Deseos, temores y plegarias atendidas
No hay duda de que las cuestiones territoriales van a adquirir especial relevancia en los próximos meses, pero convendría no emplear un tono alarmista
Hace algún tiempo, husmeando en la sección de oportunidades inmobiliarias de un diario, me topé con un peculiar anuncio que hablaba de la existencia del « ... ático del mundo». Un espacio para los deseos postergados, las promesas incumplidas, las palabras que se llevó el viento y los sueños nunca realizados que acariciamos en noches de desvelo.
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Para el firmante de tan ocurrente reclamo publicitario, no exento de cierto desdén, ese desván imaginario vendría a ser el depósito de todo aquello que alguna vez quisimos y nunca logramos. «Así son las cosas, no siempre se consigue lo que más se ansía», subrayaba en plan aguafiestas. Por no hablar de las veces en las que termina uno arrepintiéndose de haber obtenido lo tan largamente deseado, como observaba Truman Capote en 'Plegarias Atendidas' y han podido comprobar en sus billeteras aquellos que dijeron al Brexit «yes».
Pensando en ello, ahora que el año termina y todo el mundo encomienda sus esperanzas al inmediato porvenir o promete lo que no tiene intención de cumplir (como «el año que viene no fumaré más, pero tampoco menos»), se me ocurre que los ciudadanos de este país debiéramos de hacer una revisión realista de nuestra particular lista de prioridades y anhelos, para evitar así volver a albergar un exceso de expectativas alimentadas desde la política, activado o desactivado a conveniencia partidista, que en virtud de su reiterado incumplimiento haga que nuestras convicciones e ideales vayan a parar definitivamente a ese polvoriento trastero donde reinan la decepción, la resignación y el silencio.
2024 se postula para ser un año de intensa e incierta actividad en ese sentido, en el que han de dirimirse, según se nos ha dicho, cuestiones de máxima trascendencia para la estabilidad institucional y la actual configuración territorial del Estado, que tienen que ver con lo que concierne a la tramitación de la Ley de Amnistía y las derivadas de los acuerdos entre Pedro Sánchez y las formaciones nacionalistas que apoyaron su investidura, en cuanto a las posibilidades de reinterpretación o de modificación de la Carta Magna para el reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado.
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No hay duda de que las cuestiones territoriales van a adquirir especial relevancia en los próximos meses, pero convendría no emplear un tono alarmista ni centrarnos solo en ello, como hizo Felipe VI en su mensaje navideño, poniéndonos la venda antes que la herida, pues bien está lo que bien acaba y esta legislatura no ha hecho nada más que empezar. Antes de echarnos las manos a la cabeza porque peligra el consenso y la unidad entre españoles, habrá que reconocer que lo que la pone en riesgo es que algunas leyes emanadas de los pactos de la Transición sigan 45 años después aún pendientes de cumplimiento y, aunque solo sea por prudencia, esperar a ver en qué se sustancia la magnitud de las cesiones que se le atribuyen a Pedro Sánchez. Todo lo demás es ruido y ganas de meterse en política, no para arbitrar -como corresponde al Rey por mandato constitucional- sino para influir.
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