Me preguntaban en estos días por la diferencia entre la expresión «ganar tiempo», que habla de esperar el momento adecuado para que algo se produzca; ... y «hacer tiempo», que se refiere más al ejercicio de procrastinación clásico, entretenerse o distraer a otros cuando no se tiene intención de completar la faena pendiente. Mientras la primera implica un mínimo empeño, la segunda alude más bien a una omisión, a un dejar estar lo que se sabe que nunca se va a poder o a querer llevar a cabo. Justo lo que se ha hecho con la Ley Orgánica del Estatuto de Gernika, desde su aprobación y deliberado incumplimiento por quienes decidieron venderlo a piezas, convirtiéndolo en una fuente inagotable de negociación política que garantizaba el apoyo de los nacionalistas vascos a la gobernabilidad de España, al hacer de las competencias a transferir moneda de cambio. Lo que les otorgaba adicionalmente a estos una razón de ser y de estar en Madrid, para poder presentar ante el electorado vasco como una hazaña cada cesión autonómica que a cuentagotas conseguían rascar al Estado.
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Aunque, si hablamos del último gran procrastinador en este asunto, sin duda tenemos que referirnos a Pedro Sánchez.
Cuando está por cumplirse un año desde la firma de su acuerdo de investidura con Andoni Ortuzar, por el que ambas partes se comprometían a completar las 29 transferencias estatutarias pendientes antes de abordar otros debates más ambiciosos, como el reconocimiento de Euskadi como nación con el objetivo de dotarla de «una nueva personalidad político-jurídica», puede decirse que el rendimiento de dicho acuerdo está siendo más bien escaso, habida cuenta de que quedan aún 23 competencias sin transferir, entre ellas las de la gestión de la Seguridad Social y de los Puertos y Aeropuertos que, no se había secado la tinta de la firma aún, cuando ya los ministros del Ejecutivo empezaron a decir que veían muy difícil que se hiciera, rebajando considerablemente sus expectativas.
Y en esas andamos todavía, 365 días después, cuando el titular vuelve a ser el mismo, aunque uno de los protagonistas de la foto haya cambiado. Ya no es el presidente del PNV sino el lehendakari Pradales, quien se ha reunido con Sánchez para recordarle su compromiso de completar el Estatuto en un plazo que expira a finales de 2025, para lo que han decidido crear una comisión que, como se sabe, es la mejor forma de que algo se demore eternamente.
Por delante quedan 12 meses en los que pueden pasar demasiadas cosas. Entre ellas, que aunque los jeltzales renueven su fe en el presidente y aprueben las cuentas de la ministra Montero, el Gobierno deba afrontar un nuevo año sin Presupuestos, incapaz de retener el apoyo de Junts, y que Sánchez acabe convocando elecciones aunque las encuestas no le sean favorables, cercado por los escándalos de corrupción que le implican directa o indirectamente y que, cuanto más tiempo pase, corren el riesgo de desgastar más su imagen. De momento, sigue haciendo tiempo con unos y ganándolo con otros, prometiendo bajarle la luna a quien se la pida, a cambio de sus votos.
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