Las imágenes de los sucesos de julio en Cuba, tanto en las movilizaciones por la libertad como en su inmediata represión, me recordaron unas observaciones ... de Julio Caro Baroja. Don Julio se extrañaba de que los historiadores de la política, de la guerra e incluso de la cultura ignorasen hasta tal punto la importancia de los cambios tecnológicos. Años después, el encargado del Archivo Histórico Militar, de sonoro nombre, capitán Matamoros, me miraba con total escepticismo cuando le hacía ver que con la superioridad del Mauser sobre el Remington, de haber tenido los españoles ametralladoras, los americanos mal habrían escalado la loma de San Juan en Cuba. O que el fin de las revoluciones urbanas de mediados del siglo XIX se fraguó con la modernización de los transportes más el fusil de repetición y ánima rayada: antes el que hacía uso de su único disparo con ánima lisa quedaba a disposición de cualquiera que lanzase un mueble desde su balcón. Kitchener no era más listo que Gordon en Sudán: simplemente contaba con ametralladoras que masacraron a miles de derviches, a diferencia del recurso a formar el cuadro, única defensa de su predecesor.
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Todo esto tiene mucho que ver con la historia de los últimos veinte años. La reciente secuencia del 11 de julio cubano es un ejemplo de cómo un componente de la renovación tecnológica, Internet, ha actuado como instrumento de rebeldía, haciendo posible una movilización a escala insular. Al siguiente día la capacidad técnica de la represión gubernamental sofocó de inmediato el levantamiento.
En el 11 de julio cubano, la capacidad técnica del régimen sofocó la rebeldía que canalizó Internet
Estamos ante un caso más de aparente equilibrio, que desde hace años se resuelve en favor del orden, tanto por la decisión de este, consistente en aplastar a toda costa, como por disponer de medios técnicos y psicosociales para ello. En la fórmula clásica, hasta fines del siglo XX, este último recurso bastaba: fue suficiente en Tiananmén por contraste con Berlín 89, cuando lo impidió Gorbachov.
Pronto los teléfonos móviles otorgaron la primacía a opositores y terroristas: los primeros años de Al-Qaida, de Estados Unidos a Madrid, Bali o Londres, contemplaron la formación de un terrorismo de alcance universal, hasta que las técnicas de control -más las eliminaciones de los santuarios afgano y del Estado Islámico- forjaron un reequilibrio vigente hasta hoy.
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Por sorpresa, el epicentro egipcio de la 'primavera árabe' en 2011 pareció dar de nuevo ventaja a la contestación. El esquema de la revolución no violenta de Gene Sharp se hizo realidad: resistencia a la represión y movilización con los nuevos medios, acción de desgaste sobre el poder, dieron en tierra con el régimen de Mubarak. Pero faltaron las élites que canalizaran el proceso y el poder derribado se reconstruyó con aún mayor fuerza.
Desde entonces los intentos de reproducir el patrón de la revolución (o de la resistencia) no violenta han fracasado uno tras otro. Bielorrusia es el caso más evidente, en tanto que desde distintas posiciones ideológicas, Putin, Erdogan, Maduro, Jamenéi, la Junta militar birmana se han mostrado dispuestos a ahogar en sangre todo movimiento de oposición capaz de entorpecer sus respectivos caminos hacia la dictadura.
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Los procedimientos pueden variar. La Junta de Myanmar recurre al viejo método de fusilar y encarcelar. Ortega y Maduro suprimen toda disidencia. Erdogan reduce cada vez más el espacio democrático, una vez que la fallida intentona militar de 2016 le permitió justificar una represión generalizada. Putin, pura y simplemente, sistematiza los viejos métodos de encarcelamiento de opositores y, llegado al extremo, del recurso al crimen como en la era soviética. Cuba, como siempre.
No existe tampoco ya la posibilidad de que en Irán surja una nueva 'revolución de terciopelo' contra los ayatolás: el control es demasiado eficaz y la brutalidad de los castigos, disuasoria. Y para cerrar el círculo, es inminente la recuperación del poder en Afganistán por los talibanes, la variante extrema hasta el horror del islamismo. Desde procedencias tan dispares, un denominador común: derechos humanos sistemáticamente vulnerados, eliminación de la libertad.
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No hay marcha atrás posible. Los medios de comunicación privados no disponen de capacidad alguna para afrontar técnicas de control muy superiores, ejercidas por el poder. Incluso vemos cómo cobra forma en China un Estado estrictamente orwelliano, con la digitalización puesta al servicio de una vigilancia omnipresente sobre todos y cada uno de los ciudadanos. La distopía de la opresión universal hecha realidad.
Y si aflora algo nuevo, es en ese sentido, con la pesadilla de la innovación tecnológica que en el Proyecto Pegasus permite un control capilar de los centros de decisión democráticos, así como de todo individuo susceptible de inquietar al orden. Nos encaminamos a tener el mismo tipo de libertad de que disfrutan las hormigas en el hormiguero.
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