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Empiezo a tener serias dificultades para descifrar cuál de las facetas en las que últimamente vemos a Eneko Andueza acabará primando en su voluntad de ... acción política. Si la más sosegada del líder transversal que apuesta por seguir compartiendo responsabilidades de gobierno con el nacionalismo vasco como en la última década, o la del candidato rabiosamente «constitucionalista» que nos advierte de los peligros de volver al «enredo independentista» de Lizarra y del plan Ibarretxe, maliciándose que se esté fraguando a sus espaldas una alianza entre jeltzales y EH Bildu que acabe llevándonos a un 'procés' a la vasca tras las elecciones autonómicas. Lo cual –amén de ser un relato conspiranoico que se diría más propio de Vox o del PP– parece bastante improbable, no solo por la creciente rivalidad entre las dos formaciones soberanistas, sino porque claramente no se dan las condiciones sociológicas para ello, teniendo en cuenta que sólo un 23% de la ciudadanía vasca apostaría hoy por una Euskadi independiente y porque la propia EH Bildu parece haber decidido emular la estrategia ganadora del PNV para lograr la transversalidad y la centralidad políticas, poniendo sordina a su doctrina más abertzale, renunciando al maximalismo y reforzando su papel institucional como colaborador necesario de Pedro Sánchez.
Que el Andueza que no duda en criticar en voz alta la labor de quienes han sido sus socios de Gobierno se retrate sonriente junto al presidente del EBB del PNV, Andoni Ortuzar y al lehendakari Urkullu, con indisimulada intención por parte de ambos de poner en valor la «estabilidad» que la alianza entre jeltzales y socialistas ha proporcionado a Euskadi en la última década, destacando el clima de «colaboración» y «confianza» mutuas, a menos de dos meses de que volvamos a las urnas, no deja de resultar paradójico teniendo en cuenta los recelos del líder socialista. Casi tanto como que los jeltzales insistan en cohabitar con quien de entrada les ha instado a elegir entre conformarse con darle «una mano de chapa y pintura» al actual Estatuto con el apoyo de su formación política o buscar un nuevo estatus para Euskadi de la mano de EH Bildu, como ha hecho Andueza. Cosas de «hacer de la necesidad virtud» y de confiar en que no sea el secretario general de los socialistas vascos quien tenga en este asunto la última palabra, supongo.
En cualquier caso, convendría ser realistas. Es verdad que la alianza PNV y PSE-EE –no exenta de tensiones, rupturas y altibajos– ha dado estabilidad al Gobierno vasco. Pero ambas formaciones se enfrentan hoy a la dura realidad de ver cómo su alianza se ha debilitado, incapaces de alcanzar las mayorías que ostentaban. Lo que deja una pregunta en el aire que puede ser decisiva para la orientación, la ambición y el alcance de las políticas que se lleven a cabo en la próxima legislatura, ¿cuál será la sigla elegida si la suma de socialistas y jeltzales resultase insuficiente y la estabilidad del futuro Gobierno vasco necesitara de una tercera pata en la que apoyarse?
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