Censura tras el asesinato
El debate tras el crimen de Kirk cambió EEUU cuando la mano dura fue la excusa para perseguir a los enemigos del régimen
Charlie Kirk fue asesinado el 10 de septiembre de 2025. Su muerte, un crimen ruin, salvaje, injustificable, no era el primer caso de un homicidio ... por motivos políticos en Estados Unidos en tiempos recientes. Hacía menos de tres meses que Melissa Hortman, una legisladora estatal, y su esposo habían sido asesinados en Minnesota.
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La muerte de Charlie Kirk, sin embargo, fue recibida de forma muy distinta a las que le precedieron. Kirk era joven, carismático, con dos hijos pequeños; aunque no era una figura demasiado popular, era alguien reconocible, tanto por su presencia en los medios como por su cercanía con el presidente Trump. Dentro del movimiento conservador, Kirk era alguien respetado y admirado, con millones de seguidores.
Lo que ha sido distinto no es su fama o relevancia, sino el uso que la Casa Blanca hizo de la tragedia. La Administración de Trump, en bloque, se lanzó a acusar a la «izquierda radical» y a los demócratas del homicidio, hablando de redes de agitadores y organizaciones terroristas que actuaban desde las sombras. A su vez, tanto desde el Ejecutivo como desde la constelación de medios conservadores que la acompañan empezaron a señalar y declarar como desleales, violentos o algo peor a toda persona que dijera algo remotamente crítico o ni siquiera dudara de la santidad de Kirk.
Y, de forma más preocupante, amenazaron abiertamente con utilizar todas las armas legales a su alcance para silenciar sus voces.
Para aquellos que habían prestado atención a las declaraciones de Trump, J. D. Vance o cualquiera de sus asesores durante la campaña, o se hubieran molestado en leer los documentos del Proyecto 2025, el programa de gobierno oficioso de Trump, nada de esto ha sido una sorpresa.
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El candidato republicano llevaba años repitiendo sin cesar teorías conspiranoicas sobre el vasto contubernio globalista woke que estaba asolando el país. También había prometido, o más bien amenazado, con desmantelarlo de raíz, destruyendo aquellos grupos que él consideraba «radicales». Brendan Carr, el presidente del regulador del mercado de comunicaciones que está intentando cerrar televisiones desleales, fue quien redactó ese capítulo del programa de Trump. Lo estaba aplicando palabra por palabra.
Durante los primeros días tras la muerte de Kirk, la conmoción tras la tragedia hizo que la retórica del trumpismo quedara en segundo plano. Nadie quería escuchar a cretinos ninguneando un asesinato, y los exabruptos presidenciales quedaban difuminados por la investigación sobre el suceso. No fue hasta unos días después, con un sospechoso detenido (un pobre diablo de 22 años, con una ideología vagamente izquierdista pero incoherente), cuando la actitud de la Administración empezó a llamar la atención.
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El miércoles pasado, una semana después del atentado, la Administración presionó abiertamente a la cadena ABC para que despidiera a Jimmy Kimmel, un cómico que desagradaba a Trump, por un chiste bastante inocuo. ABC respondió cancelando la emisión de su programa. Fue entonces cuando el tono abiertamente autoritario pasó a un primer plano, y se empezaron a topar con más resistencia.
Por primera vez, algunos políticos republicanos y comentaristas cercanos al trumpismo alzaron la voz. La derecha americana llevaba clamando desde hacía tiempo contra la cultura de la cancelación, y no querían repetirla. La izquierda quizás era terrible, pero flirtear con la censura no. Una vez que la polémica se veía con ese prisma, la retórica de mano dura con los violentos empezaba a sonar como una excusa para perseguir a los enemigos del régimen. El debate había cambiado.
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Tras varios días de polémica, ABC llegó a la conclusión de que la decisión de cancelar un programa de humor para hacer feliz a Trump era más costosa para ellos que enfrentarse a su ira. Trump sigue lanzando diatribas contra Disney, la propietaria de la cadena, pero el resto de la administración no está hablando tanto de ir a por 'Antifa' (una organización que ni existe como tal) abiertamente, ni castigar a la izquierda.
La sombra, sin embargo, permanece. La Administración Trump tiene un programa de gobierno abiertamente autoritario, que ha intentado avanzar en todos los frentes, a menudo sin encontrar apenas resistencia. Nadie duda que volverán a intentarlo.
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Kirk no será el último caso de violencia política en Estados Unidos. Muchos temen que el país va camino de unos años de plomo, con violencia política ocasional como ruido de fondo. La administración tendrá más excusas, más mártires -y no tiene interés alguno en tratar de calmar los ánimos. Este no será el último intento de censura.
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