De la violencia verbal y otras violencias
Las injurias, las amenazas y la deshumanización del adversario político pueden ser la antesala de ataques físicos
Parece evidente que el uso de las injurias, las amenazas, más o menos simbólicas, y la degradación verbal o la deshumanización del adversario político que ... excede de la crítica ideológica se pueden convertir fácilmente en violencia física, de hecho suelen ser su antesala. La historia está llena de ejemplos y muchos de ellos muy cercanos entre nosotros. El ser humano puede llegar a la violencia, incluso puede llegar a matar, por motivos tan fútiles como la competitividad deportiva entre hinchas de diferentes equipos, por disputas de tráfico o rencillas insignificantes entre vecinos.
No es de extrañar por tanto que en una actividad tan emotiva como la política, alimentada con discursos que rara vez atienden a ideas elaboradas sino que se limitan a juicios de intenciones y a apelaciones afectivas desmesuradas por unos y por otros, fácilmente se produzcan sentimientos de agravio o emociones colectivas que nos superan. No es de extrañar que la crispación sea un aspecto habitual de la política.
Hacer uso de la violencia verbal contra una determinada persona o posición política que no podemos o no sabemos contrarrestar con argumentos es una tentación poderosa para ocultar nuestra nulidad argumental. La violencia verbal, del mismo modo que la física, es la demostración de que no tenemos razones para contradecir las de nuestro adversario -que no enemigo-, ni siquiera la inteligencia para plantear dudas o alternativas de síntesis que contrapesen la situación.
Siempre he sentido una enorme admiración por la gran nación norteamericana, fundada en julio de 1776 como la primera democracia liberal del mundo, Estados Unidos, pero todo lo que significa el fenómeno Trump y la transformación ideológica del 'Great Old Party', el Partido Republicano en el que militó Abraham Lincoln, me muestra un lado inquietante y oscuro. Frente a la explosiva combinación de vulgaridad, deshonestidad y marrullería demostrada por Donald Trump en enero de 2021 intentando falsificar los resultados electorales y jaleando un asalto violento al Capitolio para impedir el conteo del voto del Colegio Electoral y así provocar la nulidad de la victoria de Joe Biden, solo la heroica honestidad del vicepresidente Mike Pence (republicano) evitó la catástrofe, al rechazar el intento de Trump de revertir el resultado electoral. No es de extrañar que la turba jaleada por el todavía presidente esperara encontrar a Pence para ejecutarlo, colgándolo de un árbol del Capitolio como un traidor. Así lo relató en Twitter el fotógrafo de Reuters Jim Bourg, presente en el lugar.
El fenómeno Trump ha seguido haciendo de las suyas durante la presente legislatura, como candidato del Partido Republicano para un nuevo mandato. De momento se ha dedicado a burlar, insultar y degradar a cualquiera que se le pusiera por delante. No tuvo reparo en imitar en tono burlón a un reportero con problemas de movilidad en los brazos en 2015; a Joe Biden lo ha calificado como «viejo montón de basura». «Es tan jodidamente mala y patética», ha dicho de Kamala Harris.
Antes de que se cancelara su cuenta en Twitter tenía más de 88 millones de seguidores, y durante años se ha dedicado a repartir por las redes insultos y burlas a diestro y siniestro. Su adjetivo favorito para designar a cualquier adversario es 'crooked' (indecente), lo ha usado en 215 ocasiones. Seguido de 'bad' (malo), 77 veces, y de 'dishonest' (deshonesto), 74. También solía repetir con frecuencia 'dumb' (tonto) o 'goofy' (débil mental).
Al empresario Jeff Bezos le llama 'Bozo' (bigote), 'wacko' (loco). Usa 'crooked' (deshonesta) para mencionar a Hillary Clinton, y también 'crazy' (majara) o 'jerk' (estúpida). A la senadora demócrata Elizabeth Warren, que reclama su ascendencia de indígena americana, le adjudicó los motes de 'Pocahontas', 'dopey' (atontada) o 'loser' (perdedora).
La vulgaridad y bajeza de Donald Trump ha prendido en el electorado republicano: en 2021, en una asamblea de conservadores en Ohio, un joven subió al estrado e hizo uso del micrófono para preguntarse y preguntar al auditorio cuándo debía comenzar a matar a demócratas: «¿Cuándo vamos a empezar a usar las armas?», dijo, y la audiencia aplaudió. «¿Cuantas elecciones nos van a robar antes de que matemos a esa gente?», añadió. El representante local del Partido Republicano definió esa intervención como «a fair question» (una pregunta sincera).
Tengo que decir que, felizmente, no me puedo imaginar un fenómeno de zafiedad personal y tramposo como el caso Trump entre los líderes de las diferentes posiciones en el sistema político español. Tenemos más estilo.
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