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Sr. García
La mirada

Los grupos sin interés

En las grandes empresas cuidan a sus dueños, los trabajadores son meros recursos y los clientes se sienten cautivos

Sábado, 25 de marzo 2023, 23:34

Es de sentido común que las empresas deben ser primero rentables; es decir, ganar dinero honestamente. También conviene que la rentabilidad o sostenibilidad (como la ... llaman algunos) no sea sólo económica, sino también social y ambiental. Además, deben tener alma, funcionar con parámetros éticos y, sin olvidarse de sobrevivir en el día a día, tener una visión a largo plazo. Por si esto fuera poco, también deben considerar a sus grupos de interés. Hoy me centraré en este último tema.

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Por grupos de interés ('stakeholders') se consideraba inicialmente a los accionistas ('shareholders') y, como derivación, a los consejos de administración y CEOs o consejeros delegados. Luego se incluyó a los directivos, que según Galbraith deben considerarse empresarios, sobre todo en las grandes empresas. A regañadientes se agregó a los trabajadores y a sus representantes sindicales. También se fueron añadiendo en la consideración de grupos de interés los clientes, los proveedores, las administraciones públicas y las entidades financieras. Y por último, ya más en tiempos recientes, la sociedad y el planeta.

Voy a empezar diciendo que hay muchas empresas y organizaciones que intentan cumplir en la medida de sus posibilidades con sus grupos de interés, aunque es complejo ya que a veces representan objetivos contradictorios. Así, en la consideración de las personas trabajadoras destacan tanto las cooperativas y las sociedades anónimas laborales como las loables iniciativas de colaboración entre organizaciones empresariales y administraciones públicas, tales como ekinBarri, Fabrika o Relaciones Laborales 4.0. También, para multitud de empresas, sobre todo medianas y pequeñas, tener en cuenta a la mayor parte de sus grupos de interés es vital para su existencia.

Otra cuestión es la de las grandes corporaciones; entre ellas, las suministradoras de bienes y servicios esenciales que corresponden a sectores muy regulados y que, en un mar revuelto, están obteniendo enormes beneficios (energía, agua, finanzas...) más por carambolas del destino que por gestión propia.

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Suelen tener en muy buena consideración a su CEO, su consejo y sus accionistas. Tiene toda la lógica. Los accionistas son los dueños, el consejo su representación y el CEO su ejecutivo más relevante. En muchos casos, cuando las cosas van bien y la empresa es cada vez más importante es el CEO quien modela a su consejo, aunque puede que en su día fuese elegido por él. Además, en los consejos, aparte de la representación accionarial o consejeros dominicales, hoy en día tienen cabida conseguidores, 'influencers' y políticos, en muchos casos en detrimento de expertos en la materia concreta de la empresa; a esos los reservan para sus puestos directivos.

A las personas trabajadoras de estas empresas cada vez se les considera más como meros recursos (recursos humanos les llaman) y, además, amortizables. En un mundo con cada vez más digitalización, robotización e inteligencias artificiales tiene menos complejidad su sustitución; por tanto, ¿para qué perder el tiempo con ellos?

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Como algunos sectores son, además, oligopolísticos -aunque peor sería aún la dictadura del monopolio- procuran, sin que se note demasiado, no competir abiertamente, aunque pueda resultar difícil demostrar la concertación. Así ocurre que los clientes o usuarios, esos tontos útiles, se encuentran cautivos; así, aunque se cambien a la teórica competencia, seguirán sujetos a tarifas, al euribor, a precios regulados… que son repercutidos inmediatamente cuando perjudican al cliente. ¿Para qué tenerles en cuenta si están enjaulados y se les puede estrujar hasta límites insospechados?

Por otra parte, a sus proveedores, casi tan numerosos y cautivos como los clientes, les basta con estar eternamente agradecidos a estas empresas por contar con ellos; es más, hasta reciben premios de ellas por ser sumisos.

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Por su parte, las administraciones públicas deben mostrar su regocijo por que estas empresas paguen impuestos y mantengan puestos de trabajo en lugar de buscar paraísos fiscales, aborrecer del arraigo o quejarse de inseguridad jurídica.

La sociedad civil es un ente difícilmente reconocible, no tiene representación clara ni unitaria y, por tanto, mientras no meta ruido no existe.

Por último, ¿quién tiene en cuenta al planeta? Hemos estado y seguimos en buena parte considerando el crecimiento como la panacea del bienestar. Además, la contaminación suele ser una mera externalidad; es decir, un coste que otros asumen. Se están dando pasos al respecto, pero falta mucho camino por recorrer.

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En definitiva, hay empresas (cuanto más grandes peor) en las que hay muy poco interés por la mayor parte de sus teóricos grupos de interés. Algunos de estos se están dando cuenta. Convendría que tomen nota.

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