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Una montañera se acerca al arco de Jentilzubi.

Senderos mitológicos en Dima

Las leyendas y la fuerza de la naturaleza se alían para convertir este paraje aislado en un espacio de visita imprescindible

Jueves, 22 de abril 2021, 21:55

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Viento y agua han modelado durante siglos las cuevas de Bizkaia. Con su transcurrir pausado –se sabían dueños del tiempo–, esculpieron ventanas imposibles en las rocas, subterráneos de piedra que incitan a la aventura, a asomarse con esa mezcla de deseo y temor ejercida por los lugares de aspecto mágico y certera oscuridad. Curiosamente, a pesar de que los vascos nos hemos caracterizado siempre por recorrer los montes y observar la naturaleza, no fue hasta las primeras décadas del siglo XX cuando se hallaron las grutas convertidas ahora en museos, simas que protegen el arte paleolítico en sus paredes, como la de Santimamiñe, u otras de extrema belleza natural, como la de Pozalagua.

Olvidamos a estas reinas indiscutibles del submundo para asomarnos a actrices secundarias que, aunque no caminen por la alfombra roja, sí cuentan con la suficiente prestancia para aparecer en el photocall. De la mano de una ruta circular de 6 kilómetros que da a conocer las cuevas de Baltzola –morada de Sugoi–, la cima del monte Garaio, el arco de Jentilzubi y el túnel de Abaro. A través de la PR BI 41. En Dima.

Enfila hacia el valle de Arratia, dentro del Parque Natural de Urkiola. La marcha, que arranca en el barrio de Indusi, promete viaje por la mitología vasca. Encontrarás las señales que indican el camino. El arco natural de piedra de Jentilzubi aguarda pronto, tras un sendero. Los gentiles crearon la oquedad ayudados por su extraordinaria fuerza, para pasar de un monte a otro huyendo de los cristianos. Eso dice la leyenda. Muy cerca se encuentra el Abrigo de Axlor, el yacimiento arqueológico más antiguo de Bizkaia y descubierto por Joxe Miguel Barandiaran. Atestigua la presencia humana en el Paleolítico Medio (150.000-40.000 a.C).

Boca de la cueva de Baltzola. Maika Salguero

Sigue camino a la ascensión. Obedece las marcas amarillas y blancas hacia el barrio de Baltzola (¡barrio, recuerda!, no vayas hacia la cueva o te saltarás la cumbre). Hasta topar con una pequeña senda, a la derecha del camino, que se sale de la ruta. Abandonarás las marcas unos metros, adentrándote en el bosque. Tranquilidad, pronto enlazas de nuevo con un cruce de caminos donde elegir el de la derecha para distinguir las alertas amarillas. Bosque primero y terreno rocoso después suben al Garaio (574 m), desde donde observar las vistas sobre el Gorbea.

Baja obedeciendo las señas de nuevo, como un alumno aplicado. Por senda de tierra, terreno picado. Tranquilidad, no hay prisa. Acabarás llaneando hasta un poste indicativo que marca la dirección hacia Baltzola, a la izquierda. Ya en el barrio, puedes detenerte ante la ermita de San Lorenzo. Luego gira 180 grados, según indican los trazos chivatos. Pasa un portón seguido de puente y avanza por el camino. ¡Atento! Para tomar la dirección hacia el túnel de Abaro debes elegir una pequeña senda a la derecha. Después aparecerá el río Baltzola. Tras él, el magnífico paso natural. Te sentirás como un enano a punto de descubrir una ciudad modelada en piedra.

Continúa por la senda de tierra sin volver a la pista ancha. En la única bifurcación existente, gira a la derecha. Tus ojos estallarán de gozo ante la cueva de Baltzola. Allí vivían las lamias, mujeres con pies de pato que adoraban peinar su melena. Para volver, desciende hasta conectar con el camino de ida en pocos metros. Cruzarás otra vez el arco de Jentilzubi. Puedes organizar la ruta al revés o, si te parece complicada y vas con niños, saltarte el Garaio para simplificar.

Un mundo subterráneo

Baltzola te enfrenta a mundo subterráneo, ambiente bañado por la incertidumbre donde los cuentos toman forma para convertirse en verdades, en historias que antaño preocupaban a vecinos temerosos de encontrarse con Sugoi. Dicen que la cueva era su hogar, aquí vivía este ser acostumbrado a manifestarse en forma de serpiente con dos cabezas o de dragón (mucho mejor la segunda alternativa, dónde va a parar). Sugoi, a quien también llamaban Sugar (nada que ver con la dulzura de la palabra inglesa traducida como azúcar) era el compañero de Mari, la dama de Anboto. De su relación nació Mikelatz, otro habitante de esta rocosa morada. Lo seguro es que las cuevas son conocidas por sus vías de escalada, encontrarás amarres que lo atestiguan.

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