Trump abandona a los afganos
Historiador, especialista en el islam contemporáneo
Viernes, 6 de marzo 2020, 00:06
Afganistán tiene fama de inconquistable e ingobernable, pero en realidad ha sido conquistado y dominado varias veces a lo largo de la Historia. Los estadounidenses, ... por ejemplo, llevan veinte años allí y durante ese tiempo han perdido menos de 3.000 soldados. El presupuesto para mantener a sus tropas sobre el terreno tampoco ha sido desorbitado.
El verdadero talón de Aquiles de los norteamericanos en Afganistán nunca han sido sus enemigos, los talibanes, ni el doble juego de los paquistaníes, sino sus aliados; es decir, el Gobierno de Kabul. Serían necesarias muchas páginas para describir la incompetencia, la venalidad y el caudillismo que carcomen el Ejecutivo afgano, aunque haya brotado de elecciones realmente libres. Las inmensas sumas que los norteamericanos y otras potencias occidentales han volcado sobre este país se han desperdiciado en apuntalar una estructura gubernamental abrumadoramente ineficiente, corroída por una cleptocracia sistemática y colonizada por el clientelismo de los señores de la guerra.
Dadas las carencias y los vicios del Gobierno afgano ha sido imposible conseguir la lealtad de la etnia pastún, que constituye el principal y casi único sostén interno de los talibanes. Obviamente, tampoco ha sido posible crear un ejército capaz de derrotar a los rebeldes. Por eso los talibanes han ido reconquistando el control efectivo de las zonas pastún y avanzando en las regiones de población mixta hasta controlar de facto casi la mitad del país. Analizando fríamente la situación, a los norteamericanos les habría ido mucho mejor prescindiendo por completo de los afganos, pero eso habría significado volver al colonialismo de protectorados de la primera mitad del siglo XX.
Es evidente que el deterioro de la situación afgana imponía un drástico cambio de estrategia, pero la opción elegida por Donald Trump es la que escoge siempre: desentenderse de las tareas difíciles, sin meditar las consecuencias. Cubrió de amenazas al dictador de Corea del Norte y luego le dio palmaditas en la espalda. Usó a los kurdos contra el Estado Islámico en Siria y luego los dejó a los pies de los caballos. Se supone que los saudíes son sus aliados, pero cuando Irán hostigó el trafico naval en el estrecho de Ormuz y fueron atacadas dos refinerías importantes, Trump hizo ademan de ir a por los iraníes pero detuvo el ataque en el último segundo.
Ahora Trump negocia con los talibanes a espaldas de sus aliados y promete sacar todas las tropas norteamericanas de Afganistán antes de 14 meses. A cambio, lo único que prometen los talibanes es que no volverán a colaborar de ninguna forma con grupos yihadistas internacionales como Al-Qaida o el Estado Islámico. Teniendo en cuenta lo que les costó su asociación con Bin Laden, y que los partidarios locales del Estado Islámico les están haciendo la guerra, no parece una promesa difícil de cumplir.
Ahora bien, el Gobierno de Kabul no recibe garantía alguna. De hecho, una de las exigencias de los talibanes era excluirlo de las negociaciones. El presidente afgano, Ashraf Ghani, ha intentado hacerse valer recordando que los norteamericanos no tienen potestad para liberar a los talibanes prisioneros, pero los talibanes saben que no tendrán problema en recuperar a sus amigos cuando reconquisten el país.
Es evidente que en cuanto los norteamericanos se marchen, los talibanes iniciarán su avance final, da igual lo que hayan prometido. Se apoderarán de todo el país, tomaran Kabul y se vengarán de forma implacable de todos aquellos que se les hayan opuesto. Luego volverán a someter a la población afgana a su pesadillesca visión del islam. Será como si toda la población se viese forzada a vivir en una mezcla de campo de concentración, convento de clausura y cuartel de batallón disciplinario.
Peor todavía: El régimen talibán consagrará -de nuevo- la supremacía pastún sobre los restantes grupos étnicos del país. Incluso los pastunes que se alistan en el Ejército o la Policía del Gobierno insisten en que no se les puede colocar bajo el mando de un uzbeko, un tayiko o un baluchi. Sería como poner a un negro estadounidense al mando de una tropa de sureños blancos racistas. Claro que sería mucho peor que un pastún tuviese que obedecer a un hazara de confesión chií. Eso sería como poner a un judío al mando de las Waffen SS.
Tras 46 años de guerras sin pausa, con gran parte de Afganistán reducido a una escombrera ecológicamente arrasada, algunos podrían creer que todo esto es un precio aceptable para alcanzar la paz, pero ser como prisioneros en vida no es vida ni es paz. Ahí reside el germen de la siguiente guerra afgana, cuando la población acabe tan desesperada, tan harta, que esté dispuesta a hacer lo que sea, ¡lo que sea! para librarse de los talibanes.
Mientras tanto, renta más ser enemigo de Trump que su aliado. A los amigos y a los enemigos los amenaza y los insulta por igual (salvo a Israel, que por lo visto tiene bula especial), pero al final trata mejor a los enemigos.
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