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Hubo un tiempo en el que creíamos que el rencor también tiene los años contados, pero don Gregorio Marañón nos decía que las guerras civiles duran siempre un siglo. Nos pareció que exageraba, pero el sabio doctor, que era un humanista, estaba en lo cierto. Mientras las dudas crecen y el independentismo aumenta. El ‘procés’ ha inmerso a Cataluña en un plan rupturista de solución tan difícil que equivale a lo imposible. Volver la mirada hacia atrás nos puede convertir en estatuas de sal, con gran contento de los iconoclastas, cada uno con su piedra en la mano. El independentismo unilateral está contenido por la aplicación del artículo 155, pero los jueces no detienen a Puigdemont para evitar lo que algunos llaman investidura-trampa. Puigdemont es un gran embustero porque engaña con medias verdades, mientras Cataluña está partida en más de dos trozos.

Se trata de reconstruir el muro con materiales de derribo o dicho de otro modo, de explorar otras vías. De momento, el Fondo Monetario Internacional ha excluido a España de las previsiones optimistas por culpa de Cataluña, es decir de ‘Puchimon’. Su mentiroso exilio no va a terminar nunca porque a él lo que le gusta es viajar acompañado por su sombra. ¿Pretende banalizar España?, le preguntaron anteayer, pero no respondió. Su pretensiones no son ocultas, porque las conoce media Cataluña y la otra media no quiere hablar de eso. Debieran preguntarnos a todos en vez de hablar de normalidad institucional. Eso de no saber a qué atenerse más que a las consecuencias es grave. Los barones recelan de las largas relaciones del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, pero los dos tienen motivos para no fiarse el uno del otro porque ambos se conocen.

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