Sr. García

La salud mental, prioridad absoluta

La esperanza es una gran fuerza colectiva, no nos podemos permitir perderla ni individual ni socialmente

Lunes, 31 de enero 2022, 00:04

La grave crisis que vivimos no nos puede arrebatar la esperanza. El riesgo cierto que entraña esta pandemia de crear un clima dominante de angustia, ... de falta de horizonte, de desesperanza, nos pone sobre aviso de la urgente necesidad de atender adecuadamente la salud mental de las personas. Tenemos la obligación de ofrecer soluciones a este problema tan acuciante: la salud mental. Eso es precisamente lo que busca la proposición de ley que ha registrado en el Parlamento vasco el grupo Elkarrekin Podemos-IU.

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Somos seres vulnerables e interdependientes. Esta pandemia no ha hecho sino recordárnoslo. Parafraseando a Pedro Miguel Echenique, Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica, «necesitamos ciencia y conciencia». Hoy, esa conciencia de vulnerabilidad que hemos debido asimilar a marchas forzadas esta dejando huella en la sociedad vasca.

No descubrimos nada nuevo al apuntar que la pandemia ha sacudido la salud mental de la población y que, por ejemplo entre los jóvenes, han aumentado de manera alarmante los intentos de suicidio. Euskadi figura entre las comunidades con el incremento más significativo en el número de suicidios.

En menores de edad los problemas de salud mental se han incrementado un 108% entre 2019 y 2021, y la OMS predice que en el año 2030 la depresión será la principal enfermedad en el mundo.

Estas navidades, una chica donostiarra, familiar superviviente -su hermano de 15 años se suicidó-, impulsaba un reto, 'Un baño por Javier': 28 días bañándose en La Concha. Su objetivo: llamar la atención y visibilizar este problema de salud pública que acabó con 184 vidas en Euskadi en 2020 (Eustat).

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Es un hecho que Euskadi suspende en prevención, en atención a la salud mental. Por ello, desde Elkarrekin Podemos-IU hemos presentado una proposición de ley en el Parlamento vasco, porque necesitamos integrar adecuadamente la atención a la salud mental en nuestro sistema de salud pública o, de lo contrario, solo las personas con más recursos económicos tendrán posibilidad de recibir una atención terapéutica de calidad. Necesitamos un plan integral que incorpore una mayor inversión pública en Osakidetza, donde se prime la prevención para no sufrir casos extremos derivados de diagnósticos tardíos; que incluya un reforzamiento del seguimiento psicológico, priorizando los tratamientos de largo recorrido que den herramientas de gestión suficientes a las personas; y asimismo, incorpore una función pedagógica y educativa hacia la sociedad para acabar con el estigma.

La salud mental es cosa de todos y de todas. Estamos ante un problema colectivo que trasciende a lo individual, que tiene mucho que ver con el modelo de sociedad que aspiramos a construir. Vivimos en un mundo demasiado centrado en el progreso material, que necesita de personas competitivas y autosuficientes. Los vínculos, los afectos, no son importantes. Este es un ecosistema propicio para el sufrimiento, para la desesperanza.

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Una definición recurrente de depresión la vincula a la ausencia de esperanza. Salvador Simó, codirector de la Cátedra de Salud Mental de la UVic-UCC, explica que esa ausencia de esperanza a nivel personal nos lleva a situaciones de hastío y vacío, y por ello podemos caer en la desesperación y en la depresión, en el suicidio en su forma más extrema. Pero va más allá al afirmar que, a nivel social, favorece el auge del fascismo. La creciente desesperanza es uno de los grandes males contemporáneos. A propósito de la llegada de Trump a la Casa Blanca, Chomsky explicaba que la gente le había votado por desesperanza. De ella se aprovechan quienes funcionan políticamente a través del bulo, la desinformación y la crispación.

La esperanza es una gran fuerza colectiva, no nos podemos permitir perderla, ni individual ni socialmente. Todas las crisis de gran envergadura (y la que estamos atravesando lo es) tienen un doble potencial: una salida en negativo, que se aprovecha de la frustración y aboga por el 'sálvese quien pueda'; y otra en positivo, constructiva, que identifica los déficits, que atiende a lo común y que plantea una salida sin dejar a nadie atrás.

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Alegría y bienestar funcionan casi como sinónimos, y eso es algo valioso a tener en cuenta en este momento histórico en el que tan necesario nos resulta repensar el Estado del bienestar. Queremos vidas buenas, vidas felices.

Decía Almudena Grandes que la alegría es un arma superior al odio y que las sonrisas son más útiles y más feroces que los gestos de rabia y desaliento. Y decía más: «No existe trabajo, ni esfuerzo, ni culpa, ni problemas, ni pleitos, ni siquiera errores que no merezca la pena afrontar cuando la meta, al fin, es la alegría».

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