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Asistimos, con impotencia, a una avalancha de empresarios, autónomos y trabajadores luchando para no dejarse arrastrar al precipicio del concurso, del cierre, de la liquidación ... y del desempleo. Frente a un temporal que cada vez arrecia más fuerte y sin previsión alguna de cuándo amainará. Aguantar ¿hasta cuándo?, ¿cómo? Ni siquiera el ordenamiento jurídico al que acogerse ofrece cierta seguridad. ¿Presentar concurso? ¿Qué es eso? ¿Qué consecuencias tiene? ¿Será lo más oportuno? ¿A quién acudo? Muchos empresarios no saben qué hacer. ¿Mantener el negocio? ¿Con cuántos trabajadores? ¿Cómo pago mis deudas? Y muchos más trabajadores en ERTE se preguntan si serán despedidos, sumidos en la incertidumbre. Los desempleados no vislumbran horizonte cercano de trabajo.
Lo que más nos preocupa a los ciudadanos es el mantenimiento de nuestro nivel de vida, que solo se consigue con ingresos razonables. El empleo remunerado con salario suficiente es el garante de vivir bien. Y una pandemia sanitaria lo ha trastocado todo para muchos.
Proteger la salud ante la pandemia exige parar y/o ralentizar algunas actividades económicas. Parece un conflicto de intereses entre la vida y la economía, que se convierte en un círculo vicioso sin fin. No lo es. Es falso que la salud, la vida, se confronta con la actividad económica. Ninguna pandemia sanitaria que ha azotado la historia de la Humanidad vino a quedarse. Todas han sido vencidas. Y esta también lo será. Cuanto antes, mejor. Las nefastas consecuencias de la paralización temporal de una parte de la actividad económica son mucho menores que las que originaría una larga convivencia con la pandemia. Lo que está en juego es el bien común. Atajar con contundencia la pandemia ahora es defender la salud y defender las actividades económicas que garanticen el trabajo. El progreso exige tomar decisiones en el presente para preservar el futuro. Con pleno conocimiento y corresponsabilidad de que se trata de medidas excepcionales que no deben perdurar.
Venceremos la pandemia, pero entramos en una crisis que se alargará unos años. Saldremos, sí, y nos reinventaremos en muchas de nuestras actividades, económicas y sociales.
No conozco ninguna proyección a largo plazo que sea optimista en cuanto a la generación de empleo digno y de disminución de las desigualdades. Luchar por revertir esta tendencia es una obligación de las políticas públicas. La principal preocupación es, a mi juicio, proteger los niveles de ingresos de los ciudadanos. El reto de la reconstrucción no es, primariamente, la recuperación del crecimiento, ni del PIB. Lo nuclear es que los que han perdido sus rentas las recuperen en empleos suficientemente remunerados, en ocupaciones útiles para la sociedad. Es una tarea para lo inmediato y para el futuro. El bien común no lo construiremos con empresas que resurjan o nazcan generando demanda de consumos innecesarios y contribuyan al aumento de la desigualdad.
La pandemia ha puesto de manifiesto que empleos esenciales, poco remunerados, han favorecido el bien común mucho más que lo que aportan bastantes empleos socialmente poco útiles y, sin embargo, bien pagados. ¿Estamos los ciudadanos dispuestos a aceptar la regla de recibir como remuneración en función de nuestra contribución al bien común? La aportación de cada uno de nosotros a ese bien común se realiza a través de nuestro hacer, de nuestra actividad, ocupación, empleo o trabajo. Lo que el sistema ha hecho es convertir nuestra principal fuente de ingresos, el empleo remunerado, en un mercado en el que se compra y se vende actividad laboral. Y ha separado el empleo remunerado del trabajo no remunerado, sin que el salario tenga causa directa en la contribución al bien común. Esto es, en terminología de la OIT, ha convertido el trabajo en una mercancía. Y ha separado el empleo remunerado, útil o inútil, del trabajo útil no remunerado.
El 'homo sapiens' se convirtió en 'homo faber' porque el hombre ha nacido para trabajar, para cultivar su huerto, para producir lo necesario, para contribuir al bien común. Escribía Voltaire en su 'Cándido o el optimismo' que «el trabajo aleja de nosotros tres grandes males: el aburrimiento, el vicio y la necesidad», y es nuestra contribución a la cobertura de las necesidades para una vida felicitante, un bien común.
La reconstrucción económica y social debe centrarse en los imperativos del bien común, en promocionar empresas socialmente necesarias que generen empleos útiles y suficientemente pagados. Aunque el sistema no está preparado, porque hemos convertido el trabajo en empleo, en un empleo que se compra y vende como una mercancía. Y si se opta por generar demanda de lo superfluo con empleo precario será más sencillo y rentable. Pero no contribuye al bien común.
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