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Thrill Walk de Birg en los Alpes berneses. I. López

Vuelo directo desde Bilbao al balcón de los Alpes

La ruta perfecta para verano: llegada a Ginebra, Patrimonio de la Humanidad en Berna y paisaje alpino en Mürren

Jueves, 26 de junio 2025, 00:20

Cuentan viejas historias que, antaño, los jóvenes partían hacia los Alpes en busca de la flor de las nieves más hermosa como prueba de devoción a sus enamoradas, por eso la edelweiss se convirtió en símbolo de valentía, coraje y amor. Tal vez ustedes no hayan recibido aún el inusual regalo, así que será esta dama quien dé la vuelta a la historia y salga hacia Suiza, uno de los países que han adoptado la preciada variedad silvestre como emblema nacional, con el fin de recolectarla y traerla a casa en su honor. La gesta conduce por varios destinos hasta la cadena montañosa, es apta para inexpertos en asuntos de montaña e incluye avión, tren, bus y teleférico. Arranca en Bilbao, con vuelo directo hasta Ginebra, la ciudad puntual como sus relojes. Pasa por Berna y su espectacular casco antiguo Patrimonio de la Humanidad. Y acaba en Mürren, frente a la impresionante postal dibujada por los montes Eiger, Mönch y Jungfrau, donde crece la flor.

Mürren ofrece la típica postal alpina. I. López

Hora y media escasa de travesía aérea directa desde Bilbao facilita aterrizar en la ciudad elegida como sede europea de la ONU. Suma también la de la Cruz Roja, pues fue el ginebrino Henry Dunant quien, al observar los estragos de la batalla de Solferino, creó el primer Comité Internacional en 1863, tras convencer a sus coetáneos de que un soldado herido solo es un hombre necesitado de ayuda, por eso la urbe cuenta con museo dedicado a la organización humanitaria. Curiosidades hay varias, la primera el casco histórico más grande del país, dominado por la catedral de Saint-Pierre. Austero, eso sí, el protestantismo no favorece excesos decorativos. Un total de 157 escalones ascienden hasta lo alto de sus torres con ansia panorámica. Los padres de la Reforma en la ciudad, Farel, Calvino, Beza y Knox, aguardan pétreos en el Parc de Bastions, junto al lema de la urbe y el protestantismo: 'Post tenebras lux' (Después de la oscuridad, la luz). Y cuentan con sala expositiva, el Museo Internacional de la Reforma.

Jet d'Eau en Ginebra. I. López

Pero mencionábamos la presencia de extrañezas, como el Jet d'Eau, chorro de agua que asciende 140 metros a 200 kilómetros por hora. Antes que fuente, fue válvula en la planta hidráulica que prestaba la fuerza del río Ródano a los relojeros, porque aquí los relojes dieron (siguen dando) de comer a mucha gente. En el siglo XVI, Ginebra se convirtió en cuna de la alta relojería, importaron la tradición protestantes huidos de la Europa católica. ¿Sabían que las mujeres usaron relojes de pulsera mucho antes que los hombres? En 1878, Patek Philippe creó el primero suizo, una pieza refinadísima para la condesa Koscowicz de Hungría. Otros refinamientos lucen tras las vitrinas del Museo Patek Philippe, poseedor de una de las colecciones más raras y antiguas de estos artilugios, esmaltados y dorados que adornaban la elegancia de unas mujeres mientras otras, las obreras, se jugaban la salud trabajando con el mercurio necesario para lograrlos. En la calle, junto a un lago Leman rodeado de casas envidiables que conviene conocer gracias a un paseo en barco, quedará acercarse a otro reloj, el de flores del Jardín Inglés, cuyo segundero de 2,5 metros es el más largo del mundo.

Reloj de flores del Jardín Inglés. I. López

Ginebra es una ciudad de contrastes. Rodeada de montañas, ninguna le pertenece pues forman parte de Francia (desde una de ellas, Mont Salève, las vistas son magníficas) Allí nació uno de los filósofos más famosos de la Ilustración, Jean-Jaques Rousseau, en 1712, hijo y nieto de relojeros, por cierto; su casa aguarda en la Grand-Rue, convertida en encuentro para literatos y pensadores. Y allí murió la emperatriz Sissi en 1898, apuñalada por un anarquista italiano, por eso el muelle de Mont-Blanc luce su estatua. También encontrará el visitante la dedicada a Frankenstein, en Plaine de Plainpalais, pues en 1816, de una excursión a una villa ginebrina compartida por la autora Mary Shelley, los poetas Lord Byron y Percy Bysshe Shelley y el novelista John William Polidori surgiría la simiente del libro dedicado a la criatura. Aquellos bohemios habrían adorado el barrio italiano de Carouge, cuyo color difiere respecto a los tonos neutros del centro. Pequeños cafés se alternan entre callejas, combinan ambiente y sosiego dentro del puzzle de nacionalidades que es este cantón, nutrido por un 44 por ciento de población inmigrante, por eso es sencillo encontrar quien hable castellano.

Barrio de Carouge. I. López

Contradictorio parece también que una zona con nombre de licor no tenga nada que ver con esa bebida y se haya convertido en la vinícola más grande de Suiza. Viñedos aguardan a pocos kilómetros, incluso es posible acercarse en tuk-tuk con la compañía Welo. Hasta Santigny, por ejemplo, a la Bodega Les Perrieres, regida por la octava generación. Es probable que el nombre de Ginebra provenga de la palabra celta y latina «Genava», traducida como «lugar donde confluyen las aguas». El río Arve se funde con el Ródano en el Pointe de la Jonction, 'La confluencia'. El primero añade tonos pardos a los turquesas del segundo en una zona pretendida por los habitantes, que también disfrutan otro escenario perfecto en días cálidos, el lago.

Zona vieja de Ginebra. I. López

Los ginebrinos adoran el fluir de las aguas tanto como el del chocolate. Tras fundirlo crean dulces obras artísticas, incluso han ideado una tarjeta especial, la Choco Pass, para completar una ruta de pastelerías donde recoger bolsitas de bombones que, acumuladas, cubren de sobra la dieta azucarada y son la excusa perfecta para que niños y golosos caminen. Desde turismo también proponen la Geneva Pass, con acceso a museos y actividades, y los alojamientos ofrecen gratis la Geneva Transport Card, válida para el transporte público, incluso desde el aeropuerto. Es tal el fervor por el descendiente del cacao que, cada 12 de diciembre, celebran la expulsión de las tropas del Duque de Saboya en 1602 rompiendo marmitas de chocolate al grito de «¡Así murieron los enemigos de la República!», pues cuentan que una ciudadana lanzó el guiso de su olla sobre los soldados, a los que se habían unido mercenarios españoles, por cierto.

Vista de Berna desde el Jardín de Rosas. I. López

Berna, la ciudad patrimonio

Digerido el empacho, tocará cambiar de rumbo. Menos de dos horas de tren acercan hasta la magnífica obra de arquitectura rodeada de verde que es Berna, cuadro espectacular de trazos precisos, merecería ser expuesto en la mejor galería. Bertoldo V de Zähringen fundó la capital de Suiza en 1191. Dicen que no tenía claro cómo llamar al asentamiento, así que salió a cazar y decidió que el primer animal que derribara otorgaría el nombre. Atrapó un «bär», oso en alemán, del que podría derivar la denominación, pero suena más a leyenda que a realidad. Tres úrsidos muy reales aguardan ahora en BärenPark, junto al río que aparece en todos los crucigramas, el Aar, cuyo precioso tono turquesa no se parece en nada al negro sobre blanco de la tinta.

Zytglogge, la Torre del Reloj. I. López

La ciudad sufrió una catástrofe en 1405, cuando un incendio arrasó seiscientas casas y mató a un centenar de personas, entre ellas las presas encerradas en la famosa Torre del Reloj, Zytglogge, que funcionaba como cárcel. El fuego destruyó también la popularidad de este destino. Para recuperarla crearon una de sus mayores atracciones, el reloj de la torre, que luce orgulloso el título de reloj mecánico más antiguo de Europa aún en funcionamiento idéntico a cuando lo construyeron (lo de los suizos y los relojes es un amor declarado).

