La mentira, la verdad y la política
Dice un castizo refrán taurino español que «hasta el rabo, todo es toro» y esta noche quizá tengamos ocasión de comprobarlo en el debate (sólo) ... a tres, tras la espantada del líder y candidato del PP, quien ha preferido dejar su silla vacía ante la alternativa de ofrecer una imagen de «bibloquismo» en el que sus siglas se asimilen irremediablemente a las de Vox, de quien pretende distanciarse apelando al voto útil.
RTVE ha bautizado esta última batalla dialéctica con el rótulo de «el debate final» sin atreverse a adjetivarlo como el definitivo, aunque para Pedro Sánchez supondrá una última oportunidad de resarcirse de la pésima imagen que ofreció en el cara a cara con Núñez Feijoo, donde el gallego emergió triunfante con un inesperado perfil combativo que al parecer solo conocía y del que ya había advertido a los suyos Yolanda Díaz y que la hinchada socialista se ha empleado a fondo en afearle por echar mano de datos erróneos o directamente falsos, pasando por alto que quizá el problema no es tanto, o no es solo, que el líder de la oposición apoyase su batería de agravios en datos convenientemente adulterados, sino que el jefe del Ejecutivo de coalición no dispusiera de los correctos ni de los reflejos necesarios para rebatir con seriedad y eficacia sus acusaciones.
En realidad la mentira, en su doble acepción: la de tergiversar, retorcer o negar una realidad que perjudica a la sigla propia y/o beneficia al contrario y la de acusar de mentiroso al rival con el fin de menoscabar su credibilidad ante el electorado ha sido el eje vertebrador del discurso de ambos contendientes durante toda la campaña electoral, inspirada en la lapidaria frase de que «los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta», que acuñó en su día Alfredo Pérez Rubalcaba, cuando el Gobierno de Aznar pretendió responsabilizar a ETA de los atentados del 11-M. Solo que, si en un principio fueron las derechas quienes echaron mano de «las mentiras del sanchismo» para desgastar la imagen del presidente, desde su humillante derrota en el cara a cara, han sido Sánchez y los suyos quienes se han enfrascado en una ruidosa batalla de desmentidos para intentar demostrar que el líder del PP es un gran embustero, un trolero sin escrúpulos que trata y se retrata con narcotraficantes, un mentiroso compulsivo capaz de engañar a los españoles sin despeinarse, pese a que al asumir la candidatura presidencial prometió solemnemente que jamás les mentiría.
Así lo viene repitiendo el propio presidente y sus ministras y ministros, blogueros, twitteros y periodistas afines. Pero, más allá del extenuante ruido mediático, no parece que la estrategia funcione. De hecho, el PP arrancaba la semana venciendo al PSOE por goleada en los últimos sondeos de intención de voto que verán la luz. La conclusión es evidente: como en la guerra y en el amor, en política la verdad está sobrevalorada. Solo desde la ingenuidad más angelical se puede creer que en campaña electoral la sinceridad sea una virtud. Dime a quién votas y te diré qué mentiras te crees.
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