válido merced a su feliz encuentro con la vicepresidenta segunda del Gobierno ... en funciones, Yolanda Díaz, compareció ayer en Bruselas, a una semana de la celebración de la Diada, para dar por fracasada la investidura de Núñez Feijóo y mostrar su disposición a iniciar las negociaciones para reinvestir a Pedro Sánchez. Lo que en su ánimo solo ocurrirá si tales conversaciones cristalizan en «un acuerdo histórico» que permita a Cataluña ser lo que a sus ojos ya es: una nación por derecho propio.

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En otras palabras, la apuesta sigue siendo de máximos y la amnistía no basta, aunque sea condición previa para empezar a hablar «de igual a igual». Desde ese campo base, el todavía líder de Junts estaría dispuesto a explorar la vía del diálogo que propone Sánchez para hacer un trueque de votos a cambio de un referéndum pactado, siempre y cuando se trate de un diálogo «serio, honesto y resolutivo», con las lógicas prevenciones y garantías exigibles a quien, («más por necesidad que por convicción») «pretende completar en pocas semanas una negociación que ha considerado innecesario abordar durante seis años», como quiso subrayar, dejando en evidencia el cambio de actitud del actual inquilino de Moncloa que, hasta no hace mucho, prometía traerlo esposado ante la justicia española.

Ni ingenuo ni desmemoriado, el expresident no se fía de la palabra de líder socialista, cuya repentina invitación a buscar una salida dialogada al conflicto catalán no es una pócima curalotodo que pueda borrar la larga lista de agravios mutuos y de rencores añejos. Por eso sigue recordándole que «obras son amores» y que lo que hace falta es presumir menos de «audacia» y ser más audaz a la hora de abordar aquello que quedó pendiente en el proceso constituyente. Y no es el único. La idea general de los nacionalistas, ahora que de ellos depende que España tenga o no un Gobierno, gracias a la incapacidad de PP y PSOE para renunciar al 'Juego de Tronos', es que, si se quiere, se puede. Aunque, en el caso de Sánchez, más que querer, a la fuerza ahorcan. Es cuestión de tener voluntad política para hacer del reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado algo más que un brindis al sol.

La clave sigue estando, como dice el lehendakari Urkullu, en la interpretación que se haga del articulado de la Carta Magna que admite la existencia de «naciones» y «regiones» en su seno, y «ampara y respeta» el derecho histórico diferencial en su Disposición Adicional Primera. Lo que permitiría alumbrar un nuevo modelo territorial basado en el federalismo asimétrico. Aunque es ahí donde las actuales aspiraciones de vascos y catalanes divergen. Mientras los primeros (incluido EH Bildu) parecen haber pasado de pantalla y estar buscando un nuevo encaje institucional dentro de un Estado remodelado que les permita blindar y mejorar su nivel de autogobierno, los segundos siguen contemplando la independencia como única opción para seguir siendo una nación. Veremos por cuánto tiempo.

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