La política del sucedáneo
Ideologías que nos ofrecen algo atractivo que digerir sin esfuerzo, que reafirme las ideas de 'los nuestros'. Una vía que abre paso a populistas y totalitarios
Palitos de mar como si fueran marisco; surimi como sustitutivo de las tradicionales y prohibitivas angulas; soja y fibras vegetales simulando hamburguesa de vacuno; extractos ... de vegetales y frutos secos como leche de vaca; proteína láctea, almidón y aceite de palma como si fuera queso; pasteles sin azúcar y bebidas alcohólicas sin alcohol. Comemos y disfrutamos deglutiendo productos que no son lo que creemos; y lo hacemos considerando que es lo habitual, incluso lo progresista. Una metáfora terrible de nuestra actual situación política y social. Participamos de movimientos, abrazamos discursos y colaboramos en rituales que consideramos la esencia de la democracia cuando realmente no son sino un sucedáneo de aquella. Y lo terrible de todo es que nos gusta, que realmente nos resulta 'sabroso'.
Recientemente hemos recordado la fecha del fallecimiento de Zygmunt Bauman, quien definió la sociedad líquida de la posmodernidad. La verdad es que en estos casi cinco años nuestra realidad política ha finiquitado lo poco sólido que quedaba, ha superado una etapa líquida y se ha adentrado en otra casi gaseosa. En cierto modo, se está confirmando lo que anunció hace más de cien años el polémico William Morris en su famosa obra 'La era del sucedáneo'. Estamos viviendo una época en la que lo que se nos ofrece desde la política, y desde los poderes difusos que tras ella moran, no es ideología ni felicidad, sino un sucedáneo de esta. Dijo Morris en el siglo XIX que «el actual sistema basado en el sucedáneo seguirá haciendo de todos ustedes unas máquinas. Comen como máquinas, les atienden como a máquinas, les hacen trabajar como a máquinas y les desechan como a máquinas cuando no pueden seguir funcionando».
Es cierto que este autor no aportó demasiadas propuestas prácticas para superarlo y su visión comunista, más idealista que ortodoxa, se demostró a lo largo del siglo XX como una práctica atroz y cruel, un nuevo sucedáneo de la sociedad ideal. Aún así, sus teorías resultan muy sugerentes a tenor de lo que estamos viviendo en la actualidad.
La realidad política actual, en la que una ingente legión de políticos, políticas y 'politiques', desde la extrema derecha hasta la izquierda extrema, nos están haciendo comulgar con sucedáneos en vez de con propuestas reales que puedan hacer avanzar al país desde espacios compartidos, no enfrentados. Una política definida por el desvanecimiento de las instituciones del Estado y por el surgimiento de gobiernos casi feudales, un tiempo que nada en la inestabilidad, la precariedad, el ritmo cambiante, la celeridad de los acontecimientos y la adoración de la política 3.0. Y en esa 'comunidad sustituida' es donde resultamos presa fácil de himnos y alegatos, sean estos étnicos, pseudorrevolucionarios o populistas (o la mezcla de todos), que alientan nuestros sentimientos calientes frente a la templanza que la política y la democracia necesitan.
Ideologías «sedicentes», como afirmaba recientemente J. M. Ruiz Soroa; en definitiva, 'ideologías sucedáneo' que nos ofrecen algo fácil de digerir, atractivo y sin esfuerzo. Una política que se ejerce más en las redes sociales que en el Parlamento, una política que discurre de forma confortable en nuestros dispositivos móviles y satisface al reafirmar nuestras propias ideas y las de 'los nuestros'. Se es mejor no por ofrecer alimento espiritual a la ciudadanía, sino por ofrecer un sucedáneo de ello a golpe de retuits, 'likes' o insultos. Una política que deja el camino libre a profetas salvadores, populistas y totalitarios.
Resulta imperioso huir de los sucedáneos, hay que demandar una política sin conservantes artificiales porque, créanme, esa es la única forma de ser realmente un poco más libres. Les ofrecerán otras, mucho más cómodas, pero no se dejen engañar: sin estudio, sin cultura, sin reflexión y sin esfuerzo no hay posibilidad alguna de construir una sociedad de verdad, esa que se genera a través de acuerdos y cesiones, y sin ella no hay verdadera democracia. Para acceder a ella no hay atajos tecnológicos, tan solo hay un camino que sólo ustedes pueden construirse y ese se transita, no sin esfuerzo, apoyado en los bastones de la ciudadanía y el bien común.
Quien les ofrezca llevarlos en una cómoda limusina dorada, créanme, les está engañando. No es democracia, es un sucedáneo.
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