Inteligencia artificial y otras inteligencias
Tendremos que entendernos de alguna forma con ella para participar en el mundo que se avecina
Tras unas elecciones generales se pone de manifiesto que el ser humano actúa casi siempre de una manera más intuitiva que racional; o sea, que ... una gran parte del voto no se decide a partir de un pensamiento comparativo y meticuloso de los programas electorales, sino que las más de las veces lo hace por fobias o filias irracionales, simpatías o antipatías intuitivas, tradición familiar, autoidentificación simbólica y otras varias consideraciones, entre las que no es menor el simple narcisismo de identificarse con una figura ganadora o al menos atractiva. Pero aunque eso sea así, no es menos cierto que el resultado final, la suma general, tiene una cierta racionalidad -al menos, grupal o estadística- por la función mediadora de los medios de comunicación, los grupos de opinión organizada, las asociaciones empresariales, los sindicatos, los agentes culturales y sociales, las redes, la propia implantación de los diversos partidos, las tendencias detectadas por los sondeos… De tal modo que la democracia parlamentaria -como la divina providencia- termina, casi siempre, escribiendo derecho con renglones torcidos.
Rumiaba estas reflexiones a propósito de los previsibles impactos que va a tener en nuestra vida personal -y sobre todo en el orden social del trabajo, la educación, la medicina, la ciencia, la política y el Derecho- la implementación de la inteligencia artificial. El neurobiólogo Laurent Alexandre, cirujano y egresado de la famosa Escuela Nacional de Administración francesa, plantea en su último libro, 'La guerre des inteligences à l'heure de ChatGPT (La guerra de las inteligencias en tiempos del ChatGPT, 2023), que la conexión de tres novísimos factores de cambio tecnológico como la creación de inmensas bases de datos, la creciente potencia digital de nuestros ordenadores y la eficacia de los algoritmos de aprendizaje automático -por cierto, todo ello fundamentalmente en manos de las grandes empresas digitales norteamericanas y chinas-, han acelerado de tal manera la progresión de la inteligencia artificial que sus mismos promotores han quedado sorprendidos.
Sergey Brin, cofundador de Google, ha declarado que «pronto vamos a ser capaces de fabricar máquinas que razonen, piensen y hagan las cosas mejor que nosotros mismos». Esa perspectiva de progreso tecnológico de la inteligencia artificial -que los más optimistas señalan que se puede comenzar a consolidar en 2030 y que será generalizado en 2050- significará una especie de salto civilizacional. Algunos autores, como Yuval Noah Harari, auguran que estamos en el umbral de una nueva especie humana que ya no se fundará en el humanismo renacentista que ha sido la «religión propia de la modernidad», sino en un nuevo esquema interpretativo de lo humano basado en nuestra capacidad natural o artificial para procesar datos: «El datismo» o «dataismo».
Las nuevas tecnologías, neurobiológicas e informáticas van a permitirnos trascender al homo sapiens -que dejó atrás al homo neandertal- en una nueva forma de humanidad que merecerá ser llamada homo deus porque será capaz de mejoras biológicas y técnicas que siempre hemos considerado propias de los dioses: fuerza, salud, belleza, inteligencia... ¿inmortalidad?
En cada consulta electoral estamos llamados a ejercer nuestra mayor o menor «inteligencia natural», como lo haríamos con cualquier asunto particular de esos que son importantes para nosotros, intentando ser fieles a nuestras convicciones y también a nuestros legítimos intereses, y a los derechos de los demás, a sabiendas de que nunca podemos llevar «toda la razón» y que los otros, que se atreven a contradecirnos -supongamos que de buena fe- juegan su papel en el equilibro de las «verdades particulares» de unos y de otros y conforman junto con cada uno de nosotros lo que Rousseau llamaría una «voluntad general».
Es muy probable que, en un futuro próximo, cuando vayamos a votar ya no estemos solos ante las urnas. Además de los consabidos sondeos electorales que nos anticipen, más o menos certeramente, cual será el resultado probable del escrutinio, tendremos también acceso a los informes que la inteligencia artificial -en sus diferentes versiones- emitirá sobre la fiabilidad, coherencia y consecuencias de los programas electorales propuestos por las diferentes fuerzas políticas.
La inteligencia artificial nos va a obligar a entendernos con ella, de alguna manera, si queremos participar en el mundo que se avecina.
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