Virus a domicilio
Furgón de cola ·
Se elevan a cinco los fallecidos por Coviden un edificio del barrio de SantutxuLas cosas estaban claras desde el comienzo de la pandemia. Yo me quedo en casa, decíamos, y la afirmación establecía la clase de línea divisoria ... que hace que la realidad, aun siendo peliaguda, resulte manejable. Quiero decir que era fácil de entender: el peligro, los contagios, estaban en la calle y moverse lo menos posible era apostar por la seguridad. Así, en la sociedad del Covid alguien que apenas sale y evita todo contacto con los demás ha dejado de ser un misántropo digno de sospecha para convertirse en un ciudadano ejemplar. Eso explica el éxito del argumento de proclamar lo que cada cual lleva sin ver a sus padres o abuelos antes de denunciar el proceder de los demás. Como pasa siempre que la gente se llena de virtud, hay quien, además de informar de que no ve a sus ancestros, añade que no los abraza y parece a punto de redondearlo diciendo que además los insulta cuando les telefonea para que su disgusto sea mayor y la situación de la familia más insostenible.
Y, aun así, haciendo las cosas bien puede salir todo mal. Pocas cosas están hoy tan sometidas a lo imprevisible como nuestras vidas bajo el reinado del Covid. En un edificio del barrio bilbaíno de Santutxu los vecinos han visto cómo el peligro no aguardaba solo en la calle, sino también en la finca, en los espacios comunes, probablemente en los dos pequeños ascensores que dan servicio a un edificio de dieciséis pisos con cuatro manos por planta. En apenas tres semanas, ha habido en el bloque cinco muertes por coronavirus, varias hospitalizaciones y al menos treinta contagios. Es la transmisión comunitaria en la comunidad de vecinos. En una, además, con mucha gente mayor, lo que lo vuelve todo más peligroso y explica quizá algunas cosas. Subir por la escalera para cederle a un vecino el ascensor es fácil cuando se está en forma y se vive en un tercero. Con ochenta años y viviendo en un decimoquinto, la cosa cambia.
Cuesta imaginar lo que será sentir que el virus no está ahí afuera, en la calle, sino afuera en el descansillo. La Administración debería rodear el edificio bilbaíno con todos los recursos y toda la información hasta que para los vecinos estar en casa vuelva a significar estar tranquilos, con los problemas esperando, por lo menos, al otro lado del portal.
Cataluña
En terapia
Ayer Lluís Llach hizo campaña, pero por la CUP. Recordarán que en 2015 iba con Junts pel Sí, coalición entre Esquerra y el zoo posconvergente que ayer definió como «gente poderosa» que, tras la independencia 'fake', actuó de un modo que a él aún le obliga a «ir al psiquiatra y tomar pastillas». Debo anotar que, tras la independencia, Llach sacó una bandera de la ONU en el Parlament y se largó a Senegal. Hay quien cree que fue por cobardía, pero yo sé que lo hizo para cortarle a España el paso hacia Cataluña en el lugar decisivo: el occidente africano. En Senegal el cantautor dice que estuvo «flagelándose» y «bordeando la depresión». ¿Lo notan? Aclara bastantes cosas de nuestro pasado reciente: un acomodado miembro de la élite cultural empuja a los suyos, habitantes de un rincón soleado y próspero de Europa, por una pendiente peligrosa y después cree que lo importante es informarnos de cómo le ha sentado eso a él.
Bárcenas
El mensaje
Luis Bárcenas regresa al juzgado, pero insiste en apretar al PP. Asegura, eso sí, que él solo quiere que se «depuren responsabilidades hasta el final» y paguen «los responsables de estos gravísimos hechos». Es como cuando Villarejo avisa desde la trena que la democracia está en peligro como si fuera él Isaiah Berlin. Me encanta, claro. El cuajo. Te pilla la prensa saliendo de un burdel borracho y abrazando narcotraficantes y tú preguntas por tu cámara para lanzar un mensaje: la rectitud personal importa, no hay que confundir libertad y libertinaje.
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