La guinda del pastel trumpista
El caos y el vandalismo que presenciamos en el Capitolio no son sino la culminación lógica de cuatro años de desprecio de las normas y mentiras
Profesor de Estudios Norteamericanos Universidad de Deusto
Lunes, 11 de enero 2021, 00:44
Puestos a elegir una metáfora apropiada para describir los increíbles sucesos del miércoles en el corazón mismo de la democracia estadounidense, cabría recurrir a distintas ... imágenes que captasen su significado al final de una era, la del trumpismo. Dado que estamos inmersos en una de las mayores crisis sanitarias a las que la Humanidad se ha enfrentado, podríamos pensar en esos sucesos como la cúspide de esa peligrosa nueva ola que afrontamos cada día, si bien lo que estaría en peligro en este caso no sería nuestra salud, sino la estabilidad política a nivel global. Cabría también pensar en esos incidentes como la punta de un inmenso -y demoledor- iceberg que todo el mundo ha visto flotar a la deriva estos últimos cuatro años, dominados por el miedo a que se produjese la colisión en cualquier momento. Pero, visto lo visto, quizá la metáfora más adecuada sea la de la guinda sobre un pastel envenenado que el actual presidente de Estados Unidos va a dejar en herencia a su sucesor, Joseph R. Biden Jr., al final de su desastrosa gestión del país durante su mandato.
Existen al menos dos razones que avalan la elección de la guinda sobre el pastel como una metáfora conveniente para representar el final de esta era. Por una parte, el caos y el vandalismo que presenciamos en el Capitolio no son, en cierta forma, sino la culminación lógica de cuatro años de continuas provocaciones, desprecio de las normas, prepotencia y una constante desinformación; por no hablar de mentiras flagrantes. Thomas Wright, analista de la Fundación Brookings, ya advertía en un artículo publicado el pasado junio en 'The Atlantic' de que el final de la era Trump iba a verse marcado por una perniciosa espiral hacia lo desconocido.
Según Wright, la única solución para intentar frenar el incalculable perjuicio que el presidente había causado a las relaciones internacionales, las relaciones interraciales en su país, las instituciones e, incluso, a la salud de sus compatriotas durante la pandemia era poner freno a sus actuaciones en la fase final de su mandato. Es obvio que ni sus compañeros de partido ni el sistema judicial han tenido mucho éxito a la hora de parar los despropósitos que culminaron el miércoles con el asalto al Capitolio. Ahora, el vicepresidente, Mike Pence, cuenta con una última carta para intentar deshacer el entuerto recurriendo a la vigésimoquinta enmienda a la Constitución, que podría destituir a Trump, pero dados los plazos hasta el 20 de enero, la iniciativa no parece muy factible.
Por otra parte, la metáfora de la guinda sobre el nocivo pastel resulta también altamente descriptiva desde el punto de vista del legado que el presidente electo, Joe Biden, va a recibir al principio de su legislatura. Si el país ya estaba profundamente dividido antes de los acontecimientos de esta semana, el ataque a uno de los símbolos más potentes de la democracia norteamericana no hace sino poner en evidencia las debilidades -de seguridad, equilibrio, fiabilidad, entre otras- que el sistema ya ha venido mostrando estas dos últimas décadas. Aunque Biden ha declarado repetidamente en sus discursos que espera ser el presidente del consenso y la restauración democrática, es evidente que los retos que tiene por delante no son para nada desdeñables.
En un artículo reciente publicado en 'Los Angeles Times', Michael Hiltzik comparaba estos retos a los que Franklin D. Roosevelt tuvo que afrontar en la década de los años 30, cuando el país también mostró claros signos de fractura y desintegración. Para este columnista, la respuesta está en una regeneración lenta y progresiva de los valores y principios que se han visto dañados durante la Administración Trump: la decencia, la empatía con los vulnerables, el respeto a las instituciones, el correcto uso de los medios de comunicación, entre otros.
Es indudable que Estados Unidos y su nuevo presidente se enfrentan en los próximos meses a una complicada encrucijada histórica en la que van a tener que reparar todo el daño causado por las distintas capas -de arrogancia, intolerancia, cinismo, falsedad, división- que el 'pastel trumpista' deja detrás; todo ello rematado con la guinda del ataque frontal a las instituciones. No resulta casual que muchos analistas políticos se estén refiriendo en estos días a las «profundas heridas» que la próxima Administración va a tener que curar, si de verdad se propone devolver al país a una senda de estabilidad y confianza que le permita superar las distintas crisis -sanitaria, social, económica, política y moral- a las que se enfrenta en la actualidad.
Además, como afirma Anne Applebaum en 'The Atlantic', lo que realmente está en juego no es sólo el bienestar y la dañada imagen del pueblo norteamericano, sino el de la propia democracia como sistema.
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