Los análisis serios y rigurosos que se publican sobre España, a pesar del crecimiento económico, ven el futuro con nubarrones si no se introducen cambios ... importantes. Así ha sido y es España. Históricamente, los hechos positivos, que son muchos, se han visto lastrados por un conjunto complejo de factores negativos.
Entre los que enturbian el momento actual tenemos los errores y abusos políticos de todo tipo, la falta de respeto a la legalidad del Gobierno actual, la incultura que muestran las intervenciones públicas de una mayoría de la clase política, las insultantes tertulias en algunos medios de comunicación audiovisuales, la falta de respeto al conocimiento y la venganza contra la crítica seria plasmada en las amenazas a periodistas y jueces. Además, hay que añadir la grave enfermedad crónica de la disgregación. Recordemos que los ciudadanos, las familias y las naciones degeneran cuando no corrigen sus defectos íntimos. La disgregación es uno de ellos. Cataluña, donde es una enfermedad cíclica desde hace unos cuatro siglos, sufrió el último episodio hace poco tiempo. Ahora, con amnistía o sin ella, se adormece, pero volverá a aparecer otra vez dentro de 30 ó 40 años. De todo lo anterior, hoy hablamos del respeto al conocimiento.
Hace unos cien años Ortega y Gasset comentaba en un artículo: «Cuando estoy en una reunión en Europa me asombra el respeto que se tiene a las personas que manifiestan un mayor conocimiento que los demás». Aquí, ahora, una mayoría de los que deciden en política, o hablan en tertulias, son políticos y ciudadanos que carecen de los conocimientos mínimos. Además, y es lo más grave, no han leído ni leerán un ensayo sobre el tema en su vida. Este dato explica por qué nuestra historia ha sido una secuencia de subidas y bajadas. La intensificación de los factores negativos está detrás de la imagen de nuestro problemático futuro.
Todo se debe a que uno de los partidos fundamentales, que además gobierna, ha sido secuestrado por un caudillo. Un caudillo que cambió la ideología clásica de ese partido por el fomento de la virulencia de la rebelión de las masas de la que habla Ortega y Gasset. Un caudillo que, pese a haber llegado a presidente del Gobierno, odia, dentro y fuera de su partido, toda individualidad selecta y ejemplar por el mero hecho de serlo. Este odio, abundante dentro y fuera de la política, es la causa de que en España nunca haya habido, como en Alemania, Francia o Inglaterra, un número importante de personalidades eminentes. Una carencia que ha generado, como dice Ortega, la indocilidad de las masas. Como consecuencia, cuando personas de este ámbito tienen responsabilidades en el Estado son capaces de desmoronar la estructura nacional. Esto ha hecho que España cíclicamente pase por épocas de bonanza, pero, cuando estamos arriba, se vuelve a movilizar a las masas contra el conocimiento y volvemos a bajar.
Sin ánimo de polémica, se presentan, por la relevancia de sus autores, tres hechos recientes que muestran el desprecio por el conocimiento. El primero ha sido el incumplimiento, en el doctorado del presidente, de las exigencias legales mínimas que garantizan la calidad. Es la normativa oficial que debe hacer cumplir el Gobierno de España. El segundo hecho está relacionado con una de las actividades de Begoña Gómez que, por cierto, carece de un titulo oficial homologado. ¿Estaría, si no fuera la mujer del presidente, dirigiendo un máster y ocupando una «cátedra», aunque no exactamente como catedrática, en una Universidad pública?
El tercero es el reciente nombramiento como presidenta del Consejo de Estado de Carmen Calvo. La ley reserva ese cargo para un o una jurista de «reconocido prestigio». Sin deseo de ser cruel, no es el caso. Cualquiera de los sistemas de evaluación vigentes indica que carece de referencias contrastadas para reconocerle ese mérito o alguno de tipo académico. Por ejemplo, en su labor investigadora no tiene ninguna aportación valorable como tal. Un elemento muy negativo en cualquier sistema educativo que se precie.
En cualquiera de los países europeos, los tres hechos descritos desacreditan a cualquier político que los fomenta. Es una falta de respeto al conocimiento. ¿Qué pensarán los jóvenes que se esfuerzan en sus postgrados y doctorados o los que preparan sus oposiciones (conocimiento) para entrar en la Administración?
A pesar de lo anterior, hay razones para ver el futuro con optimismo. Hoy, en todos los ámbitos y en todas las disciplinas hay españoles no solo tan buenos, en muchos casos mejores, de los que hubo ayer. Y algo muy positivo: hoy ya no son tan pocos como ayer, empiezan a crecer. Se ve en la ciencia, la tecnología, el mundo empresarial, etc. Algunos de los miembros de estas nuevas y ampliadas minorías selectas aterrizarán, relativamente pronto, en el mundo político. Será un cambio que volverá a traer ilusión y las nuevas generaciones podrán ver el futuro con esperanza.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión