La presa oculta en el bosque

La primera parte es común a con la subida al Pagasarri a través del agroturismo de Ordaola. Tras el desvío de la carretera principal, de la que nos saldremos por la izquierda, una rampa bajo la autopista nos va a recibir con brusquedad. Es al principio y la afrontamos con ganas, pero nos va a hacer dudar de nuestras fuerzas. Es normal que cueste, porque tiene un 15%. Afortunadamente no es muy larga.

Esa tónica se va repetir pasado el barrio de Azordoiaga: rampas cortas y empinadas, pero con una proporción entre ascenso y llaneo relativamente asequible.

Llega pronto un momento en el que los que se desvían al Pagasarri lo hagan por una pista de cemento que se levanta frente a nosotros, que continuamos por el asfalto cuesta abajo hasta cruzar al otro lado del río por el precioso puente de Mentetxu. Estamos a solo dos kilómetros del bullicioso valle del Cadagua, que ha quedado detrás, como en otro mundo. Estamos en un bosque, con un arroyo que serpenteaa a nuestra izquierda mientras baña piedras pulidas por la corriente y forradas de musgo por la sombra. Pronto nuestra agitada respiración nos impedirá escuchar el murmullo del río. Hay que centrarse en pedalear y mantener el equilibrio de pie sobre los pedales. La cadencia difícilmente será muy grande por la pendiente de este último kilómetro y medio se va más allá del 13%. Ya disfrutaremos del paisaje a la vuelta. No hay, eso sí, más excusa que la inclinación, porque el asfalto es estupendo. Es verdad que la carretera es estrecha. ¿El premio? Llegar a un lugar remoto de belleza relativa -vale que es un pequeño embalse y no un magnífico lago alpino-, pero de tranquilidad absoluta, en la que disfrutar del rato de contemplación imprescindible para recuperar el aliento.

Luego hay que bajar por el mismo camino de subida, ya que es una vía sin salida construida para el mantenimiento de la presa. Después de descender con cuidado, ya que la bici se embala, debemos detenernos antes del puente paara contemplar el arroyo Azordoiaga antes de llegar a la carretera general y ser como esos otros ciclistas que van y vuelven de Artziniega sin probar el picante de los desvíos.