Desde que Francis Fuyukama anunció su final, la Historia no ha dejado de escribir nuevos capítulos. Hay quienes defienden que los acontecimientos actuales no son ... más que una repetición de otros momentos en los que también nos acercamos al borde de algo inédito; el tiempo lo dirá. Lo que sí parece percibirse es un desconcierto generalizado ante lo que el economista Joseph Stiglitz ha definido como «el fin del progreso»: la negación de los valores que hasta la fecha han propiciado un desarrollo económico y social. No es el mero paso del tiempo -dice- lo que nos ha permitido alcanzar cotas de progreso social y económico sin precedentes, sino las bases sobre las que hemos acordado hacerlo: la confianza en el conocimiento científico y la cooperación como sistema para generar alianzas y redes de conocimiento que distribuyen los beneficios del saber. La llegada a la Casa Blanca del negacionismo y la unilateralidad son símbolos claros según Stiglitz de que el libro de la Historia, ahora sí, debe redactar un nuevo capítulo.
En el último informe 'Euskadi y la Unión Europea: un destino compartido de prosperidad y competitividad', desde Zedarriak defendemos que apostar por Europa significa innovar, colaborar y consolidar un modelo de desarrollo basado en el conocimiento y en valores de solidaridad interna y externa. Defendemos, con Stiglitz, que estos son los principios del progreso en los que Euskadi debe jugar las cartas de su propuesta de futuro. ¿Por qué Europa? Porque en el contexto actual de desmantelamiento del orden multilateral y de caos geopolítico, Europa puede y debe ser la punta de lanza hacia una transformación estructural.
El sueño europeo original, basado en la cooperación, la paz y la justicia social, se encuentra arrinconado ante prácticas unilaterales, el auge del proteccionismo y la erosión de los valores democráticos. La tentación del repliegue puede parecer una respuesta intuitiva en tiempos de incertidumbre, pero en realidad sería un freno a nuestro desarrollo. El mundo está cambiando y Euskadi debe hacerlo con él, no contra él.
Walter Benjamin introdujo en 1933 la idea de «organizar el pesimismo» en su ensayo 'Experiencia y pobreza' (1933), como una respuesta a la crisis de la modernidad y al fracaso de los mapas tradicionales, insuficientes para navegar y dar sentido en el nuevo mundo. El malestar colectivo es paralizante y por ello, Benjamin apuesta por hacer del pesimismo un método crítico para transformar la desesperanza en motor de cambio. No basta con lamentarse por la incertidumbre o esperar la redención en un futuro promisorio: en lugar de insistir en recuperar una Europa idealizada, asumamos sus contradicciones y deficiencias de forma crítica, no para diagnosticar, sino para construir a partir de lo aprendido.
Europa no puede seguir vendiéndose como el gran garante de la paz y la prosperidad sin reconocer que esta paz ha sido desigual y que la prosperidad no ha llegado por igual a todas partes. El auge de las extremas derechas, el desencanto con las instituciones -por mencionar solo algunos- son síntomas de un problema estructural que no se resuelve con más discursos sobre los valores europeos.
Si Europa está en crisis, es precisamente desde esa crisis desde donde debe reconstruirse. La incertidumbre geopolítica y el proteccionismo obligan a Europa a replantearse su modelo productivo, abriendo la posibilidad real de fortalecer la capacidad industrial y tecnológica comunitaria y de articular una red de alianzas que reduzcan su dependencia. Esto implica repensar el modelo económico, las estructuras de poder y relación entre los Estados y la ciudadanía, y abrazar la oportunidad de proponer un nuevo pacto social. En momentos de incertidumbre siempre surgen nuevas formas de imaginación y, en el caso de Europa, esto podría significar una reactivación del espíritu de solidaridad y cooperación, con nuevas formas de democracia participativa.
Ante la polarización, la desregulación y la reducción de derechos sociales que atisbamos al otro lado del precipicio actual, el modelo social de Europa sigue siendo una alternativa real, pero no basta con creerlo. Este es el momento para que Europa invierta más en educación, salud y bienestar social y refuerce la idea de que la competitividad global no debe basarse en la precarización. El momento de revertir al estrechamiento de la sociedad civil con más y mejor sociedad, con políticas económicas y sociales que permitan la inclusión, equidad y justicia social y fomento de la diversidad que es parte nominal de la idea europea, 'United in Diversity'.
Si Europa logra «organizar su pesimismo», podría emerger no como la heredera de un orden global que hace tiempo necesitaba correcciones, sino como una alternativa realista y renovada a un nuevo orden que no es compatible con los principios del progreso humano. Eso puede y debe ser Europa: un laboratorio donde alumbrar ese futuro posthegemónico.
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