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Unos y otros

Unos y otros

La mayoría de las caras de los políticos son de cemento armado. Tanto que ni ellos podrían hacer nada para revertir eso

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Sábado, 8 de septiembre 2018, 00:40

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Siempre me he preguntado, con cierta perplejidad invencible, por los motivos que llevan a la gente inteligente a meterse en política. Yo hubiera sido incapaz de hacerlo, lo digo en serio: de ahí mi curiosidad, algo malsana. Pero hay gente para todo, claro. Luego resulta que cuando lees entrevistas a políticos profesionales todos (evitando entrar en el tema de las ambiciones personales) responden más o menos lo mismo. Todos dicen que entraron en política por amor a la patria, por una clara voluntad de servicio y para mejorar las condiciones de vida de las personas. Y yo me lo creo. Es decir, estoy dispuesto a admitir (si insisten) que en sus comienzos fueron jóvenes románticos, honestos, imbuidos de un cierto idealismo y de una clara y decidida voluntad de servicio al pueblo. Pero, ahora la pregunta insidiosa: ¿ese romanticismo, cuánto dura? Porque, pensándolo bien, es probable que lo interesante de la cuestión no sea por qué entran en política sino por qué se mantienen en ella al cabo de un determinado tiempo: ocho años, por ejemplo. Ambrose Bierce, escritor, periodista y autor satírico, murió en 1914, pero definió la política con una frase imperecedera: «Lucha de intereses disfrazada de debate de principios. Gestión de los asuntos públicos con vistas al beneficio privado». Y si hablamos de intereses, y si hablamos de ambición, y si hablamos de beneficio privado, ¿dónde queda el altruismo? ¿Dónde, el idealismo? ¿Dónde, el romanticismo?

Me entero de la dimisión de Domènech y lo que me extraña no es que dimita él, que me parece legítimo y honrado, sino que no dimitan los demás. Yo miro a ese tipo y, al margen de que sea de Podemos, veo que su expresión facial trasmite una fiabilidad muy poco habitual entre los políticos profesionales. Y yo creo en las caras. Creo en lo que veo en las caras que no se han endurecido. Porque la mayoría de las caras de los políticos son de cemento armado. Tanto que ni ellos mismos podrían ya hacer nada para revertir eso. Supongo que Domènech no necesita la política para ser algo, como muchos otros. Y supongo que habrá visto de todo y se va cansado y algo decepcionado. Él habla de la conveniencia de dejar paso a gente con ideas nuevas y energía para defenderlas, y suena bien si lo dice de verdad. Pero todos sabemos que en gran medida lo que más le ha quemado ha sido la equidistancia. En una sociedad polarizada hasta el fanatismo ambos extremos se ceban con el equidistante. El papel del equidistante es siempre el de apelar a la razón y al sentido común. Y lo hace hasta que no puede más. Pero hay momentos en los que impera la irracionalidad. Y en Cataluña está empezando a pasar. Y me da la impresión que a ambos polos les encanta que sea así. El próximo martes, la Diada. Lo que vaya a pasar está siendo preparado. Por unos y otros.

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