Otra vez Francisco
La última carta social de Francisco llega bajo el título 'Fratelli Tutti'. Una llamada exigente a la fraternidad universal. Imposible concentrar en pocas líneas un ... texto plagado de ideas. No es difícil su lectura, pero sí compleja por la acumulación de argumentos y observaciones. En realidad, el título abre el panorama de lo que vamos a encontrar, una carta social sobre la amistad social y la fraternidad universal, articuladas en dos sentidos: como modo de mirar la realidad y ver el difícil momento que vive hoy la Humanidad, y como clave de la fe y del buen corazón para repensar lo que nos pasa desde la parábola del buen samaritano. Se trata de atisbar en ese texto evangélico un ejemplo de acercamiento, conmoción de entrañas y compromiso con los caídos del mundo. Una cuestión, la fraternidad con ellos, de sentido y supervivencia para la Humanidad.
La repetida aproximación de Francisco a la realidad social por el flanco de la vida digna, desde los más vulnerables, es un hecho; y también lo es que ha ido creciendo en círculos con todas las criaturas y la Tierra misma como casa común. Por tanto, esta conciencia amorosa y crítica tenía que mostrarse en todo su auge ante la crisis global de la Covid-19. Ya no hay escapatoria posible, dirá, para ignorar o acallar los hechos que han puesto a nuestras sociedades ante un futuro imposible como fraternidad universal. Por este camino es ya imposible seguir.
Dirigida a todas las personas de buena voluntad, más allá de sus convicciones religiosas, Francisco recupera el centro para una parábola en la que todo hombre y mujer podemos sentirnos interpelados en el alma y la vida. Lucas 10, 25-37, parábola del buen samaritano. Y así es. El lector sin duda encontrará el momento para acudir al texto bíblico y recordarla; y podrá ver en la encíclica una presentación tan rica como compartida hoy por el cristianismo: ¿quién está necesitado de mí para que yo me haga su prójimo en el sufrimiento?
Esta llamada a volverse prójimo del caído opera con mucha fuerza en el análisis social. Desde ella y con ella, la encíclica mira a la sociedad en sus estructuras económicas (propiedad privada y mercado de libre competencia), políticas (derechos y libertades fundamentales en la sociedad democrática) y culturales (valores éticos y espirituales de nuestros pueblos), para mostrar primero su deriva histórica tramposa y para reordenarlas, ya, hacia la justicia y el bien común.
Y aquí estaríamos nosotros, en el centro de la pregunta por cómo realizar ese encargo ético-social. La encíclica dice que la acción política es un medio necesario para adelantar e impulsar esa fraternidad universal de los pueblos. La política como una de las formas más preciosas de la caridad; y su razón, porque busca el bien común con acciones, organizaciones, decisiones, diálogo y, desde luego, con ética y capacidad de dolerse ante el mal social. Debería, de eso se trata. Ellos, los políticos, y nosotros, los ciudadanos. La carta avanza hacia su cierre y es lógico que se pregunte por el lugar de las religiones al servicio de esa fraternidad universal (nn 271ss), ofreciéndose en cuerpo y alma a la tarea. Otra vez, debería, de eso se trata.
Qué les diré finalmente. La encíclica está llena de interés ético, social y teológico, si bien no sorprende como otras veces; estaba adelantado en otros discursos de Francisco y nos vamos acostumbrando. Lógico después de ocho años de magisterio. En su forma, la encuentro algo revuelta, pero es clara casi siempre como el agua en su recuento de claves sociales, compresión de ellas y valoración rotunda: las personas en sus pueblos, todos por la fraternidad universal, desde los más pobres e ignorados, esa es la medida de nuestra verdad. Es muy concreta en lo que cabe exigir de la política y la caridad como ayuda y como justicia social. Muy directa en todas las denuncias y propuestas. En particular, en relación a migrantes, pobres, parados, pueblos, culturas, democracia, mercados, ideologías sociales… Estamos acostumbrados a ello. Sigue siendo como un cura que tuviera una pequeña comunidad delante y se sintiese muy libre para descender al caso y arriesgar.
La visión social que revela parece más moderada que otras veces. Creo que por dos motivos; uno, es como si el Papa pensara: 'Ya está dicho en otro lugar y muy bien dicho; no quiero una caricatura social de mi persona'; y segundo, el objetivo es ir de la projimidad samaritana a la fraternidad de los pueblos. No quiero distraer a los lectores con otra palabra. La clave de pertenencia a un pueblo está muy atendida y valorada de mil modos. Creo que el concepto es muy interesante, pero me pareció mejor definido otras veces. Aquí el vaivén es más impreciso.
En fin, Francisco se ha ganado un lugar destacado de guía moral de la Humanidad y sin concesiones a los poderosos. Feliz camino a la h'Fratelli Tutti', que nos convoca a responder esta pregunta: ¿quién y cómo se hace prójimo del caído?
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