Tiempos escépticos
Tenemos muy contentos a los que se lucran con los conflictos. Eran los que estaban detrás de los cuadros del Prado riéndose a carcajadas
Entramos en fechas vacacionales, donde conviene ir aparcando asuntos importantes, para poder cargar pilas adecuadamente, de cara a afrontarlos en el nuevo curso. La verdad ... es que tenemos un panorama bastante desolador, donde los agoreros van a intentar que no descansemos, ya que aparte de los asuntos particulares (familiares, laborales, de salud…) que a cada uno nos afectan hay muchos temas sistémicos y globales que también nos están acechando en los últimos tiempos. Por una parte, cuestiones muy tangibles, como crisis económicas, emergencias climáticas, pandemias, invasiones, cambios energéticos, inflación, paro, subidas de tipos de interés… Por otra parte, cuestionamientos de valores, ataques a la democracia, ignorancia deliberada de derechos humanos…
Hay que reconocer que asistimos, por tanto, a tiempos muy complejos. Sin salir del todo de los efectos de la pandemia, tenemos varias guerras en el mundo; por desgracia, es una constante en el ser humano. Algunos conflictos están cerca y, aunque no los suframos en primera línea, notamos y mucho las consecuencias. Resultan difícilmente entendibles algunos planteamientos geopolíticos, la supuesta grandeza de ciertas estirpes, el absurdo expansionismo de algunas civilizaciones y, sobre todo, los genocidios que provocan, haciendo sufrir a seres humanos, sean lejanos o allegados.
También tenemos un problema enorme, porque huyendo de la guerra o de la pobreza provocada por las desigualdades, millones de personas quieren acceder a los que consideran paraísos en la tierra, a Europa o a Estados Unidos. Y, en lugar de combatir el foco y el origen del problema, ponemos en las fronteras (Melilla, Turquía, Mediterráneo, México…) unos perros guardianes peligrosos y sin bozal, sin importarnos nada cómo actúen. Así, mientras en el interior del Occidente educado e instruido tratamos de cumplir con la democracia y los derechos humanos, contratamos a matones de tres al cuarto para que hagan el trabajo sucio y podamos seguir creyendo la falacia de que somos los abanderados de la justicia y la igualdad.
Además, tenemos últimamente muy contentos a los señores de la guerra, a los que se lucran con la muerte ajena, a los que les interesan los conflictos y cuanto más duren, mejor. Eran los que estaban detrás de los cuadros del Museo del Prado riéndose a carcajadas. Serán los que se lleven en la paulatina sustitución del Estado de Bienestar por el Estado militar, en el gradual cambio de mantequilla por cañones -recordando a Samuelson- los fondos que en principio iban orientados a fines más nobles, como sanidad, educación o a mitigar diferencias sociales.
Hoy en día, si nos preguntaran lo mismo que en el referéndum de la OTAN, seguramente algunos contestaríamos lo contrario de lo que manifestamos hace casi cuarenta años. Entonces, vascos, catalanes y canarios nos declaramos mayoritariamente en contra, teníamos una idea idílica del pacifismo; el imperialismo estadounidense que encarnaba la organización no resultaba nada atractivo. Hoy, si tenemos unos seres queridos, mujer, hijos, nietos, familiares, amigos… poseemos el mejor patrimonio que pueda tener un ser humano, es lo único que nos agarra a la vida, lo que de verdad importa. Y querremos que no sufran, que puedan desarrollar sus proyectos de vida, que tengan protección, aunque salga caro pagarla.
Tratamos de vivir y convivir con nuestros problemas, que ya son bastantes. Las guerras, las hambrunas, las represiones, las injusticias siguen a sus anchas por el mundo. No tenemos la capacidad de solucionarlos y necesitamos desconectar, descansar y atender a nuestros allegados más cercanos. Puede que no cambiemos de principios, como Marx (Groucho) sugería, pero los vamos adaptando.
Cada vez resulta más difícil ser pacifista en el sentido tradicional del término. Ya que no es reclamar la paz de los cementerios. No es ser equidistante ante los conflictos. No es simplemente desear la paz en el mundo, como declaran una miss o un míster recién elegidos. Tampoco se trata de poner la otra mejilla. Es defender al débil y al atacado. Es mojarse por una causa que consideremos noble. Es querer una paz con justicia, libertad y respeto, al estilo de la paz perpetua -en el buen sentido de la palabra- que Kant proponía.
Además, incluso cuesta sentirse humanista teniendo en cuenta cómo actúan algunos supuestos congéneres. Montaigne, hace aproximadamente quinientos años, fue testigo de matanzas terribles entre compatriotas por cuestiones religiosas (o eso decían) y, no obstante, el buenazo de él consideraba a todo ser humano su compatriota; hoy en día, al considerado adalid del escepticismo le dejaríamos lejos en esta faceta.
Que tengan buenas vacaciones y aprovechen los buenos momentos que la vida pueda ofrecerles.
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