Cuando la izquierda perdió las elecciones madrileñas, el Pablo Iglesias más asambleario señaló en su despedida política a Yolanda Díaz como su sucesora en el ... liderazgo de la coalición Unidas Podemos. En medio de los designios del eterno líder morado, pasó de ministra a vicepresidenta, pero todavía sin confirmar su candidatura a la presidencia -o a evitar la debacle electoral-. Después de su discurso en la fiesta del PCE ya no queda duda: Díaz se postula como candidata, siempre que no escuche el ruido ególatra que caracteriza a la izquierda, tal y como advirtió. Todo indica que el progresismo patrio se dirige a otro nauseabundo episodio de puñaladas, traiciones y sopas de siglas.
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Después de Podemos llegó Unidos Podemos, después Unidas Podemos y vaya usted a saber cuál es la denominación de esa nueva plataforma que busca aglutinar a la izquierda a la izquierda del PSOE. Parece evidente que un proyecto político que ha concurrido a cada elección general con un nombre distinto es inestable. Pero vayamos más allá: la política no puede permitirse diluir constantemente los partidos a cambio de pequeños impulsos electorales. En los partidos políticos, aun no siendo lo que eran en el siglo XX, militan personas y no deberían ceder la generación de ideas a rasputines aficionados a relatos heroicos.
La izquierda española errará si cree que puede volver al clima político de 2016 con solo desearlo. El Partido Socialista ha resurgido de su crisis interna y la situación actual es de repliegue ante el avance de unos postulados derechistas cada vez más escorados hacia el extremo. Ni la calle ni el movimiento popular están articulados para canalizar un gran frente amplio que desborde las expectativas electorales de la vicepresidenta segunda. Además, el movimiento patriótico errejonista parece irreconciliable con el poscomunismo en el que ha mutado Podemos. Al menos, sus tesis lo son.
Cuando Pedro Sánchez desea en una entrevista la unión de los partidos a la izquierda del PSOE bajo la misma candidatura lo hace porque genera un marco político en el que no puede perder. Así lo supo ver Mónica García en la campaña madrileña: mientras Iglesias batallaba contra una amenaza fascista que parece que acabó el día de las elecciones, Más Madrid hablaba para un público más amplio. Si para competir electoralmente con el Partido Socialista la izquierda asume que debe jugar en el eje izquierda-derecha, está perdida de antemano en una sociedad centrada como la española.
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A nivel electoral es evidente que una coalición superaría las expectativas de voto de Más País y Unidas Podemos. La penalización por concurrir en provincias pequeñas con tres partidos por la izquierda puede ser letal. Sin embargo, habría que preguntarse por el sentido de detener la construcción de dos espacios políticos articulados con una estrategia diametral.
Los sondeos actuales muestran una fortaleza de la derecha e indican que la izquierda está muy desmovilizada. Si en las anteriores elecciones el electorado progresista se dirigió a las urnas llamado por el miedo a Vox, esta vez el progresismo necesitará vender sus logros en el Gobierno. Mientras el Partido Socialista continúa asentado con comodidad como la primera fuerza por la izquierda, observamos un Más País que no arranca y un Unidas Podemos que consigue frenar su caída. Si con Iglesias parecía que esta batalla acabaría con alguno rindiéndose por KO, parece que en las siguientes entregas descubriremos si avanza hacia un matrimonio de conveniencia o si unos apostarán por izar rojigualda (únicamente en la mitad del país) y otros seguirán anclados en un pasado que nunca existió.
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La sopla de letras y el 'nos quieren diversos' denotan la crisis de una izquierda española que entendió que el asalto a los cielos acaba al sentarse en el Consejo de Ministros. La incapacidad política de Unidas Podemos y los socios de Gobierno, todos ellos con una responsabilidad en la dirección del Estado que tanto tiempo invirtieron en remarcar, no puede suplirse con consignas vacías que engrandezcan avances sociales mínimos. Es un problema de aspiraciones, y después del ciclo político inaugurado por el 15-M parece que la izquierda empieza a vislumbrar los límites de un sistema político institucional complejo. Al final, después del ciudadanismo y sus lugares comunes, quien aguanta como palanca de cambio son unos sindicatos que se dieron por muertos.
Con la comodidad del asiento y las limitaciones para encarar un nuevo ciclo electoral, a la 'izquierda a la izquierda del PSOE' solo le queda encomendarse a milagros demoscópicos que eviten su mayor temor. Y no nos engañemos, este no sería una llegada de la extrema derecha a La Moncloa, sino obtener tan pocos escaños que les obliguen a observar desde la barrera un gobierno socialista en solitario.
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