Un mundo viscoso, pero nuestro
No son aceptables legalidades basadas en que todo lo que se puede hacer, se hace, en la rentabilidad a costa de lo que sea
Pertenezco a un tiempo en el que abundan las voces que se citan en la esquina de la desesperanza. Vivimos a la intemperie de inclemencias ... culturales, se dice, y en estado de inquietud creciente en cualquier dirección; si la realidad social y su cultura se decía que eran 'líquidas' en su sustento de fondo, su deriva es hacia lo 'vaporoso' y, puestos a buscar conceptos que dicen todo y nada a la vez, hacia lo 'viscoso'. Esta forma de ir y venir por los enredos de la vida social nos obliga a contenernos, por momentos, en decirlo todo con independencia de países, situaciones, personas y esfuerzos. Propongo al lector, por tanto, moderarnos en nuestra idea de contar todo lo que nos pasa como historia única del mundo y retener dónde, por qué, cómo y a quiénes afecta lo que decimos.
Es decir, que al nombrar los males del cambio de época, y sin pararnos en ello, reconozcamos que lo que nosotros, muchos europeos, declaramos buenos tiempos del crecimiento económico y social, o de certidumbre política y moral compartida, evitemos mitificarlos; ni su calma ni su equilibrada equidad eran tales para todas las personas y los pueblos más cercanos. Note el lector que no entro en maximalismos, y podría hacerlo sin exagerar, sobre la vida sin dignidad en mil lugares casi desconocidos en los 60 del siglo pasado. Solo pienso en los pueblos que rodeamos el Mediterráneo y su área de influencia.
Véase también que vivíamos con alguna calma la diversidad cultural y religiosa, mas no tanto porque la ley de los derechos humanos funcionara como un reloj, sino por el regusto sin duda con que decíamos pueblos desarrollados y pueblos subdesarrollados, religiones normales y religiones violentas, democracias consolidadas y dictaduras de sátrapas. Y era así, pero no lo era del todo, ni mucho menos. Dejo al lector que recuerde cómo despachábamos esto con un sentido de inocencia cultural y económica que hoy discutimos casi todos. Cuando las cosas se ponen peor, cualquier pasado parece ideal, pero no es así.
Si indagamos ahora en el pesimismo de nuestros días, y lo que lo explica con buenas razones y hechos, nuestro tiempo social, político, económico, cultural y hasta religioso es otro, y aquí sí que quiero detenerme. No pretendo desarrollar una tesis sustantiva sobre el cambio de época, sino ver un presupuesto de intelección y superación equitativa. Ya recuerdan el dilema entre interpretar el mundo y transformarlo. Lo cierto es que todo va unido. El presupuesto de la intelección lo queremos todos para nuestras competencias (cada profesión desde las suyas, incluidas las más prácticas y teóricas) y eso nos moviliza, por el momento, tras un interés parcial, nuestra especialidad, y particular, nuestra ideología. Así nos entrampamos, a veces por interés de poder y dinero, a veces manipulados por poderosos, en una salida social muy embarrada. Al final, si me va bien a mí y mi familia, y a lo sumo, a mi país, todo va bien y es bueno.
Me gusta recordar la aportación quizá más duradera de los filósofos de la razón crítica sobre este punto, y es si hay algún modo de entender y dirigir el mundo que no sea crudamente partidista contra muchos de los pueblos y ciudadanos. Y me gusta su respuesta, sí, «pensar y actuar desde el hambre y la sed de justicia para todos». Hay varios movimientos que trabajan la vida alrededor de este presupuesto tan notable. Lo comparto. No es un prejuicio partidista más, es una forma de decir que queremos lo mejor para todos desde los más ignorados y desposeídos del mundo. Para todos, con todos, con su esfuerzo, pero desde ellos. Todos los demás presupuestos de mejora del mundo para todos no lo serán si no acogen la primacía de atender «el hambre y la sed de justicia para todos».
El tiempo en el que vivimos está tomando un sesgo profundamente 'solitarista' en el reclamo de la libertad personal… las redes están plagadas de jóvenes profesionales que exigen su derecho a activar sus competencias y explotarlas al máximo a su favor. Y esto y no otra cosa, dicen, ha de posibilitar la ley democrática. No quieren caer en cuenta en que ellos viven con otros y esos otros no van a acordar reglas de juego que no exijan, de todos y para todos, los derechos y deberes fundamentales de la condición humana. Con el esfuerzo que nos corresponde a todos, pero sin aceptar legalidades asentadas en una cultura del descarte de los débiles, del poder tecnocrático en que todo lo que se puede hacer, se hace, de la rentabilidad monetaria a costa de lo que sea, de la disposición de capital en cualquier proporción que alcance.
La idea de refugiarnos cada pueblo de la Tierra en la fuerza, la Inteligencia Artificial, la religión fundamentalista o la libertad particular nos negará una salida. Si las personas que gobiernan la riqueza, el conocimiento y la producción son 'malas', estamos mal; si los ciudadanos de toda condición aspiramos a lo mismo en lo común, no encontrarán resistencia para convertir un mundo líquido en un mundo viscoso.
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