¿El último ateo (militante)?
Doctor por las universidades de Deusto y del País Vasco
Jueves, 22 de agosto 2019, 00:44
Hace unos días el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) hacía público un estudio que constataba que en España hay, ahora mismo, más agnósticos y ateos ... que católicos practicantes. A pesar del eco que la noticia ha llegado a alcanzar en algunos medios, en realidad este dato revela algo que ya sabíamos desde hacía tiempo: los fieles católicos cuentan con cada vez más años y se van muriendo, mientras que las nuevas generaciones tienden a vivir alejadas de experiencias religiosas.
Como consecuencia, apenas quedan pensadores católicos españoles. Ahora bien, también es verdad que, en España, no se conocen muchos intelectuales marcadamente hostiles al hecho religioso. Uno de estos últimos, Gonzalo Puente Ojea, hubiera cumplido 95 años el pasado 21 de julio. Murió en Getxo hace casi dos años. Ha sido muy probablemente el pensador español más crítico al fenómeno religioso en las últimas décadas. Reiteradamente llegó a ser calificado como el principal representante del ateísmo (militante) español. Jurista y diplomático de profesión, pasó de pertenecer a la élite del cristianismo español más vanguardista en la década de los 50, a través de la Asociación Católica de Propagandistas, a alinearse -con el transcurso de los años- con el ateísmo combativo inspirado en las bases teóricas del racionalismo más radical, el cientifismo, el psicologismo, el materialismo filosófico y naturalmente el marxismo.
En cualquiera de sus etapas vitales, Puente Ojea desveló su madera de líder intelectual, poniendo de manifiesto un amplísimo bagaje cultural, una inteligencia vivaz, gran elocuencia, carácter fuertemente polemista y una envidiable habilidad dialéctica. Sus inquietudes existenciales e intelectuales, aparte de su carácter inconformista, le condujeron a profundizar con tesón en las raíces del cristianismo y de la religión en general. Para ello, acopió y contrastó fuentes bibliográficas que muchas veces, a tenor de la censura y las limitaciones del 'nacionalcatolicismo' de la dictadura, era raro poder disponer de ellas. Además, la posibilidad que tuvo de desempeñar responsabilidades consulares, en países como Francia, le facilitó el acceso a todo tipo de librerías y bibliotecas. Su ímpetu y capacidad autodidacta constituyen, en suma, un mérito indiscutible.
En las décadas de los 50, 60 y 70 del siglo XX, otros muchos emprendieron al igual que él, tanto en España como en otros países, la búsqueda -con similar libertad- de una interpretación acertada de la génesis del cristianismo, por medio de la metodología histórico-crítica del Nuevo Testamento. Los resultados de estas investigaciones fueron asimétricos. Para algunos, este 'viaje intelectual' les permitió acceder a una visión enriquecedora y renovada de la fe cristiana, alimentada y animada, además, por el espíritu del Concilio Vaticano II. En cambio, en otros, como le sucedió a Puente Ojea, las reflexiones -a la luz de los nuevos métodos de investigación y del conocimiento adquirido- les condujeron a distanciarse o a abandonar definitivamente el cristianismo y a abrazar, incluso, el agnosticismo o el ateísmo. Entre estos últimos, al igual que en el primer grupo, se contaron también españoles que fueron seminaristas, religiosos o sacerdotes prometedores y que habían sido destinados a completar sus estudios en las mejores o más vanguardistas facultades de teología. Hoy en día, algunos de ellos continúan reconociendo uno de sus principales referentes precisamente en Puente Ojea.
En 1974, en la agonía del franquismo, Puente Ojea publicó su libro más reconocido, síntesis de su pensamiento crítico sobre el Nuevo Testamento: 'Ideología e historia. El cristianismo como fenómeno ideológico', de la editorial Siglo XXI. En las librerías, en la dictadura, no había sido fácil encontrar un libro que pusiera en tela de juicio la doctrina cristiana.
El primer Gobierno socialista designó a Puente Ojea embajador de España ante la Santa Sede. Hasta ese momento, no había visibilizado aún su ateísmo y su anticlericalismo más exacerbados. Muchos interpretaron este nombramiento, no obstante, casi como una provocación. Aunque fue más bien comedido en sus años romanos, el mismo Ejecutivo que le nombró le cesó en apenas dos años, ante el temor de que se pudieran llegar a deteriorar gravemente las relaciones con la Santa Sede y por extensión con la Iglesia española. Esto nunca ni lo perdonó ni lo olvidó y seguramente influyó en la ulterior radicalización de sus posturas.
Con posterioridad participó en programas de televisión de debate intelectual, defendiendo con ardor sus planteamientos. Sus intervenciones tendían a ser más frecuentes y más largas que las del resto de los contertulianos. De modo espontáneo hacía gala de su altura intelectual haciendo girar, muchas veces, la discusión en torno a sus propuestas y argumentos, incluso hacia su persona.
Puente Ojea no aceptaba cualidades ni en el hecho religioso ni en la tradición cultural católica de nuestro país; a diferencia de otros intelectuales ateos españoles, como por ejemplo el filósofo Gustavo Bueno. Tampoco compartía, con el no creyente Jean Paul Sartre, el desgarro de «qué incomodo es que Dios no exista», que anotó en su libro 'El ateísmo es un humanismo'. En resumidas cuentas, el ateísmo era, para él, un ejercicio de emancipación y las creencias religiosas eran básicamente un residuo que la cultura actual arrastraba de sociedades primitivas.
Seguramente en la mayoría de los seres humanos, también en Puente Ojea durante muchos años de su vida, hay un «creyente que dialoga con un no creyente», como el cardenal Martini acertaba a señalar. Muchas veces me he preguntado si en los últimos años de su vida se acercó en silencio, aunque fuera por algún momento, a la frontera de las convicciones religiosas de su niñez y juventud, por muy tibias que éstas fueran.
Hoy el ateísmo español no cuenta con una figura que, a la vez, fuera tan apasionada y gozara de tal alta talla intelectual. Muchos cristianos lo echan también de menos porque Puente Ojea les exigía rebatir con similar lucidez sus argumentos.
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