Turquía, el Estado-prisión
La nación turca deberá decidir entre evolucionar hacia una democracia plena o consolidar el nacionalismo ultra de Erdogan
La mayoría de los países tienen cárceles, pero unos pocos son cárceles: Corea del Norte, Alemania Oriental, Albania bajo Enver Hoxa, Rusia bajo Stalin… En ... el despotado arbitrario y malhumorado de Recep Tayyip Erdogan, Turquía todavía no ha llegado a ingresar en este siniestro grupo, pero se va moviendo en esa dirección.
Este juicio podría parecer muy exagerado, porque al fin y al cabo, sobre el papel, Turquía sigue siendo una democracia, se celebran elecciones y muchas decisiones del irascible presidente se interpretan en clave electoralista. Sin embargo, los cimientos de la autocracia ya están ahí. Tras el fallido golpe de Estado de 2016, las purgas y las represalias afectaron a toda la sociedad en general. La Universidad, los tribunales, la policía, la prensa, la Administración… Turquía dejó de ser un Estado de Derecho cuando el gobernante pudo arrestar a cientos de miles de personas en cualquier momento sin base alguna.
Y las purgas continúan. A finales de marzo, 140 militares y altos cargos de la Administración fueron acusados de estar involucrados en el golpe de 2016. Las autoridades ni siquiera se molestan en inventar mentiras más creíbles, como que esa gente estuviera tramando un nuevo complot.
En este contexto, tiene sentido retirar a Turquía de la convención europea contra la violencia machista. Es algo que encaja con el molde autoritario del régimen. Los derechos de la mujer no importan demasiado cuando los hombres tampoco van a tenerlos, pero les quedará el consuelo de mandar sobre sus mujeres.
Es necesario comprender que Erdogan es totalmente laico. El tópico del fanático islamista es una pista falsa. Los militares turcos impusieron por la fuerza un laicismo obligatorio, como México después de su revolución. Los musulmanes creyentes, no integristas sino creyentes sin más, se sintieron agraviados y Erdogan navegó sobre esa ola para conseguir votos y alcanzar el poder, pero una vez al mando su Gobierno ha sido siempre laico, socialmente conservador, antifeminista y autoritario, pero laico, y su discurso ideológico se ha nutrido básicamente del nacionalismo turco de ultraderecha más que del islam en cualquiera de sus variantes.
Otro rasgo destacable del autoritarismo de Erdogan es la ausencia de un plan coherente. Contando con la policía y los tribunales ya domesticados y al servicio del Gobierno, una Constitución a su medida, con amplios poderes, purgas masivas de todos los opositores... otros aspirantes a dictadores ya habrían completado la toma del poder, pero Erdogan no. La prensa ha sido acosada y amedrentada. Muchos medios han sido cerrados arbitrariamente. Emitir o publicar una entrevista con un líder de la oposición puede acarrear sanciones y multas bajo acusaciones de ¡incitar al golpismo! Sin embargo quedan muchos medios de comunicación independientes. Los partidos de oposición siguen siendo legales, aunque se habla desde hace años de ilegalizar a la formación pro kurda. Con las nuevas leyes, cualquier crítica al autócrata se considera delito de injurias y ya han sido procesadas más de 20.000 personas, pero este género de arbitrariedades únicamente sirven para expandir el rencor, sin sujetar a la gente de tal modo que les sea imposible exteriorizarlo algún día.
Sobre todo y por encima de todo: el recuento electoral sigue fuera del control del Gobierno, y las encuestas indican que el partido AKP de Erdogan y sus socios ultranacionalistas del MHP pierden intención de voto, quedando en minoría. Corren rumores de elecciones anticipadas, por miedo a una derrota cierta si esperan más.
El problema de fondo de cualquier dictadura es que el 'ordeno y mando' no lo arregla todo por arte de magia. Cambiar cuatro veces en dos años al director del Banco Central demuestra el poder presidencial, pero no resuelve la coyuntura económica sino que la empeora, porque genera desconfianza. Tampoco queda bien destituir con nocturnidad y alevosía al director del organismo al que tú mismo has nombrado a dedo cinco meses antes, y remplazarlo por un adicto de escasa experiencia.
Por lo tanto, Turquía se acerca a una crisis decisiva. A cada mes que pasa disminuyen las probabilidades de que Erdogan y sus aliados del MHP puedan ganar las elecciones. ¿Qué hacer entonces? ¿No convocarlas? ¿Trucar el recuento? ¿Arriesgarse y proclamar fraude si pierde, a la manera de Trump? ¿La multitud aceptaría cualquiera de esas alternativas? ¿Los soldados y policías, humillados y purgados por el régimen, pelearían para defenderlo?
La legislatura actual termina dentro de dos años, si no se anticipan las elecciones. Queda pues emplazada toda la nación turca dentro de ese límite máximo para el momento decisivo en el que tendrá que decantarse por evolucionar hacia una democracia plena o convertirse en un Estado-cárcel, con Erdogan como carcelero en jefe.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión