Según el categórico titular de la exclusiva de EL CORREO, la decisión fue «comunicada» el jueves por el EBB al lehendakari. Lo que ha supuesto ... cierta sorpresa. No solo por la incógnita que se abre ahora respecto a quién será la persona (hombre o mujer) designada por los órganos del partido y apoyada por su militancia para representar a los jeltzales en unas elecciones autonómicas que se vislumbran especialmente reñidas, sino por la forma en la que la noticia se ha hecho pública. Extraoficialmente, sin confirmaciones ni desmentidos por parte de la dirección de Sabin Etxea, y en un tono impropio para una formación política bicéfala que se ha caracterizado siempre por que este tipo de decisiones se tomen de forma consensuada, principalmente con el interesado, y se comuniquen de igual manera.
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Todavía hace dos días Andoni Ortuzar, en una entrevista de radio, explicaba que el proceso de configuración de las candidaturas de EAJ-PNV estaba pendiente de una conversación entre él mismo, como presidente del EBB, y el lehendakari, para ver cuál era la idea de éste sobre su posible candidatura a la reelección y sobre la fecha más propicia para convocar elecciones, teniendo en cuenta que aún están pendientes de aprobación leyes de gran calado, como la de Educación. Pero los acontecimientos parecen haberse precipitado en las últimas horas y la era Urkullu al frente de Ajuria Enea ha llegado a su fin. Lo que se explicaría por la necesidad del PNV de dar un golpe de timón en sintonía con un cambio de ciclo y una necesidad de renovación que su propia militancia y la sociedad vasca le viene demandando, no solo en el quién, sino en el cómo.
En total, han sido tres las legislaturas en las que el de Alonsotegi ha capitaneado un barco que en los últimos años ha sorteado con desigual acierto tormentas de gran calado dejando al descubierto algunas vías de agua que no se han taponado en debido tiempo y forma al evitar la asunción de responsabilidades. Singularmente, el derrumbe del vertedero de Zaldibar, la pandemia del covid, los conflictos con la Ertzaintza y el notable deterioro de los servicios públicos en sectores clave como la Educación o la Sanidad que le ha enfrentado a los sindicatos, a quienes ha venido acusando de hacer política y alimentar la conflictividad social, haciendo una cerrada defensa de su gestión al frente del Gobierno vasco.
Dejando caer a Urkullu en quien ciertos sectores de orden han visto siempre a un líder prudente y moderado, donde otros veían inmovilismo, intransigencia y escasa capacidad de autocrítica, cuando éste había manifestado su intención de seguir, los jeltzales de algún modo le hacen responsable de la erosión reputacional que ha lastrado los últimos resultados electorales del partido y de dilapidar el apreciado capital que ha permitido al PNV aglutinar un voto transversal pese a su obediencia nacionalista, manteniendo su hegemonía en el poder institucional vasco durante casi cuatro décadas: el ser buenos gestores de lo público. Lo que está por ver es si un candidato o candidata de refresco es suficiente para conseguir la remontada o hace falta, además, un cambio de estilo en la gobernanza.
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