Cada hora, sin faltar una, sucede lo mismo desde hace siglos. Canta el gallo cinco minutos antes de sonar las campanas. Trata el bufón de engañar al público con falsas campanadas. Giran los osos y busca tono otra vez el gallo. Cronos da la vuelta a su reloj de arena, abre la boca y mueve el cetro tantas veces como marque la hora mientras otro oso vigila la marcha del asunto. Y cierra la ceremonia el gallo. Un armero, Kasper Bruner, ideó el montaje que hoy siguen contemplando admirados relojeros e ingenieros de todo el mundo. Sucede en la avenida principal del casco antiguo Patrimonio de la Humanidad, calle larga con cuatro nombres distintos. Y ancha, porque la ciudad no tenía plazas y el mercado se desarrollaba en ella. Repleta de fuentes coronadas por estatuas renacentistas. De edificios gremiales presididos por figuras simbólicas. De casas de cuatro alturas cuyos pisos superiores ocupaban tres familias que compartían en la baja cocina y baño, como la de Einstein, residente allí un tiempo. De banderas y seis kilómetros de arcadas repartidas por la zona antigua.

Casas pertenecientes antaño a la nobleza. I. López

Aunque ya advertimos que las iglesias protestantes no son dadas a ornamentación, la de San Vicente, comenzada en 1421 pero extendida 167 años debido a 11 oleadas de peste, salvó su pórtico probablemente porque lanzaba un mensaje claro a la población analfabeta: «Si pecas, no te salvarán ni el poder ni el dinero». Representa el Juicio Final. A un lado los elegidos del cielo, al otro los expulsados al infierno. Materializan el cómic de piedra 171 estatuillas, cada cual dueña de su propia historia, la mujer con un bebé junto al vientre, asesina de infantes; el adúltero encadenado a la infiel; el religioso atado a una chica por romper sus votos... todos camino del averno.

Calle principal en la zona antigua de Berna. I. López

El disfrute celestial también tiene cabida en esta ciudad perfecta. Si el sol asoma es fácil ver a sus pobladores sentarse sobre la hierba en los parques, jugar a la petanca, al futbolín, al tenis de mesa. Echar una partida de ajedrez o disfrutar un Aperol Spritz en terrazas bajo los árboles. Con las cumbres nevadas de nuestro destino final, los Alpes berneses, al fondo. Asomarse al Aar, junto a la iglesia principal, remarca las diferencias de clase: arriba las antiguas casas nobles con sus jardines, abajo el barrio de Matte, donde exiliaban las labores molestas, esas que olían o hacían ruido, las de curtidores, carniceros, carpinteros... La llegada del tren, cargado de productos baratos, supuso el fin de los artesanos, y el tiempo, que siempre avanza como bien sabe Cronos, convirtió la zona en una de las más exquisitas al dormir asomada a un río que pasa veloz, como si llegara tarde a su cita con el Rin.

La mejor localización para observar el espectáculo la concede el Jardín de Rosas. Desde allí se contempla un Aar empeñado en abrazar la ciudad que considera suya, la sitia para protegerla de intrusos y riega la tierra sobre la que se asienta este capricho de dioses edificado por humanos. La vista alcanza incluso al Bundeshaus, el Palacio Federal suizo que recuerda la capitalidad y se ha convertido en sede de una de las democracias directas más modernas del mundo. Para regresar a lo mundano y conocer la zona de Emmental, cuna del queso de idéntico nombre, es posible programar una excursión hasta Emmentaler Schaukäserei en Affoltern, donde explican cómo se elabora. Por si necesitas desconectar de ciudad y conectar con el campo. Y con la línea 12 del bus, podrás acercarte desde Berna en solo un cuarto de hora al Museo Zentrum Paul Klee. Diseñado por el arquitecto Renzo Piano y dedicado al pintor.

Plataforma skyline de Schilthorn. I. López

Los Alpes berneses

Dejamos atrás los ideales para atender a los datos prácticos y enlazar con nuestra siguiente parada, Mürren, sin despistar el objetivo del viaje: la búsqueda de la preciosa edelweiss. Un tren lleva de Berna a Interlaken Ost emborrachando los sentidos con maravillosas vistas del lago (1 hora). Desde allí habrá que tomar otro a Lauterbrunnen (20 minutos). Salir de la estación para subir al autobús 141 hacia Stechelberg (13 minutos), y subir en un teleférico de vértigo, el más empinado del mundo con pendiente del 159,4 por ciento, hasta la localidad alpina, mientras admiras cascadas y laderas. Parece complicado, pero es sencillo, el país coordina bien sus transportes.

