Gaza: sabemos lo que está pasando
El desconocimiento del horror no nos servirá de excusa esta vez
La de películas y libros sobre la Segunda Guerra Mundial que habré devorado. El Holocausto ha generado innumerables historias de supervivencia que te atrapan con ... esa mezcla de repulsa y magnetismo que a veces provoca la maldad pura. Y es que por mucho que sepamos que los campos de exterminio existieron, el hecho de ver recreada en la ficción la maquinaria criminal organizada por el Estado para aniquilar de forma sistemática a personas judías sigue pareciendo algo increíble. Inimaginable tanta crueldad. Inimaginable que no se pudiera frenar antes. Inimaginable que asesinaran a seis millones de judíos. Mujeres, hombres, niños. Opositores políticos, personas con discapacidades, homosexuales, personas de etnia gitana.
Cuando soldados rusos y estadounidenses liberaron los campos de exterminio no daban crédito a lo que veían: auténticos esqueletos vivientes de no más de 30 kilos, cadáveres apilados como leños, fosas comunes. El mundo conoció una terminología del horror que aún hoy resuena: cámaras de gas, hornos crematorios, trenes y camiones de ganado con seres humanos hacinados y moribundos, experimentos médicos, la Solución Final. ¿Cómo ha podido suceder algo así?, se preguntaba la comunidad internacional. Entonces existía la convicción de que, de haberse sabido, no se habría permitido.
Qué inocente e ingenuo parece eso ahora. Lo que está sucediendo en Gaza lo sabemos. Estamos viendo imágenes en directo de los bombardeos. De los cadáveres. Niños mutilados. Los estragos de la hambruna y las enfermedades que están matando a quienes sobreviven a las bombas. Y qué poco se está haciendo. La comunidad internacional está paralizada. La masacre en el concierto contra la ciudadanía israelí es un crimen atroz innegable. Pero la respuesta de Israel es inhumana e inaceptable. Bien es cierto que vivimos un momento de debilitamiento de las organizaciones e instituciones internacionales. Trump y Putin cruzan a diario las líneas rojas con impunidad y el tablero mundial se ha quedado sin reglas. La diplomacia y las relaciones internacionales tal y como las conocíamos parecen ahora vestigios exóticos e inútiles. Pero aún así hay que intentarlo. Hay que alzar la voz con más fuerza para parar este genocidio. Y ello no significa en absoluto echarse en brazos de Hamás o del yihadismo. Rompamos la baraja de la polarización a la que nos abocan y pongamos la humanidad por encima de todo ello.
Hace un mes, todas esas novelas, series y películas de las que hablaba se volvieron reales con un 'wasap' de mi amigo Emmanuel. De la ficción a una historia de carne y hueso. En concreto, la de Gabriel Tellechea, su abuelo materno. En el 'wasap' me compartía un reportaje de la televisión pública francesa, France 3, retransmitiendo el homenaje que le habían hecho a su abuelo en San Juan de Luz. Así me enteré de que Gabriel Tellechea fue miembro de la Resistencia francesa, bajo el seudónimo de 'Ramsés'. Que fue encarcelado en Burdeos en diciembre de 1943 por la Gestapo y deportado a Buchenwald en el 44, de donde nunca regresó.
Su hija, Gaby, madre de Emmanuel, lleva veinte años tratando de reconstruir su historia para que el nombre de su padre no caiga en el olvido. Tras su investigación, creen que Gabriel pudo morir en las tristemente famosas marchas de la muerte. Esas evacuaciones masivas de los campos de concentración nazis, llevadas a cabo ante la llegada inminente de los estadounidenses, en el caso de Buchenwald. Un tercio de los 30.000 prisioneros obligados a 'marchar' de Buchenwald en abril del 45 murieron. De frío, inanición o ejecutados.
Me gusta que en las películas de temática nazi haya una historia de amor y que, aunque difícil y poco verosímil, acaben bien al menos para los protagonistas. Que los rusos o los americanos lleguen a tiempo. No fue así para Gabriel Tellechea. En la vida real, el heroísmo no suele tener música épica ni recompensa. Su mujer, embarazada de Gaby cuando detuvieron a su marido, desconocía la actividad secreta de este y vivió toda esa situación casi como una traición y su desvalimiento posterior cuando se quedó sola y con grandes dificultades para salir adelante, como una vergüenza. Sin embargo, esa ignorancia probablemente le salvó la vida cuando ella también fue interrogada. El homenaje del 27 de abril en San Juan de Luz ayuda a su hija, Gaby Clerc-Tellechea, a tener algo de paz y a restituir la memoria de un padre al que no conoció, pero que siempre ha estado muy presente para ella.
Dudo que haya tanta atención, ficción y ensayo para lo sucedido en Gaza como lo ha habido con el genocidio judío. Pero el dolor, el desgarro y el sufrimiento son los mismos. Si no se frena, será nuestra vergüenza colectiva contemporánea. No sé dónde va a meter Europa tanta culpa. Y no podremos decir que no lo sabíamos.
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