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El Consejo de la UE aprobó una operación de ayuda financiera de 150 millones de euros -120 en forma de préstamos y 30 en subvenciones- ... a la República de Moldavia con la que se pretende que el pequeño país europeo refuerce su resiliencia en el contexto geopolítico actual y pueda cubrir las necesidades de la balanza de pagos detectadas en el programa del FMI (2021-2025), contribuyendo a su estabilización económica y a su programa de reformas.
Moldavia y la Unión han desarrollado una estrecha relación política y económica a lo largo de los años en el marco de la política europea de vecindad, de la Asociación Oriental de la UE, a la que se incorporó en 2009, y del Acuerdo de Asociación de 1 de julio de 2016. Los lazos económicos con la Unión están muy asentados, ya que ésta es su principal socio comercial (5% de su comercio total en 2020, 67% y 45%, respectivamente, de las exportaciones e importaciones totales del país). Recordemos que el 25 de mayo de 2020 el Consejo adoptó otra decisión de ayuda financiera de 100 millones de euros en préstamos (2020-2021) y que es la segunda en el marco del actual presupuesto a largo plazo tras la ayuda a Ucrania aprobada el 21 de febrero pasado.
La endeble y frágil Moldavia, país neutral que depende absolutamente del gas ruso, observa con temor la ofensiva rusa en Ucrania, la deriva de su débil economía, las tensiones que generará la llegada de refugiados, la amenaza del Transdniéster (Transnistria) y el pánico a ser el siguiente país invadido por Rusia, aunque la situación actual no lo refleje. La ayuda de la UE pretende evitar el «punto de quiebra» en que se encuentra, ocasionado por la pérdida de importaciones desde Ucrania, por la disminución de las actividades transfronterizas y por la caída de la confianza de los inversores.
La Unión es consciente de la importancia estratégica de Moldavia, a pesar de su exiguo valor económico y poblacional. La reciente visita del jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrell, y la del secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, así lo manifiestan. El apoyo occidental al pequeño país eslavo -por ahora, de palabra- no tranquiliza a los moldavos, que miran de reojo las operaciones militares de las tropas rusas en Ucrania y la actividad en el Transdniéster, el enclave separatista prorruso en su franja oriental, que limita con Ucrania y que se proclamó independiente a principios de los años 90 del siglo pasado, al desmembrarse la URSS.
Aunque Rusia, su gran protector, no haya reconocido dicha independencia, la capital de esta franja, Tiraspol, se encuentra solo a unos cien kilómetros de Odesa, y el avance de las tropas rusas en el mar Negro desde el este es una realidad acentuada por la concentración de éstas después de abandonar Kiev y porque desde el Transdniéster, donde hay desplegados unos miles de soldados rusos y un ejército propio de unos 10.000 soldados, podría iniciarse una ofensiva que dominaría el país sin mucho esfuerzo ya que el ejército moldavo, mal armado y escasamente entrenado, cuenta con no más de 7.000 miembros. Las tropas de la franja separatista serían suficientes para controlarlo.
Por eso, los dirigentes moldavos, encabezados por su presidenta, Maia Sandu, expresan constantemente que no se involucrarán de ninguna manera en el conflicto ruso-ucraniano. Si sumamos esto a la casi inexistencia de protestas significativas contra la guerra y a que los canales de propaganda rusa siguen funcionando sin problemas, constatamos el temor bajo el que se ampara cualquier gesto de los moldavos.
Tampoco se han posicionado con firmeza contra la última solicitud del Transdniéster a la comunidad internacional para que reconozca su independencia en el marco de un proceso de diálogo, realizada un día después de que Moldavia presentase la solicitud de adhesión a la UE (3 de marzo de 2022) y como parte de la estrategia rusa de utilizar la región independentista como elemento desestabilizador y de tensión.
Casi dos meses después del inicio de la invasión de Ucrania (24 de febrero pasado), el mundo geopolítico y geoestratégico de los últimos 32 años ha saltado por los aires y el supuesto equilibrio nacido tras la desaparición soviética se ha mostrado como una ficción. Las escenas del terror contempladas en Bucha y otras localidades ucranianas presionan las conciencias de quienes habrían podido intervenir y no lo han hecho, y generan un miedo atroz en quienes temen que algo parecido pase en su país.
Este es el caso de Moldavia y su convencimiento de que Europa carece de capacidad para mantener la paz y de que EE UU y China, que sí la tienen, priorizan otras estrategias. Moldavia contempla la nueva era que está comenzando y analiza su papel en ella. Por eso, las estampas moldavas se mantienen estáticas, ateridas por el pánico y empapadas de horror.
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