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Declaro mi enamoramiento por La Gomera. No sé si será el típico deslumbramiento pasajero o si el amor durará toda la vida, el paso del tiempo lo dirá como en cualquier relación que comienza, pero a día de hoy la isla resulta bella por sus singulares formas, elegante por su traje natural, atractiva por la multitud de opciones ofrecidas y relajante pues favorece la paz mental. Como sucede en muchas primeras impresiones, esta diva natural puede parecer inaccesible al principio. Disfrutar de sus encantos supone tomar un vuelo desde Bilbao hasta Tenerife de unas 3 horas y subirse después a un ferri 50 minutos más. Aunque cuenta con aeropuerto, los locales se inclinan por el barco, así que allá donde fueres, haz lo que vieres.
Una vez aterrizado, disponer de coche se traduce en libre movilidad, llegar a todos los rincones. También hay salidas organizadas a las que apuntarse, esas que te traen y te llevan hasta la caminata. Porque a La Gomera se va a andar y a todo lo contrario, a hacer senderismo por parajes únicos y a tumbarse después en la hamaca junto a la piscina, aprovechado las maravillosas vistas al Teide. «Los tinerfeños tendrán el volcán, pero los gomeros disfrutamos de la mejor panorámica», les gusta recordar a los locales, y es cierto. Resumiendo, el viaje propone una mezcla de deporte y reposo, aventura y relax perfecta para unas vacaciones bañadas en mar y naturaleza.
La cantidad de senderos es enorme, más de 600 kilómetros dentro de una ínsula declarada Reserva de la Biosfera. Con distintas dificultades y paisajes de ensueño. Muchos aptos para bici de montaña. Caminar entre verde intenso y exuberancia no es algo que pueda hacerse en cualquier sitio… aquí sí. Dar pasos entre laurisilva, bosque húmedo subtropical que los habitantes han sabido respetar y miman, de ahí que la isla conserve la mayor densidad de flora endémica por 100 kilómetros cuadrados de Europa. Forma parte del encanto de este destino, todavía no demasiado explotado, acceder a miradores como el de Vallehermoso, desde donde contemplar bancales, terrazas labradas en las montañas para el cultivo, sabinas y rocas erosionadas similares al Monumento Natural de Roque Cano, que erguido, posa sin reparo para la foto.
También acercarse al Mirador de Los Roques, sobre cuatro vestigios de antiguas chimeneas volcánicas por donde fluía el magma y que la erosión no ha logrado desmantelar. Al de La Punta, sobre la playa de callaos de Santa Catalina. O al artificial Mirador de Abrante, plataforma de cristal suspendida en el aire. La Gomera, decíamos, conserva ese encanto de isla no sobrexplotada, huye del turismo invasivo que coloniza e iguala todo. Tal vez esta isla canaria se haya salvado precisamente porque no es apta para vagos. Corregimos, apta es, pero los poco aficionados al esfuerzo se suelen quedar en su vecina mayor, Tenerife, por ahorrarse el barco. En la otra encuentran servicios adosados a la tumbona, aunque eso suponga vecindario poblado por cientos y cientos de adoradores de sol. En esta hallan paz, un diamante cada vez más escaso, sin renunciar a las mismas comodidades.
Bosque de laurisilva
Aconsejamos comenzar la visita por el Parque Nacional de Garajonay, en el centro de visitantes de Juego de Bolas donde aprender, antes de verlo, todo lo que la isla y sus bosques declarados Patrimonio Mundial por la Unesco ofrecen. La laurisilva poblaba hace millones de años muchos lugares del mundo, pero ahora se encuentra en muy pocos, uno de ellos las casi 4.000 hectáreas de barrancos con arroyos y lomos escarpados de este parque. Hablamos de una flora antigua, sabia pues lleva en el planeta desde la Era Terciaria gracias al frescor de los vientos alisios y a la 'lluvia horizontal' que da de beber a la cordillera. Rumbo a este destino, los ojos descubrirán carreteras zigzagueantes entre bancadas y taparuchas, diques volcánicos que la erosión dejó al descubierto formando murallas, heridas infringidas al suelo, fracturas creadas por las erupciones en este enclave de rocas basálticas y tupida vegetación.
Saltarán al senderista lágrimas de emoción cuando recorra las im-pre-sio-nan-tes sendas (lo pronunciamos despacio para que quede claro), cuando se sienta parte de un cuento de hadas, dentro de un bosque encantado donde los árboles danzan unos con otros entrelazados sensualmente en formas imposibles que muchos escultores adorarían modelar. Un baile de ramas cubiertas por la cautivadora capa de musgo que abriga su desnudez, vistiéndolas de un intensísimo tono glauco.
La escena da para muchas leyendas que en este entorno mágico suenan casi reales, relatos sobre la devoción prohibida entre Gara y Jonay, los amantes aborígenes que dan nombre al lugar y acabaron quitándose la vida juntos, porque aquella adoración no era bien vista por los miembros de sus tribus enfrentadas (cada región, ya se sabe, tiene sus Romeos y Julietas). El toque de bruma pone broche de oro al singular paisaje, apto para ser recorrido sin necesidad de paliza (o dándosela), un entorno repleto de senderos sencillos como Las Creces, de 4,2 kilómetros y 100 metros de desnivel, perfecto para acudir con niños, que además conecta con otros de sugerente nombre como el de Raso de la Bruma, Las Hayas, Vallehermoso o Arure.