Situada en el suroeste de Suiza, en el Oberland, muestra la típica estampa con casitas de madera, rebaños de vacas y toda la gama de glaucos que compiten en intensidad con la nieve sobre las cimas del Eiger, el Mönch y el Jungfrau. Ogro, monje y virgen, así se traducen estas montañas, descansan bajo un inmenso cielo, cubiertas con sus gorros níveos. Cortan la respiración, no por la altura, aunque podría, miden 3.970, 4.099 metros y 4.158 metros respectivamente, sino por su innegable belleza. Podrías mirarlas durante horas sin pestañear mientras observas pequeñas avalanchas que ojos poco entrenados confunden con saltos de agua. Alojarse en un hotel con vistas a los colosos funde tu cuerpo con el suyo. El exterior invade el interior, entra en la habitación. Subyuga tanto poderío, ridiculiza la propia existencia. Allí una se sabe parte de un plan mayor que escapa a la comprensión humana.

Una calle de Mürren. I. López

La posibilidad contemplativa es tan amplia como la volcada en rutas de senderismo o bici de montaña. Más breves, más largas; con mayor o menor desnivel. Los parapentes, otra de las actividades estrella, rivalizan en vuelo con las aves. En invierno reina el esquí, pero nuestra flor de las nieves brota a partir de julio, busca como nosotros el calor que, cuando pega, aquí tuesta hasta la madera, por eso jóvenes casas de madera clara conviven con las de madera oscura ya curtida. Mürren es encantadora. Únicamente 400 habitantes permanentes la pueblan, gente tranquila acostumbrada al sosiego, la naturaleza y los cambios caprichosos del clima.

En Mürren, vayas donde vayas hay buenas vistas. I. López

Primero llegó el turismo. Después apareció el Agente 007, Bond, James Bond, con sus pistolones y sus chicas. El director Peter Hunt eligió Schilthorn, la estación más alta hasta la que acceder en teleférico, para rodar 'Al servicio secreto de Su Majestad' en 1968, protagoniza por George Lazenby. Por eso la base cuenta con un espacio dedicado al film que hoy en día huele ya un poco a rancio (disculpas a los muy seguidores). Los fans del espía inglés podrán soñar que pilotan un helicóptero entre las montañas y ver cómo colgaban de otro al cámara para obtener planos aéreos. Para no adeptos, queda la plataforma skyline donde sentirse en las nubes rodeado de vistas sobre 200 picos montañosos vestidos de nieve. Y un restaurante giratorio, el Piz Gloria, con panorámica de 360 grados sobre el paisaje que rota y rota mientras comes y comes. Algunos huecos aún están en obras, como el Thrill Walk de la estación intermedia de Birg, donde de momento solo es posible atravesar una red pegada a la pared de la montaña, con el vacío como vista bajo tus pies y una foto magnífica para el recuerdo.

El senderismo es una de las actividades estrellas en la zona. I. López

De vuelta, desde Mürren es posible provocar el subidón adrenalítico en la vía ferrata. Caminar hasta Gimmelwald para atravesar el puente nepalí. O partir en busca de las cascadas Mürrenbachfall, las más altas del país, que estrellan su caudal desde 471 metros. Con tanto por ver y hacer, disculparán que esta dama se olvidara cumplir con su primer objetivo. Encontrar la esquiva edelweiss suponía perderse las panorámicas… tal vez esta dama crea que el romanticismo está sobrevalorado. Porque en Suiza, no nos engañemos, lo normal es enamorarse del paisaje.

Dónde comer

El chef Andrés Arocena en 'Le Micheline'.

Se formó con Arzak y Berasategui, por eso no resulta chocante encontrar reminiscencias muy vascas en su cocina. Por eso y porque su ascendencia es donostiarra. Al chef Andrés Arocena le encanta sorprender con su creatividad. En cuanto se da cuenta de que hay una vasca en la mesa, propone su variedad de txipirones rellenos para que otorgue o no conformidad a la creación. Todas las degustadas resultan excelentes, por algo ha ganado una estrella Michelin y ha dejado de ser una joven promesa para convertirse en apuesta segura. El restaurante 'Le Micheline' aspira a mantenerse como espacio regido por la pasión. Sentado junto al ventanal que da a la cocina, el huésped observará el trasiego de un equipo que cocina y emplata con precisión. Arocena plantea propuestas sin restricciones, divertidas y con estética colorida. Una explosión de sabores que no daña el bolsillo (https://www.lamicheline.ch/).

Información:

www.switzerland.com

www.swissworld.org

Transporte:

Vuelos: EasyJet. 1:30 h.

www.travelswitzerland.com

www.sbb.ch (horarios de trenes y transporte público)

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