Talibanes
Poca coherencia la de quienes se sobrecogen con Afganistán y evitan recordar el fundamentalismo sufrido en nuestra tierra por los 'infieles' a la fe abertzale
Me atrae especialmente el análisis de las sociedades post, sean estas post-Trump, post-brexit o post-pandemia. Son sociedades que han vivido experiencias traumáticas ... y, por ello, en su seno se genera toda una mezcla de impulsos, sanadores unas veces y en otras patológicos en términos sociales, no tanto por su vinculación con la memoria de lo ocurrido sino con las prisas por olvidarlo. Así, la sociedad vasca post-ETA no es una excepción y por ello no me sorprende la aparente facilidad con la que nos posicionamos ante una nueva situación de amenaza totalitaria, como es el caso de la victoria talibán en Afganistán, tan tranquilos, olvidando que las mismas brutalidades que ahora denunciamos en Kabul, Kandahar o Herat fueron reales entre nosotros hasta hace poco gracias a las tropelías de un grupo de fanáticos integristas que llamaron a la lucha contra todos aquellos 'infieles' que no abrazaran la fe abertzale.
Durante una intervención en un centro escolar alavés, enmarcada en los procesos de acogida a alumnado de origen inmigrante, un joven e ilusionado profesor de música había preparado una actividad para impulsar la participación de las familias en la escuela. Para ello había pedido que cada familia le proporcionara una canción típica de su país de origen. El docente en cuestión se encargaría de poner todas esas melodías durante las entradas, las salidas, los recreos, etc… No contó nuestro vocacional maestro con que los seguidores-militantes de las interpretaciones más radicales del amor patrio convertido en fe ('El MLNV, una religión de sustitución'. 2020, Izaskun Sáez de la Fuente) buscan siempre penetrar las estructuras sociales más útiles para difundir su doctrina, y la educación es una de ellas.
Y ocurrió lo que era de esperar. En un momento determinado sonó por la megafonía una cumbia colombiana cuya letra -que ya es el colmo de la desfachatez impía- estaba en castellano. Parte de la comunidad educativa, padres y madres, claustro docente y algún que otro representante sindical, pusieron el grito en el cielo ante tamaño ataque a la lengua vehicular del centro y al proceso de euskaldunización; como resultado de ello esa canción fue sustituida por otra tan solo con música, pero sin letra. Cuando pregunté por ese cambio, con la única intención de apelar a un mínimo de tolerancia, fui respondido por parte de varias personas con un mismo argumento: «Yo en cuestiones de euskera soy muy talibán».
Y es esa una clave interesante. Somos capaces de sobrecogernos tan solo de pensar en las regresiones en materia de libertades que puede experimentar Afganistán de la mano de los muyahidines, pero participamos de determinados movimientos muy parecidos a los que destruyeron los budas de Bamiyán. Así, determinados actores políticos, cómplices durante décadas de los fanáticos guerrilleros euskaros, se solidarizan sin sonrojo con el sufrimiento de la mujer afgana, denuncian el maltrato hacia los homosexuales o los disidentes y se horrorizan porque los seguidores de Alá puedan iniciar una espiral de denuncias, amenazas, extorsiones, secuestros, violaciones, torturas, asesinatos y, en definitiva, sumir al país en una dictadura de silencio y de miedo.
Poca coherencia y mucha impostura esa que no desea recordar que en esta tierra vasca un sector significativo apoyó la lucha de nuestros talibanes particulares. Que representantes políticos dieron su bendición a esa 'guerra santa'. Que determinados sectores de nuestra Iglesia tardaron demasiado en decir claramente que asesinando no se honra ni a Dios ni a la patria. Que numerosos imanes disfrazados con txapela y bajo la bandera del califato de aquí fanatizaron a numerosos jóvenes en sus 'madrazzas' para arrojarles a combatir en la 'yihad'. Que esa ideología fundamentalista parasitó todos los movimientos sociales desde el ecologismo hasta el deporte. Que la aplicación de la 'sharia' fue un hecho en numerosos lugares del país y que con ello todos aquellos considerados 'infieles' fueron perseguidos hasta la muerte o expulsados del emirato vasco.
Pero no pasa nada: el peligro del fundamentalismo, del discurso sectario, excluyente y totalitario, aquel que describiera Eric Hoffer, está a muchos kilómetros de nosotros, allí en un país a caballo entre Irán y Pakistán. Aquí estamos libres de ello, somos demasiado buenos. Fíjense si somos buenos que podemos condenar el burka impuesto a la mujer afgana y a los pocos minutos ir a recibir con txistu y tamboril al muyahidín que mató a Ana Isabel Arostegi Legarreta y con ella a casi sesenta mujeres. ¡Y nos quedamos más anchos que el mulá Hassan Ankhund!
Los talibanes, tan lejos y tan cerca.
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