Aprobado pero insuficiente. Aun habiendo conseguido frenar al independentismo catalán, que por primera vez en la historia de la democracia no suma mayoría en el ... Parlament, el que Salvador Illa pueda hacerse con la Generalitat sigue siendo un imponderable que, paradójicamente, va a depender de la voluntad del gran damnificado de la jornada electoral, que no es otro que ERC y su líder Pere Aragonès, quien tiene a partir de hoy la difícil tarea de decidir si está dispuesto a facilitar que en Cataluña haya un Gobierno de izquierdas, tripartito y transversal, liderado por el PSC, aun a sabiendas de que buena parte de su declive se debe precisamente a lo que su electorado más independentista ha entendido como una actitud en exceso contemporizadora (cuando no entreguista) con los socialistas, vendiendo muy barato su apoyo a Pedro Sánchez.
Más que confirmar el éxito de esa política de «borrón y cuenta nueva», con la que éste se había propuesto que los catalanes pasaran página del 'procés' y renunciaran a sus anhelos de independencia, merced a la gracia de los indultos y a una ley de amnistía sacada de la chistera por hacer «de la necesidad virtud» de la que apenas se hablado en campaña, lo ocurrido ayer en las elecciones catalanas se debe seguramente a los propios errores del independentismo, fracturado por los egos inflamados de sus líderes, y singularmente del espacio político que Esquerra representa, cuyo electorado le ha penalizado, no sólo por las molestias de la sequía y por el desgaste de sus posibles fallos de gestión en estos años al frente de la Generalitat, sino por lo que claramente ha sentido como una renuncia, cuando no una traición, al proyecto independentista, para afianzar su papel como socio preferente de Pedro Sánchez en Madrid.
La diferencia salta a la vista. Mientras esa relación «de conveniencia mutua» ha vitaminado y fortalecido electoralmente a Junts, situándola como segunda fuerza y consiguiendo rehabilitar políticamente a su líder 'in pectore', Carles Puigdemont, en la medida en que este ha sabido dotar de épica cada tira y afloja, atando en corto a Sánchez y manteniendo la tensión al límite en cada una de sus negociaciones con un discurso maximalista y esencialista, ERC ha ido perdiendo enteros al brindarle un respaldo inopinado e incondicional, por lo que entregar ahora dócilmente la Generalitat, supondría cavar un poco más hondo su propia tumba política.
Visto el resultado, lo previsible es que intente corregir sus errores del pasado, elevando el precio de su apoyo a Illa, digamos que a cambio de un referéndum pactado o, en su defecto, un concierto similar al vasco. Nada por debajo de eso podría devolverles la credibilidad perdida ante la parroquia independentista, ya de por sí bastante incrédula y desmovilizada. A excepción de quienes, lejos de dar su brazo a torcer, han optado por radicalizar aún más sus posturas, apostando por ese engendro de extrema derecha identitaria e islamófoba, Aliança Catalana, demostrando que todo lo que no mejora siempre es susceptible de empeorar.
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