Trump, signo de nuestro tiempo
Desafía el mundo de las normas y las instituciones, y el mundo de la ciencia. Y casi la mitad de los votantes sigue fiel a un personaje tan mentiroso y grosero
Profesor de Derecho en la Universidad de Deusto y en la American University
Miércoles, 4 de noviembre 2020, 23:47
Si usted busca a un experto que le explique lo que ha sucedido y lo que va a pasar, es mejor que salte a otro ... artículo. Aquí parto del reconocimiento de mis limitaciones para entender el fenómeno Trump. Sí, claro que soy capaz de enlazar media docena de explicaciones plausibles para cubrir aseadamente el expediente, pero en el fondo ninguna de ellas me satisface. Me muevo entre dos extremos: condenar al pueblo norteamericano por respaldar en tan alto grado a un líder sin principios morales o reconocer que hay algo muy profundo que se me escapa y que necesito entender antes de lanzarme al confortable sofá del juicio.
A la hora en que escribo estas palabras el resultado está ajustado y la balanza puede caer de un lado u otro. Lo más probable es que cuando usted lea esto la situación siga siendo la misma. Trump tilda de fraude y robo todo lo que no se ajuste a sus deseos. Forzará para ello, hasta romperlos si es necesario, los equilibrios del sistema político. Pondrá a prueba la independencia del Tribunal Supremo. Y quizá, quién sabe, ni siquiera lo necesite. Quizá haya ganado. Ahora mismo no lo sabemos.
Los comentaristas europeos tenemos en general serias dificultades para identificar las corrientes más profundas de la sociedad norteamericana. Acostumbramos a tener relaciones con nuestros pares del otro lado que, por perfil cultural o profesional, corresponden a un tipo ideológico concreto. Si me permiten les cuento mi ejemplo. Tengo relación con Washington D.C. (una circunscripción en la que Biden gana con más del 90% de los votos). Doy clase en una Escuela de Derecho famosa por haber sido pionera en el acceso de la mujer y adelantada a su tiempo en diversidad racial. Además comparto proyectos con la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (la mayor asociación científica del mundo) con sede en la misma ciudad. Trump, por un lado, desafía el mundo de las normas, el derecho y las instituciones; por el otro desafía el mundo del conocimiento, la ciencia y sus métodos y lógicas. No casualmente todos mis contactos en ambas instituciones con los que hablo de Trump me reafirman en mi desprecio por el personaje, pero no me ayudan a comprender cómo casi la mitad de los votantes sigue fiel a un personaje tan mentiroso y grosero. Mi asistente de curso es la única que me da alguna clave: vive a hora y media de la ciudad, metida ya en el mundo rural, en una zona que, según me cuenta, entre docenas de viviendas con el cartel de apoyo a Trump en su trayecto sólo puede contar tres de apoyo a Biden.
No les canso con presunciones sobre el desarrollo del recuento, las posibilidades de que el proceso se alargue y otras consideraciones que podrán ustedes encontrar mucho mejor explicadas en las noticias y reportajes de este mismo medio. Prefiero hacerme preguntas más generales.
Preguntarme, por ejemplo, si lo que pasa con Trump responde a un fenómeno que identifica nuestro momento. Me da vértigo siquiera pensarlo, pero me huelo que nuestro mundo no cree ya en los fundamentos sobre los que hemos querido -idealizadamente, lo admito- construirlo: la promesa del humanismo, de la Ilustración, de la razón, de las instituciones, del Estado de Derecho, del argumento racional, de la ciencia y de la educación universalizada y exigente. La creencia de que todo ello, sin ser infalible, sin ser perfecto, nos permitiría avanzar poco a poco, con errores y pasos atrás en ocasiones, hacía sociedades más justas y más humanas.
Hay países a los que nunca ha interesado ese sueño y ya no tienen necesidad de aparentarlo. Pero lo más grave para nuestra pequeña parcela que creía tener un mensaje universalizable es que entre nosotros crece la desconfianza en aquella promesa, crece la desilusión de quienes se sienten traicionados o perdedores o simplemente no quieren abandonar sus privilegios. A su modo, el Reino Unido de Johnson y su Brexit es un ejemplo; los regímenes iliberales del Este son otro; y nuestros negacionistas y quemacontenedores son quizá otra manifestación del mismo desencanto.
Pase lo que pase en Georgia, Wisconsin o donde sea, anoche se formalizó ya la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París que ordenaba algunos objetivos en relación al Cambio Climático.
Soy capaz de ver todas las insuficiencias y defectos de la promesa basada en la democracia y el Estado de Derecho, en los derechos y las libertades, en la igual dignidad de la persona, soy capaz de ver sus limitaciones, sus virtudes frías y su ausencia de épica y de fuego, sus contradicciones e hipocresías, pero si en las alternativas que se proponen ahora por izquierda y por derecha hay un camino a alguna parte que merezca la pena, yo no lo veo. Si al final de ese camino hay algo que emita un poco de luz, les confieso mi incapacidad para detectarlo.
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