Palestina, la guerra de las narraciones
Israel no tiene un problema con Hamás, sino con todo el pueblo palestino y con cualquier voz opuesta a sus políticas ilegales
Hace unos años, mientras estaba caminando en uno de los pueblos más remotos y pintorescos de la bella Toscana italiana, me topé con una singular ... y pequeña librería en una recóndita y adoquinada callejuela, en la que apenas transitaban turistas. Entré para curiosear y tal vez explorar los archivos y obras que atesoraba esa tienda que tenía aire de misterio y nostalgia. Tras intercambiar los debidos saludos con el librero y mantener una espontánea conversación, en la que no podía eludirse la pregunta sobre el país o el origen de cada uno, me preguntó con un tono amigable y seguro: ¿Qué busca? Siendo yo de Oriente Próximo y ligado a mi híbrida identidad, no dudé en desvelarle lo que me apasionaba: «Tiendo a buscar mapas antiguos de Palestina, la tierra que en un pasado se denominaba Canaán». Los ojos del librero brillaron con complicidad: «Tengo algo valioso que podría interesarte», dijo, antes de desaparecer por un modesto altillo oscuro y polvoriento.
Regresó con una colección de atlas dibujados sobre viejas láminas. Uno de ellos era, para mi asombro, el mapa de la Tierra Santa, grabado en 1838 con precisión y arte por un reputado cartógrafo francés, Pierre Tardieu. En la cabecera se podía leer 'Carte de la Palestine'. Este mapa adorna hoy la pared del salón de mi casa.
Se dice que todas las familias palestinas, en la diáspora o en los Territorios Ocupados, decoran sus hogares con un mapa temático o en relieve que representa los territorios históricos de Palestina. Nuestras madres y abuelas nos narraban, con melancolía, amor y dolor, sobre su vínculo con este lugar de los ancestros y su vasta y rica cultura. Describían la paz y la concordia que reinaban allí entre musulmanes, judíos y cristianos. Pero luego, con la llegada de la ocupación israelí en 1948, se esfumó la cohesión y se perdió la coexistencia.
Los grupos paramilitares del Estado de Israel recién implantado cometieron varias masacres contra la población civil palestina y desterraron a más de 850.000 personas, tanto musulmanas como cristianas. Estos hechos constituyen en la memoria colectiva un profundo trauma psicológico que persiste hasta hoy, una herida abierta que aguarda pacientemente la oportunidad de sanarse. Aterroriza y estremece a los palestinos la idea de volver a sufrir la misma tragedia de ser expulsados de su tierra natal.
Los mapas son el lazo vivo con nuestro legado, un recordatorio de nuestras aspiraciones y resiliencia. Son uno de los mayores símbolos de perseverancia y determinación, junto con la 'Dabka' (el vibrante baile folclórico) y el 'thawb' (la indumentaria típica palestina bordada artesanalmente). Las narrativas familiares resonaban en los corazones de los jóvenes, instándolos a mantener la esperanza de que algún día iban a retornar a su tierra y restaurar sus sueños y su dignidad.
La confrontación entre israelíes y palestinos no se libra solo en el campo de batalla ni en los convulsos espacios políticos; es sustancialmente una disputa de narraciones. Ambas partes se afanan por demostrar que esa tierra les pertenecía desde antaño.
La visión hebrea refleja una tipología de relatos de carácter teológico. Su construcción histórica se fundamenta en pasajes bíblicos que afirman que Yahvé, su Dios absoluto y omnipotente, estableció una Alianza exclusiva con las tribus judías y les prometió donar la «Tierra de Canaán», una antigua y próspera región en la que se ubicaban, desde hace más de 10.000 años, grandes ciudades construidas por el pueblo cananeo/ fenicio, inventor del primer alfabeto de la Humanidad.
Con esta promesa divina e invocando al mismísimo Dios como testigo, los hebreos acaudillados por Josué emprendieron hace unos 3.400 años la «conquista de Canaán». Según el texto bíblico, primero tomaron Jericó y masacraron a su población. Con el rey David hace unos 3.000 años asediaron Jerusalén y cortaron el suministro de agua a sus habitantes nativos. Finalmente conquistaron esta estratégica ciudad y destruyeron parte de sus poderosas murallas defensivas.
Entonces empezó a emerger un discurso dicotómico que define a los hebreos como «bendecidos» y a los palestinos como «infames». Esta visión rígida y supremacista ha perdurado en el tiempo. De hecho, caracteriza a todos los gobiernos israelíes desde 1948. Es una de las claves que explican el ensañamiento en los ataques israelíes que vemos estos días en Gaza. El problema lo tiene Israel no con Hamás, sino con todo el pueblo palestino, incluso con cualquier voz que se oponga a sus políticas ilegales, como es el caso del secretario general de la ONU, António Guterres. Todo ello hace que la tarea de buscar una solución pacífica sea aún más compleja. Poner fin a la conculcación de los derechos humanos en Palestina allana el camino de la razón y la paz.
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