La frase se remonta al año 62 antes de Cristo. Pompeya era entonces la mujer de Julio César, sumo sacerdote de los Pontífices de Roma, ... y ambos residían en la Domus Pública de la Vía Sacra, donde cada año se celebraba una fiesta en honor a la Bona Dea, diosa de la castidad y la fertilidad, en la que solo podían participar mujeres.
Publio Clodio Pulcro, un joven audaz y díscolo aristócrata, intentó infiltrarse en la celebración con intención de seducir a Pompeya. Pero fue descubierto y llevado a juicio. Pese a su absolución, César decidió divorciarse de su esposa ante la posibilidad de que le hubiera sido infiel con Clodio, pese a no haber pruebas concluyentes. Cuando se le preguntó la razón, dio una respuesta similar a la que después se ha hecho célebre: «Mi esposa debe estar por encima de toda sospecha».
Obviando su tufo machista y trayendo la leyenda a nuestros días, hay quien parece estar de acuerdo con la literalidad de la frase de Julio César, pero no con su real significado. La presunción de inocencia se impone a la sospecha en nuestro Estado de Derecho y, en términos legales, está bien que así sea. Nadie es culpable hasta que no se demuestre su participación en un hecho delictivo y para eso están los tribunales de justicia. Pero no es menos cierto que hay un consenso social que establece con claridad cuáles son los criterios éticos que deben regir el comportamiento de nuestros representantes públicos.
Begoña Gómez no lo es. Pero en su calidad de pareja del presidente del Gobierno su conducta está sometida a estrecha vigilancia por afectar a la reputación de su marido. Que éste niegue que su esposa (y por extensión él mismo) haya incurrido en ilegalidad alguna, en vísperas de que declare como imputada por un presunto hecho punible de corrupción y tráfico de influencias, entra dentro de lo esperado. Lo que ya tiene peor defensa es sostener que pueda ser éticamente irreprochable o que no haya un conflicto de intereses en algunas de las inexplicables (y hasta ahora inexplicadas) prebendas de las que se ha valido Begoña Gómez en su desempeño profesional y que son ya hechos probados de los que hemos tenido noticia, como que una prestigiosa universidad pública le nombrase directora de la cátedra de un máster sin ser ni licenciada, o que empresas como Telefónica, Google e Indra cedieran un software valorado en 150.000 euros, a coste cero, a dicho máster, que esta señora registró a su nombre para su explotación comercial.
Está por ver si hay delito, o no. Pero no parece que esto de 'dejarse querer', a cambio de nada o de vaya usted a saber qué, sea un acierto en términos reputacionales. La mujer de un presidente de Gobierno no sólo tiene que serlo (honrada) sino parecerlo y, de entre todos los empleos posibles, el de Begoña (por ser quien es) tiende a levantar sospechas, como todos los que implican mediar, facilitar, poner en contacto o conseguir fondos, contratos o subvenciones públicas. Puesto que su especialidad son los procesos de transformación, haría bien en ir pensando ya en reciclarse profesionalmente.
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