Liturgias del pasado
Los 'ongi etorris' no son el camino para la reconciliación de la sociedad vasca
Si me preguntan por el acontecimiento más significativo de estos últimos años no dudo ni un solo instante en señalarlo: el cese de la actividad ... criminal de ETA. Nadie vive ya bajo su amenaza, pero esto no significa que los fantasmas del pasado hayan desaparecido definitivamente. Hoy no tenemos asesinados, ni extorsionados, ni amenazados; podríamos decir que la sociedad vasca es hoy más humana, pero el futuro no está en absoluto garantizado si no somos capaces de desactivar, con firmeza democrática, los discursos sociales, la mitología y los rituales que construyeron, como parte fundadora de la misma, la doctrina totalitaria de ETA. Dice el profesor Reyes Mate que «el término humanidad tiene en castellano dos significados». «Se refiere a la especie humana. Así, crimen contra la humanidad equivale a genocidio, un atentado a la integridad física de la especie. Pero también significa civilización, con lo que el crimen contra la humanidad sería la muerte de las conquistas humanitarias a lo largo de la historia (…). Basta tocar alguna tecla, como la xenofobia o el patrioterismo, para que el hombre normal se convierta en criminal».
Cuando se adoptan medidas, sin duda necesarias y plausibles, para evitar la exaltación del franquismo, se establecen cordones sanitarios frente a fuerzas tan dudosas como Vox o se pide condenar taxativamente los crímenes del GAL, no dejan de resultar inauditos, al igual que decepcionantes, ciertos silencios ante el mantenimiento de situaciones de ocupación del espacio público y de realización de actos, como los llamados 'ongi etorris', en los que se exhibe una simbología y se utiliza un lenguaje que transmite una visión bondadosa, cuando no victimista o heroica, de los victimarios al mismo tiempo que se invisibiliza a las víctimas, precisamente los testigos que evidencian el horror ocurrido. No creo que mantener las liturgias del pasado, ni convidar al altar patrio a los sacerdotes de sangrientos sacrificios pretéritos sea la mejor manera de deslegitimar la violencia terrorista y, evidentemente, de construir ese deseado futuro de reconciliación para la sociedad vasca. No, no creo que ese sea el mejor camino, no al menos si esa sociedad se desea constituida por valores ciudadanos asentados en unos cimientos éticos que deberían ser irrenunciables.
Decía en su día Aurelio Arteta que «no basta con dejar de asesinar, de extorsionar o de perseguir para ser ya demócrata. Es necesario también desprenderse de las creencias antidemocráticas con las que se ha funcionado durante décadas». No puedo estar más de acuerdo. Creo sinceramente que el nacionalismo institucional está inequívocamente al lado de todas las víctimas, de todas y en especial de las causadas por el terror nacionalista injertado de socialismo revolucionario, y lo celebro; veo también una posición clara en el resto de las fuerzas políticas; pero me asaltan las dudas cuando observo el proceder de los representantes políticos del universo abertzale independentista.
Si bien hemos conocido iniciativas emocionantes, como las impulsadas por Julen Mendoza durante su mandato como alcalde de Renteria o el rechazo de algún otro miembro de EH Bildu ante pintadas y amenazas, no es menos cierto que estas quedan eclipsadas por las numerosas iniciativas que en sentido contrario se celebran. Así, cuando Arkaitz Rodríguez afirmaba que «es una falsedad que los militantes de ETA hayan sido unos meros delincuentes y terroristas (…), que Josu Ternera fuera malo es algo que tendrá que dictaminar la sociedad vasca»; cuando Koldo Leoz, alcalde de Estella, esquivaba condenar la violencia diciendo: «¿Qué capacidad moral tengo yo para condenar a nadie?»; cuando se habla de terroristas como de presos políticos; o cuando el propio Arnaldo Otegi adjudica la responsabilidad de la muerte de Igor González nada menos que al propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no se está haciendo otra cosa que enviar mensajes equívocos a la sociedad, y fundamentalmente a las nuevas generaciones.
Discursos, palabras que nos trasladan a épocas siniestras en las que el lenguaje, aun expresado en la actualidad ('Borrokara salto', 'Herriak ez du barkatuko', 'Igor Gudari, agur eta ohore', 'Presoak etxera, amnistía osoa', 'Amnistiarik gabe ez dago bakerik', 'Jo ta ke irabazi arte'...), toma significado en la sangre derramada del pasado, nunca en un horizonte de futuro pacífico.
Coincido con Martín Alonso Zarza cuando afirma que «puede que no haya un relato único del terrorismo de ETA, pero seguro que no caben todos». Un relato sin víctimas, más aún si es justificador de sus victimarios y por lo tanto de su victimación, no resulta para las mismas ni justo ni aceptable. Y no lo es por su injusta esencia deshumanizadora. Sigue pendiente denunciar esa perversa subversión de valores, es necesario recuperar lo esencial, aquello que con nitidez expresó Sebastián Castellion en 1553: «Matar a un hombre no es defender una doctrina; es matar a un hombre». Así de simple, pero para algunos, aquellos que corren para alejarse del pasado sin mirarlo, tan complicado.
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