Mantua, una ciudad entre lagos y palacios
La pequeña villa lombarda fue el escenario en el que la familia Gonzaga demostró su amor por el arte y el exceso
Escribió Aldous Huxley que, con su aire árabe y sus edificios reflejados en las aguas de los tres lagos que la rodean casi por completo, « ... Mantua es la ciudad más romántica del mundo». Es probable que, a despecho de la opinión del autor de 'Un mundo feliz', su prestigio en el ámbito del romanticismo quede por detrás del de Verona. Pero no hay que olvidar que es en Mantua, situada poco más de cuarenta kilómetros, donde Romeo se hace con el veneno que va a causar el mayor drama amoroso desde que el mundo es mundo.
Opiniones románticas aparte, Mantua es una pequeña y bella ciudad de la región de Lombardía, que tuvo la inmensa suerte de estar gobernada durante siglos por una familia, los Gonzaga, que dedicó grandes sumas de dinero a embellecerla. Hay una etapa crítica en ese proceso. Es en torno al año 1600, con Vicenzo Gonzaga al frente del ducado. Coinciden entonces, llamados a la ciudad, Monteverdi y Rubens, y junto a ellos otros muchos artistas que trabajan para quien ha sido considerado uno de los príncipes más pródigos y extravagantes que ha dado Europa. Tanto es así que en un par de décadas gastó de tal manera en obras de arte, teatros, esculturas, jardines, pabellones, fuentes y otras piezas ornamentales que dejó las arcas del ducado vacías. No fue en vano. La ciudad, sus residentes y visitantes disfrutan hoy de un patrimonio enorme para una urbe que no llega a 50.000 habitantes.
Mantua discurre entre dos palacios. En un extremo, lejos del casco antiguo, está el conocido como Palacio del Té. Fue un capricho de uno de los Gonzaga, en el primer tercio del siglo XVI. Una mezcla de villa y palacio construida en muy poco tiempo cuyo uso era puramente festivo. Sin apenas habitaciones ni lugares habilitados para el servicio doméstico, todo en la construcción tiene un aire inequívocamente teatral, incluidas algunas escenas de erotismo bastante crudo para la época. La famosa Sala de los Gigantes es una representación de lo que cuenta Ovidio en 'Las metamorfosis'.
El Palacio de Té entusiasma por su manierismo, sus juegos con el agua y sus jardines abiertos, o suscita rechazo por lo que tiene de excesivo. Es una visita imprescindible para el viajero que llega a Mantua. Pero no es la Mantua más auténtica. El espíritu de la ciudad está en la sucesión de plazas que se suceden entre la basílica de Sant'Andrea y el castillo de San Jorge, en la orilla misma de uno de los lagos.
De los lagos a Sant'Andrea
El castillo de San Jorge está comunicado con el Palacio Ducal y la visita se hace a través de este. Se trata de una suma de salas, dormitorios, gabinetes y estancias varias enlazadas de forma laberíntica, que conducen en ocasiones a jardines elevados, basílicas o patios. Las habitaciones de Isabella d'Este están entre lo mejor del palacio, pero la joya auténtica es la llamada 'Cámara de los Esposos'. Se trata de una pequeña estancia en la que Andrea Mantegna representó una corte renacentista, culminada por un óculo a cuyo alrededor pintó una balaustrada desde la que se asoman algunos personajes, en un ejercicio absolutamente teatral.
Por fuera, el castillo tiene el mismo aire de todos los de la zona norte de Italia, de Ferrara a Milán. La diferencia está en los lagos. Ahí es donde reside el romanticismo del que hablaba Huxley.
Si esos lagos limitan el casco antiguo por un lado, por el otro lo marca la basílica de Sant'Andrea, creación del arquitecto León Battista Alberti, un verdadero hombre del Renacimiento. Verdadero porque vivió en esa época y porque reunía tantos saberes que es más rápido decir en que áreas no disponía de notables conocimientos. La basílica es el mejor edificio religioso de la ciudad, muy por encima de la catedral. Lo es no tanto por su exterior como por su apabullante interior, en el que la luz juega un papel primordial. Frente a la rotundidad de la basílica, en la colindante Piazza delle Erbe, la Rotonda pasa casi inadvertida. Pero esta iglesia redonda, de dimensiones muy reducidas, bien merece al menos una visita.
Las plazas
El paseo continúa luego de plaza en plaza, contemplando el Palazzo della Raggione, de un estilo que también es habitual en la zona, y el reloj astronómico. En la piazza Broletto, los palazzos del Massaro y Podestà están ahora mismo cubiertos con toldos por la restauración de las fachadas. La contigua piazza Sordello es la mayor de todas ellas y donde se acumulan los monumentos, porque aquí están además del Ducal, los palacios Bianchi y Castiglioni, la torre della Gabbia y el voltone di San Pietro. El amplio espacio, que está construido con una ligera pendiente, se cierra en su extremo superior con la catedral, un edificio más notable por fuera que por dentro. Su interior, luminoso y rectilíneo, peca de una cierta frialdad y no resiste la comparación con Sant'Andrea.
Pasear por Mantua, por sus soportales, sus plazas y parques (la llamada Plaza Virgiliana es más un jardín), es repasar la Historia de Europa entre los siglos XVI y XVIII. Muchas cosas se perdieron en guerras y revueltas. O simplemente por el destructivo paso del tiempo. Pero queda un patrimonio muy notable. Grande, como los palacios Ducal y del Té, y pequeño, como el precioso Teatro Bibbiena, que parece casi un decorado. Real e imaginario. Porque la casa de Rigoletto –un inmueble mínimo que así se anuncia, frente al palacio Ducal– es completamente falsa. Al fin y al cabo, la historia original sobre la que Piave escribió el libreto de la ópera de Verdi se basa en una pieza teatral de Victor Hugo cuya acción transcurre en Francia. Pero en Mantua todo es posible.
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