Una ley contra la verdad
En 2015, Barbara Engelking, fundadora y directora del Centro Polaco para la Investigación del Holocausto, publicó un libro en el que recogía la historia de ... miles de judíos que, obligados a huir y esconderse de los nazis en la Polonia ocupada, encontraron la muerte merced a las denuncias de vecinos, conocidos e, incluso, de aquellos que se prestaron a ayudarles y darles cobijo. ‘On ne veut rien vous prendre, seulement la vie’ -ese es el título del libro- ahonda en testimonios nunca antes conocidos sobre la colaboración de una parte de la población polaca con los invasores nazis. Sólo así podría explicarse, señala la autora, que una vez pasada la guerra sólo quedara en suelo polaco una cantidad mínima de judíos. La cifra rondaría entre los 30.000 y 40.000. Un año antes, el director polaco Pawel Pawlikowski ganó el Oscar a la mejor película extranjera con su obra ‘Ida’, un film que aborda el espinoso tema del colaboracionismo polaco en la persecución a los judíos.
Ambos, junto con un buen puñado de historiadores y periodistas que han tratado el mismo asunto, serían a estas horas víctimas de una ley que, aprobada por las dos Cámaras polacas, acaba de firmar su presidente, Andrzej Duda, y en la que se establece como delito cualquier sugerencia o afirmación sobre el colaboracionismo polaco con los nazis durante la ocupación. También se considera punible el referirse a los campos de concentración levantados en Polonia como «campos de concentración polacos». En resumen, la polémica ley borra de un plumazo cualquier posibilidad de acercarse a la verdad histórica al mismo tiempo que cierra las puertas a cualquier reflexión profunda sobre la historia reciente de Polonia. El propio Duda ha justificado esta iniciativa apadrinada por los nacionalistas del partido Ley y Justicia, «para que los juicios contra nosotros en todo el mundo sean honestos y para que nos abstengamos de difamarnos a nosotros mismos como Estado y como nación». Se equivoca. La honestidad y la dignidad de un pueblo se obtiene no sólo tras la asunción de los errores sino tras la construcción de un relato histórico que sea lo más fiel posible a la verdad sucedida. Un Estado y una nación no caen en la mezquindad por los errores cometidos en el pasado sino por su voluntad de querer ocultarlos y, lo que es peor, por el afán de escribir la historia desde realidades deseables y ajustadas a imaginarios partidistas.
La historia no debe ser, bajo ningún concepto, una herramienta al servicio de los intereses políticos y mucho menos sobre una etapa en la que las víctimas ascendieron a millones. La más mínima duda sobre esto conduce directamente al negacionismo, lo cual es, a todas luces, intolerable. No debería asustar la verdad histórica a las autoridades polacas. Como tampoco a las francesas, holandesas, belgas, danesas, suecas,… Muchos europeos colaboraron con los nazis y denunciaron a judíos, les persiguieron, les insultaron… Les negaron la vida. Reconocerlo redunda en la dignidad de los pueblos. Negarlo y ocultarlo bajo la asunción de un victimismo exagerado y falso es hacer caer a todo un pueblo en la indecencia y en la indignidad.
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