El mapa político español está recuperando el aroma poselectoral de hace cinco años. Después de las elecciones generales de 2015, España estaba abierta en canal, ... con una política de pactos aún por explorar. La gran coalición, el experimento socioliberal y el Gobierno entre PSOE y Podemos eran combinaciones factibles para determinar la gobernabilidad del país. Sin embargo, la terquedad de Mariano Rajoy por mantenerse en La Moncloa a cualquier precio y el empecinamiento de Pablo Iglesias por entrar al Ejecutivo llevaron a que el eje izquierda-derecha no se rompiera.
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La aparición de un partido fuerte a la izquierda del PSOE que aspirara a algo mayor que convertirse en su muleta derivó en la decapitación política de Pedro Sánchez. Sin embargo, con el regreso de este, y una vez muerto el sistema político implantado a partir de 1978 -en el que el socialismo era la piedra angular-, el PSOE se ha vuelto a convertir en el partido vector del mapa político que parecía solucionar la crisis de representatividad surgida a raíz del 15-M.
Si el sistema bipartidista se sostenía en la capacidad de socialistas y populares para realizar concesiones cuando fuera necesario a CiU y el PNV, la moción de censura ganada por Sánchez dibujó un entramado con los dos partidos históricos que debían pactar con sus rivales directos, ya fueran Podemos y Vox o en su día Ciudadanos. No obstante, viendo los acontecimientos de las últimas semanas, esta lógica parece un espejismo quebrantable.
La decisión de Pedro Sánchez de incluir a Nadia Calviño en la negociación de la reforma laboral, la apuesta por enviar armas a Ucrania al margen de la opinión de Podemos o el último viraje en la cuestión saharaui evidencian que en La Moncloa dan la coalición con Unidas Podemos por agotada. Sin embargo, estos no pueden abandonar el Gobierno, ya que no existe proyecto político más allá de Yolanda Díaz, ni a nivel nacional ni autonómico, con la excepción catalana.
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A diferencia de Unidas Podemos, quien tiene claro que su proyecto de Estado pasa por una mayoría junto a independentistas y socialistas, el PSOE es un partido que vive de los impulsos del día a día. El «no es no» de Pedro Sánchez a la investidura de Mariano Rajoy no se dio por una pulsión izquierdista del presidente, sino por supervivencia personal. Y es este instinto de supervivencia el que justifica el actual giro preelectoral al centro.
El Partido Popular se encuentra en una situación similar. Es ese cortoplacismo, el no mirar más allá de la agenda semanal, el que le ha llevado a asumir el discurso de la extrema derecha, quien sí tiene un proyecto definido que pasa por aflorar los sectores más reaccionarios del Estado. Aunque con la nueva presidencia de Alberto Núñez Feijóo se intente redirigir, quizás sea tarde. Los gobiernos autonómicos populares se sostienen gracias a Vox, que en Castilla y León ocupará la vicepresidencia. El gran reto de la nueva dirección es ensanchar el partido hacia el centro, pero hay territorios como Madrid donde ese centro sociológico no existe.
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Ante esta situación sería descabellado asumir que las alianzas parlamentarias actuales son inamovibles. La entrada de la España vaciada, junto al crecimiento nacionalista, presentará el Congreso más fragmentado de la historia, con los desafíos que conlleva dar una salida lógica al conflicto catalán, pero también el nuevo estatuto vasco, la financiación territorial o la despoblación. Si a ello le sumamos una guerra en Ucrania que como mínimo reorganizará el mapa geopolítico internacional, una inflación cercana al 10% y la reforma de las pensiones o el sistema productivo pospandémico, ya hay quien entona cantos de sirena para un acercamiento entre socialistas y populares. La evocación de la necesidad de un pacto de rentas, explicada por Felipe González como una reedición de los Pactos de La Moncloa, es el primer paso de este movimiento. Sin embargo, esta vez la izquierda heredera del PCE, más cercana a las tesis de Julio Anguita que a las de Santiago Carrillo, no parece estar por la labor de apoyarlos.
España está abierta en canal y la política de bloques, camino de romperse. El Gobierno de coalición no tiene por qué reeditarse en las siguientes elecciones generales y la opción de una gran coalición -explícita o con apoyo externo en cuestiones clave- puede abrirse paso. El experimento socioliberal ya no puede prosperar, pero existe una alternativa de gobierno con la extrema derecha que sería censurada por Europa. Sin embargo, la próxima presidencia se jugará por la capacidad de los dos partidos históricos por ocupar el centro político sin descuidar sus extremos. Por un lado, si Yolanda Díaz no comienza ya su 'proceso de escucha', Sánchez no tendrá espacio del que preocuparse; por el otro, Feijóo deberá explorar cómo reformular su centrismo ante una derecha hasta ahora atrapada por Vox.
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