Tras lo leído y escuchado estos días acerca de la composición del nuevo Ejecutivo vasco, tengo la impresión de que ha habido excesivo interés en ... poner en valor el perfil técnico y experticia profesional de quienes lo integran, pudiendo darse una impresión errónea. Decir que Imanol Pradales ha apostado por la gestión más que por la política, como si de un Gobierno sin ideología se tratara, es hacernos trampas al solitario. ¿O acaso no es esa, en sí misma, una decisión que obedece ya a una estrategia y a un criterio políticos?
Hay quienes celebran la iniciativa queriendo dar a entender que gobernar sin ideología es, además de posible, conveniente y plausible, al entender por esta, como hacía Honoré de Balzac, un factor de división y confrontación «que disfraza nuestros más perversos y egoístas intereses», recomendando su desactivación en favor de un sistema de gobernanza en el que sean expertos tecnócratas quienes decidan las políticas públicas a seguir, a partir de una racionalidad eficiente. ¿Pero es posible que los tecnócratas gobiernen sin ideología? Max Weber sostenía que no.
En 'La política como vocación', el sociólogo alemán advierte de que los Estados modernos necesitan de «trabajadores intelectuales altamente especializados», refiriéndose por tales tanto a los burócratas al uso, como a esos profesionales más y mejor informados de la naturaleza y alcance de los problemas sectoriales en su área de desempeño que el político profesional, para finalmente concluir que «toda decisión está ideológicamente condicionada».
Si un tecnócrata decide subir o bajar impuestos, subsidiar a personas sin trabajo y sin hogar, aplicar mano dura frente al inmigrante que delinque, proteger los intereses empresariales frente a los del trabajador (o viceversa) o intervenir más o menos en los mercados, está sirviendo a intereses políticos e ideológicos claros, por más que su criterio se sustente en datos científicos o en recetas técnicas. De lo que se deduce que la tecnocracia no es buena ni mala en sí misma. Necesita de un noble ideal político que la oriente hacia el bien común.
Al margen de que todo gobierno precise de técnicos bien preparados que diseñen y desarrollen sus políticas públicas, un gobierno tecnocrático solo será útil si sirve a una visión del mundo ética y justa. Y es en la ideología -y no en el conocimiento- en donde descansan, o no, dichos valores y la que determina la nobleza o perversidad de los métodos y los fines. Como ejemplo, baste recordar que el III Reich alemán contó con un ejército de tecnócratas y científicos que coadyuvaron a organizar la matanza sistemática de millones de seres humanos. Y lo hicieron muy eficazmente.
Así que, no se engañe, las ideologías siempre jugarán un rol esencial en política. A quienes desde la defensa de la 'real politik' catalogan selectivamente algunas de ellas como algo anacrónico, a silenciar en pro de la paz social, recordarles que, cuando un político deja de lado sus convicciones, ideales y principios, no le queda nada más para enamorar a sus electores que el impostado marketing político.
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