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Gaizka Olea
Jueves, 13 de septiembre 2018, 16:57
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Un cartel en el área de visitantes del parque nacional de Ordesa avisa que el aforo máximo diario permitido a este espacio natural, una de las glorias del paisaje en España, se limita a 1.800 personas. Que si se supera, no subirán más personas hasta las praderas, que el autobús, el único medio permitido en los meses de verano, dejará de funcionar. 1.800 personas no parecen muchas en un territorio tan descomunal, unas 15.000 hectáreas, pero quienes han recorrido la ruta habitual hasta la Cola de Caballo, donde el valle se cierra para los caminantes y se abre para los montañeros, recuerdan sin duda los días en que se cruzaban (o adelantaban o eran rebasados) con cientos de personas. Sin duda, es uno de esos casos en los que el esfuerzo, limitado pero prolongado, merece la pena. Ordesa es un destino imprescindible para los amantes del aire libre y los paisajes deslumbrantes.
Muy cerca, perdido en el anonimato, apabullado por la fama (repetimos, merecida) de Ordesa, se encuentra el valle de Bujaruelo, con su refugio, su camping, su bello puente románico y dos destinos para quienes aspiren a caminar casi en solitario y descubrir paisajes sorprendentes. Rutas de cuatro o cinco horas (ida y vuelta), accesibles con unas deportivas decentes, sin más equipo que una botella de agua y un bocadillo, más que nada para darse el gustazo de almorzar en un marco incomparable que, por una vez, no es San Sebastián.
Bujaruelo es tan anónimo que ni siquiera merece una carretera asfaltada. La pista que asciende desde el puente de los Navarros (giro a la izquierda, el de la derecha conduce a Ordesa) tiene algunos tramos de hormigón pero la mayoría son de tierra apisonada. En verano se levanta una polvareda tal que el coche terminará la jornada con una gruesa capa de polvo. Pero el hermano pequeño del parque nacional tiene mucha historia, pasma encontrarse junto al puente una señal que indica que es parte del camino de Santiago. Los romeros ascendían (¿trepaban?) por el lado francés a la altura de Gavarnie para dirigirse a Santiago. Si en tiempos oscuros superaban el desnivel, apto sólo para montañeros con espolones, sin duda llegarían a besar la túnica del santo. Si no se los comían los lobos o eran víctimas de los salteadores de caminos.
Desde el refugio parten dos pistas accesibles para toda la familia. Una de ellas lleva al valle de Otal, un lugar de ensueño en el que quien firma estas líneas se cruzó con menos de 30 personas durante todo su trayecto. Treinta, un sábado soleado a finales de junio pasado, en un paseo de diez kilómetros. Como estar solo. Los tres primeros kilómetros se desarrollan por una pista amplia en ligera pendiente, nada agotador, que se beneficia de una paulatina mejora de las vistas: cuanto más alto, mejor es el paisaje. Una buena excusa para echar unas fotos y apreciar, en la ladera opuesta, la tremenda ascensión hacia el puerto que limita con Francia. Uno pasea, no escala. Como la mayoría.
Luego, desde el paso de Coté, el sendero llanea y se abre ante el caminante el valle, hermosísimo, perfecto, en la escuela pintaríamos un valle así: con forma de U y una pared rocosa al fondo. Las marmotas silban en las praderas de la derecha, las orientadas al sol de mediodía, para alertar de la presencia de los intrusos. El río Otal baja serpenteando, perezoso, entre pastos y campos floridos, quizá como si adivinase que unos metros más adelante se lanzará en un descenso trepidante y ruidoso. Pero quien se aproxima a Otal ni verá ni oirá el fragor del agua, pues eso queda para quienes se encaminan hacia Ordiso.
La Tea Pizzería situada en Broto, a unos kilómetros de Torla, junto al río. Su buena mano con las pizzas y la espectacular terraza propician que durante las tardes estivales se formen largas colas para cenar. La oferta culinaria es amplia y de calidad, pues además de las pizzas elaboradas en horno de leña, el local ofrece cazuelitas, bocadillos, tostas, raciones, postres... Ribera del Río Ara (Broto). 25/40 €. )974486451.
Las Endrinas A escasos metros de La Tea se encuentra este restaurante en el que predominan los menús cerrados para almorzar y cenar. Buena cocina casera, raciones considerables y una terraza perfecta. Ribera Río Ara (Broto). 14 €. )974486497.
Al fondo del valle glaciar hay una cabaña de ganado y más adelante, una cascada que se remansa en una poza. Como esto no es un parque nacional y no hay normas, hay gente que se baña en el agua helada. Quienes tienen buenas piernas y ánimo pueden seguir por el borde de la cascada hasta el collado (2.230 metros) y afrontar la ruta circular que une Otal con el valle de Ordiso, para regresar al refugio de Bujaruelo. Son ocho horas pero el desnivel asusta, pues Otal se encuentra a unos 1.600 metros.
Para el paseante, la mejor opción es regresar al día siguiente para afrontar la caminata de Ordiso, que es diferente a la de Otal pero con encanto de sobra. La ruta parte también del refugio pero avanza por la orilla contraria a la que lleva al primer destino. Cruzas el puente y remontas el cauce a través de una densa mancha de boj, el arbusto que da nombre al valle. Pronto gana pendiente en la cuesta más exigente del recorrido, no más de veinte minutos que ponen a prueba la resistencia del visitante. Luego la pista se vuelve amable mientras sigue ganando altura y clarea el bosque de hayas y abetos.
Son, en total, algo más de 13 kilómetros y un desnivel de 580 metros que tiene su cima en la cabaña de pastores, cuatro horas de paseo ida y vuelta. Llegado a la borda, descubrirás que a la izquierda sigue el sendero en busca del collado que lleva a Otal, mientras que de frente, a modo de tentación, se ofrece un camino estrecho que lleva a Francia o a donde quieran tus piernas o tu ánimo de explorador. La tentación es grande y caminas. Una cuesta y de nuevo un sendero que discurre a media altura. A la izquierda baja el río Ara, que en el puente de los Navarros se junta con el Arazas, que baja desde Ordesa. Antes, cerca del puente romano, el Ara recibe las aguas del Otal, que baja atronador desde el valle que le da nombre. Durante milenios abrió una zanja muy pendiente en la roca y desciende ruidoso. Es desde el camino a Ordiso cuando lo verás (más o menos) y lo oirás sin duda, algo que durante el paseo hasta Otal sólo podías intuir.
El final de la caminata hacia la muga con Francia depende de tu capacidad y de la prudencia, esa virtud que avisa de que en algún momento habrá que volver al coche. En la terraza del refugio te esperan un refresco, una cerveza y platos contundentes. Sus cocineros saben lo que se traen entre manos y que el recién llegado necesita repostar.
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