El presidente Macron, en una brillante escenificación ante el Parlamento Europeo, fija como una de las prioridades de la presidencia francesa de la Unión la ... incorporación del aborto a la Carta Europea de Derechos Fundamentales. El primer ministro británico lucha por su supervivencia política después de conocerse que el 10 de Downing Street se ha convertido bajo su mandato en una de las direcciones más fiesteras y desahogadas de Londres, sin respeto para lutos oficiales ni para las restricciones por covid impuestas por los que se las saltaban reiteradamente. Crecen las dudas sobre la lealtad de algunos socios comunitarios en estos momentos de crisis. La Unión continúa su soliloquio sobre la política exterior y de seguridad común, la defensa europea y otros temas de su repertorio habitual con un Alto Representante al que conocen en Moscú por una lamentable visita, en el curso de la cual José Borrell cayó en todas las trampas tendidas por ese personaje tan inquietante vestido de ministro de Asuntos Exteriores de nombre Serguéi Lavrov.
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En Madrid, un Gobierno de coalición con representantes del Partido Comunista prepara la cumbre de la OTAN para el mes de junio y, como futuro anfitrión, se siente obligado a mostrar su disposición a participar en el despliegue militar de la Alianza, lo que está muy bien, sobre todo si no se tiene en cuenta que esos ministros a los que mencionar 'Moscú' todavía les conmueve se oponen de manera cada vez más explícita y ruidosa no solo a cualquier implicación militar de España, sino a nada que muestre una mínima fortaleza frente a Putin.
Al otro lado del Atlántico, la preocupación dominante enfocaba al riesgo de una acción militar masiva de China sobre Taiwán y una Administración con claros signos de entumecimiento de su musculatura exterior actúa como una pesada maquinaria oxidada que rechina y tarda en ponerse en marcha para responder a desafíos de los que cree que es Europa la que, de una vez por todas, debe ocuparse. En Washington un presidente experimentado pero en condiciones cuestionables para las exigencias del cargo pone letra a la melodía de la decadencia y el repliegue de Estados Unidos, mientras, enfrente, un peligro planetario como Trump prepara su retorno apoyado en el Partido Republicano, aparentemente satisfecho de seguir entregado al temerario inductor del asalto al Congreso, entre otras razones porque su sucesor Biden ha hecho suyas, al darles continuidad, decisiones como la humillante retirada de Afganistán y la atribución a Marruecos de la soberanía sobre el Sáhara.
Todo lo anterior puede parecer un inconexo 'totum revolutum', pero son los trazos de una imagen preocupante del estado de Occidente cuando se da por inevitable que Rusia se dispone a invadir Ucrania. Occidente, entre el ensimimamiento y el descuido de la relación atlántica, tiene en el reto ruso sobre Ucrania no solo una prueba de su fortaleza frente a Putin, sino una prueba para sí mismo.
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Vladímir Putín no es un tirano en apuros que se embarca en una aventura exterior para distraer de problemas internos. Ucrania es parte de una estrategia de restauración del poder de Rusia que impugna el orden internacional salido de la desaparición de la Unión Soviética. Lo que pretende Putin es perfectamente reconocible en la historia rusa, en su cultura estratégica que el comunismo soviético asume de los zares, para quienes la mejor garantía de las fronteras rusas consistía en ampliarlas. El hilo conductor del discurso de confrontación de Putin es la historia de Rusia; de esa Rusia eterna que, según Putin, tiene que ser rescatada de la humillación y debe poner en evidencia la debilidad política y cultural de sus adversarios.
De ahí la guerra híbrida en la que Moscú está empeñado y que comprende desde la desinformación masiva hasta la acción militar, pasando por los ciberataques, la utilización de la presión migratoria inducida sobre países fronterizos, el manejo de la dependencia energética europea, la penetración social y política a través de la financiación de organizaciones y partidos y de la cooptación de personalidades útiles para sus propósitos, además del ataque directo contra la disidencia dentro y fuera del territorio ruso.
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Es evidente que Putin no pretende una inocente 'finlandización' de Ucrania que neutralice este país como posible amenaza para Rusia. Lo que exige son manos libres y que se asuma que Ucrania es, como poco, su zona de influencia y que el Gobierno prooccidental de Kiev quede aislado y sin apoyos, a merced del Kremlin. Pretende consolidar el control territorial adquirido y rehacer, de hecho, el mapa de Rusia.
No se puede alegar ni sorpresa ni ignorancia sobre la estrategia a largo plazo de Moscú. Este Occidente cacofónico, de confusas prioridades y mediocres liderazgos, se juega ni más ni menos que volver a la Guerra Fría. Porque esa será la consecuencia si Occidente fracasa en el órdago que Moscú ha puesto encima de la mesa.
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