El futuro de las pymes y el papel de la Administración
La colaboración público-privada es la iniciativa más poderosa
En análisis anteriores (educación-empresa, computación cuántica, transición demográfica o el más reciente sobre Euskadi y la UE) ya abordamos la complejidad del contexto actual ... y la incertidumbre que lo acompaña. En estas líneas reflexionamos sobre la competitividad de nuestro tejido empresarial y los desafíos que enfrentamos, más profundos de lo que parece.
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Esta complejidad nace de la interacción de grandes tendencias: la globalización (incluida la geopolítica), la revolución digital (iniciada en 1974 y acelerada desde 2002 con la digitalización masiva), la expansión del conocimiento (donde el CEO ya no es 'quien más sabe') y la emergencia climática (de la que alertó en 1972 Donella Meadows en 'Los límites del crecimiento'). Estas fuerzas generan dilemas y efectos exponenciales que explican la incertidumbre persistente de hoy.
Por si esto fuera poco, desde 2020 nos enfrentamos a una 'policrisis' desencadenada por 'cisnes negros': pandemia, crisis de materiales y guerras, sin considerar la inminente irrupción de la IA general, el metaverso o la computación cuántica (que no entran en esta categoría de impredecibles al conocerse su posible evolución).
La tendencia más disruptiva es la revolución digital. Las tecnologías que maduran al mismo tiempo y se apalancan unas sobre otras a una velocidad nunca vista están generando desequilibrios y asimetrías: provocan ganadores y perdedores. Entre los países, ganan EE UU, China en ciertos sectores e India, mientras pierden la UE, Rusia y Arabia Saudí. En sectores económicos, avanzan energía, sostenibilidad y biotecnología; retroceden automoción, comercio minorista y lujo. En el nivel de empresas y personas, la capacidad de adaptación y autoaprendizaje marca definitivamente la diferencia entre prosperar o desaparecer.
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Frente a este escenario de incertidumbre y complejidad, solo cabe afrontar tres transformaciones claves: la digital, como base tecnológica de la competitividad futura; la ambiental, con planes alineados a nuevas regulaciones; y la cultural, redefiniendo estructuras organizativas y el liderazgo. Estas son transformaciones tipo 'rinoceronte gris' (Michelle Wucker): eventos de alta probabilidad e impacto, conocidos pero ignorados, que acarrean consecuencias críticas.
¿Qué nos está ocurriendo? Que estas transformaciones nos arrollan, como el elefante que los sabios ciegos describen por partes. Con visiones parciales, aplicamos soluciones incompletas condenadas al fracaso. Como ejemplo: algoritmos que operan con datos sesgados o planes de circularidad sin comprender el alcance real de las emisiones.
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Primero debemos tomar conciencia de la magnitud de los cambios. Luego, responder con visión estratégica y estructura clara.
La transformación digital empieza por captar datos adecuados, sin duplicidades, contextualizados y que fluyan entre aplicaciones. Le sigue una infraestructura IoT, plataformas abiertas y escalables, y finalmente, aplicaciones con IA, gemelo digital o mantenimiento predictivo.
La transición energética exige entender normativas (Green Deal, Fit for 55, CSRD, Taxonomía verde), evaluar impactos según tamaño y sector, determinar emisiones (alcances 1, 2 y 3), fijar objetivos y diseñar la hoja de ruta antes de ejecutar medidas de reducción, reemplazo y compensación.
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La transformación cultural es la más compleja. Sin ella, las demás no prosperan. Requiere liderazgo auténtico y humilde, capaz de gestionar el cambio, fomentar inclusión y diversidad, y apostar por el talento y el autoaprendizaje.
La Administración debe combinar políticas estratégicas (educación, financiación, centros tecnológicos) con apoyos operativos adaptados al tamaño de empresa. Las grandes (más de 1.000 millones en facturación) cuentan con capacidades internas. Las medianas y pequeñas (menos de 50 millones) necesitan ese soporte para abordar las tres transformaciones.
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Dos factores favorecen hoy a las pymes frente a las grandes multinacionales. Uno es la desconglomerización: los grandes grupos pierden agilidad y se fragmentan. Las empresas locales ganan cuota. Otro es la velocidad: una transformación digital en una mediana empresa lleva menos de dos años; en una grande, entre cinco y siete. Las pymes, con agilidad y conocimiento local, pueden ser hipercompetitivas si la Administración potencia sus capacidades.
Sabemos qué hay que hacer, tanto en la Administración como en las empresas. Entendemos cómo funcionan realmente los mercados, las tecnologías, los desafíos ambientales y las culturas organizativas actuales. Hoy, en este contexto tan incierto, se abre una oportunidad para nuestras empresas enorme y la colaboración público-privada es la iniciativa más poderosa.
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