Opinión

El deseo de los hombres

Demasiada gente sigue creyendo que es la perversa influencia del contexto social la causante del machismo y la violencia

Vicente Carrión Arregui

Profesor de Filosofía

Miércoles, 20 de noviembre 2024, 01:17

Del chaparrón mediático provocado por los abusos de Íñigo Errejón me llama la atención cómo perseveramos en la escisión persona/personaje -a la que él ... mismo aludía en su carta de renuncia- cuando nos escandalizamos por el contraste entre su rol social hiperfeminista y su conducta personal depredadora, como si la ideología (personaje) pudiera protegernos de nuestra naturaleza (persona). Más allá de las implicaciones políticas del caso, me gustaría ahondar en el tremendo equívoco que, en mi opinión, se produce cuando algunas corrientes del feminismo contemporáneo confunden la necesaria lucha por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres con la pretensión de que seamos iguales en nuestras necesidades sexuales y afectivas, en nuestras inclinaciones profesionales y, en general, en una estructura psíquica cuyas diferencias atribuyen más al contexto patriarcal que a la naturaleza.

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'Simplemente hombres' titulaba Camille Kouchner un demoledor artículo en el que analizaba el caso de Gisèle Pélicot -la mujer dopada por su marido para ser violada por decenas de hombres- para concluir que no somos ni lobos ni monstruos, sino simplemente hombres, y puede que tenga razón. Como dejó claro Freud, a los seres humanos nos constituye una energía sexual que ha de ser reprimida para vivir en sociedad -es la tesis de su 'Malestar en la cultura'-, ya sea sublimándola en la creación cultural, proyectándola en otras actividades, quemándola con ejercicio físico o sofocándola como se pueda.

La violencia sexual en las guerras, la imposible castidad eclesial, la prostitución, los malos tratos y feminicidios en los procesos de separación conyugal, el influjo de la publicidad, el alcohol y otras drogas... dan fe de que la sexualidad masculina encuentra serias dificultades para contenerse. No es que seamos exactamente como los perros -ellos siempre dispuestos, ellas solo a veces-, pero algo hay en nuestra fisiología que no podemos equiparar a la femenina.

Al decir esto no pretendo minimizar las tropelías que hayan podido cometer Errejón y tantas otras personas y personajes sino simplemente recordar, con Jung, que tanto hombres como mujeres estamos hechos de luces y sombras y que, aunque aparentemos lo contrario, escondemos mucha porquería bajo nuestras máscaras, por lo que deberíamos ser más cautos a la hora de enjuiciar conductas ajenas. Por mucho que su dimensión pública las magnifique.

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Es un gran avance comprender que el cuerpo de las mujeres no puede ser utilizado contra la voluntad de ellas

He de reconocer que, al leer la carta de Errejón, cuando aún desconocía el alcance de las denuncias, recordé las crisis de militancia de finales de los 70, cuando descubrimos que ya no valía atribuir al franquismo ni al capitalismo las desdichas de nuestra existencia. Me resultó curioso que, tanto años después, se atribuyeran al neoliberalismo y al patriarcado las contradicciones de una «subjetividad tóxica».

Lo malo es que demasiada gente sigue creyendo que es la perversa influencia del contexto social la causante del machismo, de la violencia y de la infelicidad. Y es que el patriarcado eres tú, Iñigo, y yo, y ese y aquel, pues por injusto que sea el sistema más nos valdría atender más a los defectos propios que a los ajenos. En lugar de adaptar nuestros deseos a la realidad pretendemos que la realidad se adapte a nuestros deseos, que nuestras personas sean como idealizamos nuestros personajes, con lo que nos damos de bruces contra la tozuda evidencia de los claroscuros de nuestra naturaleza, de esa doble cara que todos intentamos ignorar.

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Porque la sexualidad masculina es arrolladora y voraz. No queda otra que reprimirla, domarla y canalizarla, pero está ahí y hasta Camille Kouchner es hija de ella. Si no fuera porque en la voracidad de ese deseo hemos sido concebidos la inmensa mayoría de los seres humanos y se han formado las parejas que nos han cuidado desde hace milenios, todo sería más fácil. Por necesario que sea el consentimiento, el 'sí es sí' y el 'no es no', el tema de las relaciones sexuales y del deseo es tan escurridizo que, aunque fuera apetecible vivir una simetría sexual entre hombres y mujeres, es muy pretencioso pretenderla, es peligroso reglamentarla y es muy temerario juzgarla.

Es un gran avance que vayamos comprendiendo que el cuerpo de las mujeres no puede ser utilizado por los hombres contra la voluntad de ellas: denunciar todo abuso, como hace la protagonista de 'Querer', la excelente serie de Alauda Ruiz de Azúa, es imprescindible, pero sin ignorar que al calor de la necesaria lucha feminista se están colando algunos tópicos sobre el machismo y el patriarcado que recuerdan demasiado a cómo culpábamos al franquismo o al españolismo de nuestros malestares.

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