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«Alguien podría pensar que el PSE está preparando el terreno para cambiar de socios, pero, sinceramente, no les veo con ganas». «A Eneko Andueza ... le faltó añadir que no tenemos ninguna intención de romper el Gobierno para irnos con Bildu». Los entrecomillados, de cualificados representantes, por este orden, del PNV y de sus socios socialistas, demuestran que la peor crisis vivida por la coalición de gobierno desde que echara a andar en 2015 -la desatada esta semana a raíz del remozado discurso jeltzale en materia migratoria- no ha sido, ni mucho menos, un amago de ruptura. La conjura de los socios para darla por enterrada antes de que los daños fueran irreversibles, pergeñada en contactos al más alto nivel desde el miércoles por la tarde, tras la incendiaria entrevista de Eneko Andueza en la que cuestionaba «las ganas» del PNV de seguir gobernando con su partido, apuntala la idea de que ninguno de los dos tiene interés en forzar un choque tan brutal que obligue, por ejemplo, a convocar la comisión de seguimiento del pacto.
Los aliados decidieron escenificar, en cambio, el cierre de hostilidades en un estudiado 'pas-a deux' entre Pradales y Andueza el viernes en el Parlamento vasco (el lehendakari ya había rebajado la crisis a un «catarro» molesto el jueves), convenientemente preludiado por una entrevista de Aitor Esteban en RNE en la que quitaba hierro al asunto, despejaba cualquier posibilidad de acercamiento de Sabin Etxea al PP, por si las moscas, y atribuía la escandalera a las interpretaciones hechas por «algún medio». Caso cerrado. No hay más preguntas, señoría.
Sin embargo, el pulso entre PNV y PSE, y la manera de resolverlo, es sintomático, revela corrientes profundas de fondo y no se puede desligar del momento en que sucede, a medio camino de unas elecciones cruciales para el devenir de Euskadi, las previstas para mayo de 2027, para las que los partidos vascos despliegan ya sus estrategias. El ecuador de la legislatura, que se cruza justo ahora, ofrece, sobre el papel, un panorama balsámico para la entente. Las tres diputaciones están encabezadas por el PNV en coalición con el PSE -en minoría en Álava y Gipuzkoa, aunque los Presupuestos salieron adelante gracias a sendos acuerdos con Bildu y PP-, igual que los Ayuntamientos de Bilbao y San Sebastián. En Vitoria, la coalición no cuenta con mayoría absoluta pero la socialista Maider Etxebarria pudo aprobar las Cuentas también gracias a los soberanistas. Incluso, en estos dos años se ha logrado cerrar acuerdos de gobierno en enclaves históricamente 'alérgicos' al pacto PNV-PSE y donde la convivencia entre ambas siglas había sido especialmente complicada: en Eibar -con la dimisión, eso sí, de dos ediles jeltzales- y en Irún.
¿Por qué entonces el aroma del pacto es a fin de ciclo? Los actores políticos vascos, incluidos los propios socios, miran a 2027 como un posible punto de inflexión en una fórmula de gobierno que ha funcionado con eficacia desde hace una década. «Esta puede ser fácilmente la última legislatura de los acuerdos generales entre PNV y PSE. Puede que dentro de dos años veamos otros escenarios, como que se deje gobernar a la lista más votada», opina un dirigente de la oposición, convencido de que los socialistas no volverán a impedir un Gobierno de Bildu en Gipuzkoa, como sucedió en 2023. «Son los socios más leales de Sánchez, algo habrán pedido». La hipótesis de que la geometría variable se abra paso en las instituciones vascas está extendida entre las fuerzas políticas. La 'música' que llega desde Navarra, donde PSN y Bildu ya forzaron una moción de censura para desplazar a UPN en Pamplona y donde la hipótesis de un Ejecutivo foral de socialistas y soberanistas está más madura que en Euskadi alimenta el clima de incertidumbre.
Con esos antecedentes, no es de extrañar que Andueza haya tocado nervio al poner en cuestión, por primera vez en tres legislaturas (cuatro si se cuenta el acuerdo de gobernabilidad que PNV y PSE alcanzaron iniciado ya el primer mandato de Urkullu), la propia viabilidad existencial del acuerdo. El tono de sus palabras ha causado genuino estupor en el socio mayoritario. «No sabemos qué pretende. De momento, protagonismo», repetían esta semana los jeltzales consultados. Pero circulaba otra hipótesis que Esteban ha deslizado también: que el PSE esté intentando marcar «perfil» propio por si en Madrid vienen mal dadas y Sánchez, acosado por numerosos frentes judiciales y sospechas de corrupción, acaba cayendo. O por si decide sacar de la chistera el conejo de un adelanto electoral.
Todas las respuestas conducen a las urnas. También en el caso del PNV. El clima de inestabilidad que se ha apoderado de la villa y corte afecta a los socios de Sánchez. Los jeltzales insisten en que mientras Vox sobrevuele la ecuación no irán con el PP ni a heredar, pero, al mismo tiempo, desde la llegada de Esteban al puente de mando del EBB, la intención de desembarazarse de la imagen de partido sumiso a Moncloa o -sobre todo- asimilado a las izquierdas ha quedado meridianamente clara.
Es más, desde las filas jeltzales se han esforzado esta semana en apuntar que los ámbitos de discrepancia que han tensado en las últimas semanas la relación PNV-PSE se han dado en materias competencia «del Estado», como el centro de refugiados de Arana en Vitoria, el decreto de universidades de la ministra Morant, el soterramiento del TAV a su llegada a la capital alavesa o incluso la cuestión migratoria. Al intento evidente de blindar al Gobierno de Pradales de las turbulencias -«es donde mejor funciona el pacto, no ha habido un solo problema este año; los consejeros se llevan bien, pero Andueza necesita al lehendakari para confrontar», opinan en el PNV- se suma el de marcar perfil propio, incluso combativo, frente a Sánchez.
Pero, además de todos estos condicionantes coyunturales, existen también los estructurales. El principal valor añadido del acuerdo PNV-PSE ha sido ofrecer una garantía de estabilidad política con marchamo de transversalidad a una Euskadi agotada por la fractura en bloques que propiciaron el terrorismo de ETA y, en otro plano, los órdagos soberanistas de Ibarretxe. Asentada ya la Euskadi calmada y previsible, el mundo, con Trump y Putin a la batuta y la ultraderecha ganando espacios cada día, ha cambiado de golpe. Y con él, los nuevos debates centrales, como el migratorio, han traído a Euskadi el germen de la polarización que hasta ahora no sólo se había esquivado sino evitado deliberadamente. Una inercia que obliga a los partidos, incluido el PNV, a huir de la indefinición y a mojarse en lo ideológico. De momento, no hay alternativas que inviten a PNV y PSE a profundizar en la ruptura pero sólo el tiempo dirá si esa inercia lo hace inevitable.
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