Si el visitante busca alucinar, lo hará ante Los Órganos, Monumento Natural que añade música de olas a esta increíble formación rocosa esculpida por la lava. La única manera de contemplar sus 87 metros de alto y 191 de ancho es desde el mar, cuando las condiciones del caprichoso océano lo permiten, por eso habrá que subir a un barco para dejarse ganar por estas columnas verticales semejantes a los tubos del instrumento. Al embarcar en el puerto de Valle Gran Rey, verá el grumete pueblos costeros como Taguluche, Alojera, Tazo y Arguamul, alejados de la masificación, silenciosos y adornados por casas tradicionales que parecen colgar de la ladera. Incluso delfines y ballenas. Hablando de rincones algo más urbanos, en el norte Agulo engorda la lista de 'Pueblos más bonitos de España'. Bautizado como 'El bombón de La Gomera', se extiende sobre calles empedradas y una iglesia de San Marcos que destaca por cúpulas blancas en contraste con el rojizo de las tejas que techan las casas.
«Solo 20.000 habitantes pueblan esta isla extendida sobre 370 kilómetros cuadrados y repleta de playas vírgenes», advierte Montse, guía durante el viaje. En Valle Gran Rey, cuyo nombre homenajea el hogar de Hupalupa, protagonista de la Rebelión de los Gomeros de 1488, podrá el amante de sol y toalla aprovechar la Playa del Inglés o la de Vueltas. Al noreste, en Hermigua, entre palmeras y plataneras, la Playa de la Caleta con su alfombra de arena volcánica. Cerca El Pescante, esqueleto del antiguo embarcadero «por donde entraban y salían los productos que La Gomera producía o compraba», añade la cicerone. En Alajeró toca admirar barrancos y acantilados de infarto, además del Monumento Natural de La Caldera, cono volcánico mejor conservado, carente de actividad eruptiva en el último millón de años.
Silbido único
La naturaleza regaló a los gomeros un hogar maravilloso, pero de beligerante orografía. Por eso debieron adaptar al medio no solo sus cultivos, sino también sus movimientos y comunicaciones. De este último acomodo nació una tradición única en el planeta, el silbo, «lenguaje silbado cuyo origen es anterior a la llegada de los conquistadores hispánicos», recuerda la guía. Surgió de labios aborígenes, cuando el guanche era su idioma, para superar el complicado terreno que no favorecía las ganas de relacionarse. Siglos después lo conservan, declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco. Los problemas geográficos originaron también otra práctica curiosa, el Salto del Pastor. Los conductores de rebaños utilizaban esta técnica para esquivar tajos y piedras. Una larga vara de madera con punta metálica, la astia, ayudaba a los brincos.
Hablando de tradición, no podría faltar la culinaria. Casa Efigenia, en Arure, se enorgullece de ser el restaurante vegetariano más antiguo de España, y el restaurante más emblemático de la isla. Aún saluda a la concurrencia la propia Efigenia Borges, a pesar la suma de años que la precede y de que jamás haya querido corroborar los que indica su DNI. Coqueta, adornada con joyas y sonrisa permanente, su presencia gesta una experiencia inolvidable con inolvidables sabores, mientras cuenta que por sus mesas pasaron famosos como la excanciller alemana Angela Merkel. Allí habrá que probar productos estrella como el gofio o el almogrote, el potaje de berros o las papas arrugadas con mojo.
El broche de oro al día lo pone la Fortaleza de Chipude, desde donde asistir a una de las mejores puestas de sol de la isla. Enclave con significado religioso para los aborígenes, más allá de su importancia histórica salta a la vista la natural, el efecto de una paciente erosión prolongada durante siglos que labró una meseta a 1.243 metros hasta cuya cima acceder a través de un sendero. Ya arriba, prevalece la sensación de tener el mundo a los pies, de asistir al cierre perfecto para una jornada en esta maravillosa isla digna, sin dudarlo, de todo el amor que se le profese.
Alojarse en el Bancal Hotel & SPA redondea la experiencia (www.bancalhotel.com). Si hablábamos de vistas sobre el Teide, adorables son las disponibles desde sus 5 piscinas, 2 de ellas 'infinity'. Cuando la nubes juegan alrededor del volcán y solo su cima queda al descubierto, parece que flotara en medio del Atlántico. El nombre del hotel da pista sobre lo que el huésped encuentra: sucesión de terrazas adaptadas a la ladera, escultura arquitectónica integrada en el entorno sobre un saliente al océano, vergel adornado por especies botánicas autóctonas y endémicas. A solo 5 kilómetros de la capital, San Sebastián, se encuentra cerca de todo pero a suficiente distancia para no ser molestado. Por eso acaba de recibir de La Caixa el Premio de Innovación y Modernización de Empresas Turísticas en Canarias.
En una isla donde el cuerpo pide caminar, también solicita descanso después de hacerlo. Relajación en la zona de SPA, masajes y tratamientos. Dar tregua a los pies en la terraza de la habitación, en los salones, bares y restaurantes. O zambullirse en zonas de baño invadidas por la calma. Aunque si aún quedan fuerzas, ofrece actividades propias de un destino relax: pilates y yoga, aquagym y cocina… Incluso alquiler de motos o bicis (y Bike Point para poner a punto la propia) o gimnasio abierto 24 horas, para adictos al deporte.
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