He tenido el placer de presentar en Bilbao el libro 'Julio César. El arte de la política', junto a su autor, el escritor y doctor ... en Derecho Francisco Uría. El ensayo aporta luz sobre la figura del dictador romano -quizás uno de los personajes más influyentes de la historia- y su relevancia en la comprensión del político moderno. El prólogo es del filósofo bilbaíno Javier Gomá. Esto me sirve para realizar en tiempos preelectorales una personal reflexión sobre el poder y la ambición.
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Curiosamente algunas cuestiones aparentemente 'modernas' de la política, como el culto a la apariencia, la preocupación por el relato, el afán de posteridad, el uso exagerado de la resiliencia, el no tener empacho en que el fin justifique los medios, el recurso habitual en hacer de la necesidad virtud… no son realmente modernas, sino más bien eternas, ya que el mismo Julio César fue un ejemplo de todas ellas.
En su época actuaba como un 'influencer' que intentaba marcar tendencia con su vestuario, peinado y aspecto personal. Se preocupaba de su propia propaganda política, escribiendo él mismo, y en tercera persona para dar apariencia de objetividad, sus 'Comentarios a la Guerra de las Galias', ya que entonces no existía la posibilidad de tuitear, que desde luego habría utilizado. Además, sus relatos, sus programas de obras públicas y el erigirse a sí mismo una estatua denotan que estaba pensando también en pasar a la posteridad.
La resiliencia, el saber adaptarse a las circunstancias y sortear temporales fue también una característica suya, ya que, sin proceder de cuna especialmente distinguida y siendo epiléptico, logró convertirse en abogado, cónsul y dictador perpetuo. Lo de emperador le atraía menos, puede que porque prefería ser una especie de dios terrenal.
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Por otra parte, no tenía problema en ser un genocida si ello contribuía a sus intereses -se le atribuyen más de un millón de muertos solo en sus campañas galas-, a la vez que en ser magnánimo con los adversarios; eso sí, una vez instalado en el confort teórico del poder. Julio César terminó su vida de forma violenta y a consecuencia de una fatal paradoja, ya que amarró tan bien que no le pudieran arrebatar el poder mediante procedimientos políticos que no dejó a sus enemigos más vía que asesinarlo para poder quitárselo de en medio.
La auténtica cuestión no es si la política, la de hace más de 2.000 años de Julio César o la política moderna, responden a un mismo patrón o no. La verdadera inquietud reside en que no son formas de actuar dignas de admiración ni de emulación, que son actitudes que no casan con una ética virtuosa, que son comportamientos que no aprueban un examen de buena gobernanza. En César es de alabar su excelencia vital, pero no su ascendencia moral; que pueda considerársele 'moderno' no quiere decir que deba ser digno de imitación.
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Cicerón decía que Cesar tenía siempre en los labios estos versos de Eurípides: «Si es necesario violar la ley, debe violarse para conseguir el poder supremo. En todo lo demás, practica la virtud».
Quiero dejar a efectos de autoreflexión unas preguntas -podrían ser muchas más- sobre la ambición, en torno al poder y que pueden ser pertinentes no solo para la política, sino también para andar por el mundo, para desenvolverse por la vida empresarial, profesional. ¿La ambición es siempre noble? ¿Hay que ponerle límites? ¿Merece la pena lograr y mantenerse en el poder a cualquier precio? ¿ Somos eternos e imprescindibles? ¿Para qué interesa la posteridad si ya no estamos? ¿Por qué creemos que nos recordarán por lo bueno y no por lo malo? ¿El fin justifica los medios? ¿No es un autoengaño hacer de la necesidad virtud? ¿Somos conscientes de la soledad del poder y de que seremos adulados sobre todo por palmeros? ¿Nos debemos dejar influir por los versos de Eurípides?
Unamuno ya apuntaba que sería conveniente que el noble arte de la política se ejerciera más que por hombres partidos (con visión exclusiva de partido, cortoplacistas) por hombres enteros (íntegros, honestos, con visión a largo plazo), y me atrevería a añadir que tuvieran vocación de servicio, conocimiento profesional de la realidad aparte de la política y dedicación no eterna a la 'res pública' o a sus aledaños.
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Aristóteles, que fue mentor de Alejandro Magno -el gran referente de Julio César y su vida paralela, según una visión muy particular de Plutarco-, defendía que la virtud estaba en el término medio. Y esto vale para casi todo, incluido el poder y la ambición. Por eso, a veces conviene, como nos ha ocurrido por estos lares y lo digo como halago, tener líderes políticos más aburridos que aguerridos, más gestores que innovadores, más terrenales que lunáticos.
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